Desde que suena el despertador comienza la lucha contra el frío, constante y sin cuartel durante los meses duros del invierno. Saco un dedo de debajo de las sábanas de pelos (me arropo la cabeza porque si no la nariz se pone azul) y la impresión glacial me espabila. Embutido en el chándal y envuelto en la bata, me lanzo sobre la estufa y el brasero aun antes de las aguas menores tempraneras.
El salón de mi casa se va ambientando. Las tres puertas deben estar cerradas para intentar mantener el calor, así que, cuando atravieso la del fondo para ir a la cocina y el baño, la bofetada de aire gélido me transporta al polo norte y temo toparme con algún pingüino por el pasillo.
La cafetera va silbando mientras me lavo la cara, y cuando me siento a la mesa me cubro con la enagua hasta el cuello, sacando el brazo solamente para coger la taza de café calentito. Una vez me puse gorro para rezar, cómo estaría el asunto de "candente".
A la parte delantera de mi casa le da el sol casi toda la mañana, así que te puedes poner en el despacho a trabajar con cierta comodidad. Pero el patio, que está en el lado contrario, permanece en la umbría todo el invierno, así que se vuelve del Betis porque le sale verdín por todas partes. No hay manera de que se seque nada, más bien tiene uno la sensación de cámara frigorífica industrial.
Cuando vuelvo a mediodía, la batalla recomienza, pero es menos cruenta; me siento a comer con todos los calentadores encendidos y para dar la cabezá apago la estufa y me tumbo en el sofá de forma que la falda de camilla me llega hasta las orejas, estoy literalmente metido debajo de la mesa recibiendo el calorcito del brasero, mmmm, como un momentáneo regreso al seno materno pero sin líquido. Si los del satélite me graban, que no se extrañen.
Y ahora, a las 9 de la noche, escribo con un radiador halógeno a 10 centímetros y aún así me quedo helao, los pies pierden sensibilidad por momentos. A las 11 otro radiador empezará a calentar el dormitorio, para que cuando me acueste, con camiseta y calcetines, no me vaya curando como los jamones cada noche un poquito.
¿Cómo van a quitar la mula y el buey del portal de belén, por Dios? Que nooooo, que el Papa no ha dicho eso, solamente que los bichos no aparecen en el Evangelio, y eso ya lo sabíamos, ¿no? No salen, pero se entiende que aquella familia necesitaba calefacción animal, porque era de noche y haría "fresquito", como aquí... Lo que nos faltaba, recortes en las figuras del belén, como si la "sensación térmica" no fuera más bien "escarcha en el ánimo" y "congelación de los bolsillos".
martes, 27 de noviembre de 2012
sábado, 24 de noviembre de 2012
LA ANTI-PIEDRA FILOSOFAL
Me pasma la facilidad que tiene el dinero para estropearlo todo, para corromper lo humano y hacernos tropezar. Cuando el dinero aparece preparémonos para discordias y zancadillas. Nos somete a una especie de hipnosis que hace creer que todo hay que dirimirlo aflojando la guita.
Ejemplos no faltan. El otro día, en mi grupo de estudio del Evangelio, veíamos cómo el dinero aparece justo al principio del capítulo 14 de Marcos, en la urdimbre del drama de la pasión de Jesús: el personal se indigna cuando la mujer despilfarra el frasco de perfume (versículo 4) y poco después a Judas “prometieron darle dinero” (v. 11). Vaya hombre.
Me pregunto por qué parece claro y distinto que el dinero ha de mediar en cualquier servicio que se preste. ¿Quién ha dicho que hay que pagar y cobrar por todo? En cuanto las relaciones degeneran en económicas, se pervierten; en cuanto la ayuda mutua se contagia del virus del interés crematístico, a la porra con todo. La gratuidad (yo te doy y tú me das libremente) suele ir acompañada de calma, pero el afán de lucro o el pasar siempre la gorra acarrea disputas, rupturas y malos rollos.
¿O es que acaso no hemos llegado a esta situación de quiebra económica y bancarrota moral a causa de la codicia, la especulación y el afán de ganar y acumular? Y cuanto más desplumados estemos, más tendremos que pagar y más aumentará nuestra irritación. El dinero es como el personaje del tebeo de Astérix titulado “La cizaña”, todo lo emmerde (verbo en francés pero que se entiende perfectamente).
A lo mejor por eso, cuando Jesús envía a sus compañeros a anunciar la Buena Noticia, le dice que vayan con medios pobres: “No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias” (Lc 10, 4). El Reino, que “no vendrá espectacularmente” (Lc 17, 20), no se puede sembrar haciendo alarde de las tecnologías más sofisticadas ni manejando dinerales. Por muy plausible que sea la causa, queda traicionada si pretende realizarse con la lógica de los potentados.
Mucho dinero significa muchos problemas. Abundancia conlleva poder, y por tanto riesgo de abusos y consiguientes polémicas. Como si los alquimistas del siglo I, en lugar de la piedra filosofal que transmuta cualquier metal en oro, hubieran dado con la anti-piedra filosofal, el dinero, que degrada lo humano y lo transforma en virutas despreciables.
Ejemplos no faltan. El otro día, en mi grupo de estudio del Evangelio, veíamos cómo el dinero aparece justo al principio del capítulo 14 de Marcos, en la urdimbre del drama de la pasión de Jesús: el personal se indigna cuando la mujer despilfarra el frasco de perfume (versículo 4) y poco después a Judas “prometieron darle dinero” (v. 11). Vaya hombre.
Me pregunto por qué parece claro y distinto que el dinero ha de mediar en cualquier servicio que se preste. ¿Quién ha dicho que hay que pagar y cobrar por todo? En cuanto las relaciones degeneran en económicas, se pervierten; en cuanto la ayuda mutua se contagia del virus del interés crematístico, a la porra con todo. La gratuidad (yo te doy y tú me das libremente) suele ir acompañada de calma, pero el afán de lucro o el pasar siempre la gorra acarrea disputas, rupturas y malos rollos.
¿O es que acaso no hemos llegado a esta situación de quiebra económica y bancarrota moral a causa de la codicia, la especulación y el afán de ganar y acumular? Y cuanto más desplumados estemos, más tendremos que pagar y más aumentará nuestra irritación. El dinero es como el personaje del tebeo de Astérix titulado “La cizaña”, todo lo emmerde (verbo en francés pero que se entiende perfectamente).
A lo mejor por eso, cuando Jesús envía a sus compañeros a anunciar la Buena Noticia, le dice que vayan con medios pobres: “No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias” (Lc 10, 4). El Reino, que “no vendrá espectacularmente” (Lc 17, 20), no se puede sembrar haciendo alarde de las tecnologías más sofisticadas ni manejando dinerales. Por muy plausible que sea la causa, queda traicionada si pretende realizarse con la lógica de los potentados.
Mucho dinero significa muchos problemas. Abundancia conlleva poder, y por tanto riesgo de abusos y consiguientes polémicas. Como si los alquimistas del siglo I, en lugar de la piedra filosofal que transmuta cualquier metal en oro, hubieran dado con la anti-piedra filosofal, el dinero, que degrada lo humano y lo transforma en virutas despreciables.
jueves, 22 de noviembre de 2012
ENTRE BATAS
Las paredes del hospital están tapizadas de carteles apócrifos, de fotocopias de todos los tamaños y tipos de letra, pegadas con fixo junto a las placas de los boxes o las consultas, arrojando un sinfín de informaciones e instrucciones a veces contradictorias o crípticas, una surte de batiburrillo de avisos superpuestos.
Pero no hacen falta en absoluto para combatir el tedio de la espera, puesto que el espectáculo de tanta gente deambulando por esos pasillos es suficientemente entretenido. Es curioso que, en un lugar tan enorme como el Perpetuo Socorro de Badajoz, la vista se posa siempre en personas que no conoces; como en Mérida. Una sorpresa, porque en el pueblo estamos viendo en todo momento caras conocidas (“en el pueblo nos conocemos tos”).
Son gentes algo postradas, porque el lugar es una especie de invernadero del dolor. Una señora con una muleta dando ostensibles cojetás, una joven en silla de ruedas con el pie como un bote, el ruido de la máquina de cortar las escayolas (estamos en trauma), varios ancianos llegan como sujetándose unos a otros, Josefita que teme que el médico le diga que se debería poner prótesis en las rodillas.
Batas blancas van y vienen. Son símbolo de estatus, confieren un extraño poder a sus poseedores, disparan el miedo que tenemos a los médicos. Me hacen recordar los tiempos de la facultad, cuando dejábamos un rato el laboratorio para ir a la cafetería sin quitarnos las batas, orgullosos aprendices de químicos… Jeje.
Entramos. El traumatólogo es simpático y serio a la vez, y la anima a la operación. La enfermera es de mediana edad, más simpática: “Haga caso a su hijo”. “No, no es mi hijo, es el cura de mi pueblo, que es vecino” (era inevitable). Y el doctor: “¿Conoces a Paco Sayago?”. Leñe - pienso -, Paco es como el Señor Parrilla.
Vamos con el volante a admisión para que pongan a Josefita en la lista de espera. Nos atiende una mujer más o menos de mi edad, muy agradable, como las otras dos funcionarias de la oficina. Teclea con las uñas pintadas de negro y nos dice que “esto va a tardar más o menos un año”. Nos miramos y sonreimos al recordar que anteayer vino el volante para la próxima cita con la neuróloga: 3 de febrero de… ¡2014! Madre mía, ¡2014! ¿Estaremos vivos? Quizá el sistema de salud quiebre antes.
Pero no hacen falta en absoluto para combatir el tedio de la espera, puesto que el espectáculo de tanta gente deambulando por esos pasillos es suficientemente entretenido. Es curioso que, en un lugar tan enorme como el Perpetuo Socorro de Badajoz, la vista se posa siempre en personas que no conoces; como en Mérida. Una sorpresa, porque en el pueblo estamos viendo en todo momento caras conocidas (“en el pueblo nos conocemos tos”).
Son gentes algo postradas, porque el lugar es una especie de invernadero del dolor. Una señora con una muleta dando ostensibles cojetás, una joven en silla de ruedas con el pie como un bote, el ruido de la máquina de cortar las escayolas (estamos en trauma), varios ancianos llegan como sujetándose unos a otros, Josefita que teme que el médico le diga que se debería poner prótesis en las rodillas.
Batas blancas van y vienen. Son símbolo de estatus, confieren un extraño poder a sus poseedores, disparan el miedo que tenemos a los médicos. Me hacen recordar los tiempos de la facultad, cuando dejábamos un rato el laboratorio para ir a la cafetería sin quitarnos las batas, orgullosos aprendices de químicos… Jeje.
Entramos. El traumatólogo es simpático y serio a la vez, y la anima a la operación. La enfermera es de mediana edad, más simpática: “Haga caso a su hijo”. “No, no es mi hijo, es el cura de mi pueblo, que es vecino” (era inevitable). Y el doctor: “¿Conoces a Paco Sayago?”. Leñe - pienso -, Paco es como el Señor Parrilla.
Vamos con el volante a admisión para que pongan a Josefita en la lista de espera. Nos atiende una mujer más o menos de mi edad, muy agradable, como las otras dos funcionarias de la oficina. Teclea con las uñas pintadas de negro y nos dice que “esto va a tardar más o menos un año”. Nos miramos y sonreimos al recordar que anteayer vino el volante para la próxima cita con la neuróloga: 3 de febrero de… ¡2014! Madre mía, ¡2014! ¿Estaremos vivos? Quizá el sistema de salud quiebre antes.
domingo, 18 de noviembre de 2012
CUSCÚS
Hace ya tiempo que Zora, Mimoun y Bushara me habían invitado a comer. Fue un día en que se llevaron unas cajas de cuscús ya preparados al curry que mi compañero José Juan me había pasado en mi viaje veraniego a Pamplona, porque en su barrio los ecuatorianos y rumanos no los quieren. "Pero otro día vas a venir a casa, padre, y vamos a comer cuscús preparado como en Marruecos". Y fue anteayer.
Habían invitado también a sus vecinas Ana y Manoli, a Eva y a Mari Carmen... probablemente una especie de selección de quienes, según ellos más les ayudan. Y es verdad que en su barrio de los Salgueros se portan estupendamente con ellos; en general todo el pueblo, que para esto es realmente espléndido. Así que era una comida de agradecimiento.
¿Quién ayuda más a quién? - me pregunto. Con sus hijas saltando y jugando con Lucía y Aisane, vamos colocando, sobre las dos únicas mesas que hay, platos, cubiertos, vasos, servilletas (la mitad de las cosas hay que traerlas porque somos más de lo habitual, y porque esta familia vive con lo puesto). Tomamos asiento y comienza la conversación, las caras sonrientes, todos muy relajados. Seguramente porque el reconocimiento es mutuo: es muy duro pedir, y es difícil dar sin degradar al otro. Atenderlo sin sustituirlo. Socorrerlo sin salvarlo. Compartir desde su mismo "abajo". Recibir con generosidad, sin resentimiento.
Aparece la fuente de cuscús, enorme, con verduras y pollo, que acompañamos con una salsa deliciosa dispuesta en cuencos. Nos cuentan cosas de su país: cómo es la familia, el trabajo, las costumbres. Su vecina Sabina, la madre de Manoli, murió hace un año; y ayer enterramos al yerno de otra vecina. "¿Cómo es allí el duelo? ¿Y el matrimonio?"... Preguntamos y nos explican, descubrimos que Bushara es universitaria. Me llega de alguna manera su lucha y su esperanza, se me pega al corazón la crudeza de su caminar, la acumulación de amargura y al mismo tiempo su enorme fuerza como personas. Escucho y admiro.
El postre es el té. Té verde preparado a su estilo, que me encanta y me transporta a viajes por Tánger, por Malí, Senegal y Níger. A esta hora las sonrisas son más abiertas. Bromeamos acerca de los idiomas que Anuar, el bebé de Bushara, precioso y simpatiquísimo, dominará cuando crezca. "Mis hijas nunca volverán allí, ellas serán de aquí", y no se sabe bien si es deseo o fatalidad, proyecto o posibilidad.
Pero se me echa la hora encima y he de volver a la parroquia, a la catequesis de confirmación, mi tarea con los que sí son cristianos (jejeje). Aunque en el fondo somos todos iguales, hemos dicho antes de despedirnos. He quedado en que el domingo, o sea, dentro de un rato, pasaré a por un bizcocho para celebrar el cumple de mis sobrinos y una caja de té del suyo. Qué buen rato. Y además, aquella noche, en el funeral de su madre, Manoli tenía mejor cara.
Habían invitado también a sus vecinas Ana y Manoli, a Eva y a Mari Carmen... probablemente una especie de selección de quienes, según ellos más les ayudan. Y es verdad que en su barrio de los Salgueros se portan estupendamente con ellos; en general todo el pueblo, que para esto es realmente espléndido. Así que era una comida de agradecimiento.
¿Quién ayuda más a quién? - me pregunto. Con sus hijas saltando y jugando con Lucía y Aisane, vamos colocando, sobre las dos únicas mesas que hay, platos, cubiertos, vasos, servilletas (la mitad de las cosas hay que traerlas porque somos más de lo habitual, y porque esta familia vive con lo puesto). Tomamos asiento y comienza la conversación, las caras sonrientes, todos muy relajados. Seguramente porque el reconocimiento es mutuo: es muy duro pedir, y es difícil dar sin degradar al otro. Atenderlo sin sustituirlo. Socorrerlo sin salvarlo. Compartir desde su mismo "abajo". Recibir con generosidad, sin resentimiento.
Aparece la fuente de cuscús, enorme, con verduras y pollo, que acompañamos con una salsa deliciosa dispuesta en cuencos. Nos cuentan cosas de su país: cómo es la familia, el trabajo, las costumbres. Su vecina Sabina, la madre de Manoli, murió hace un año; y ayer enterramos al yerno de otra vecina. "¿Cómo es allí el duelo? ¿Y el matrimonio?"... Preguntamos y nos explican, descubrimos que Bushara es universitaria. Me llega de alguna manera su lucha y su esperanza, se me pega al corazón la crudeza de su caminar, la acumulación de amargura y al mismo tiempo su enorme fuerza como personas. Escucho y admiro.
El postre es el té. Té verde preparado a su estilo, que me encanta y me transporta a viajes por Tánger, por Malí, Senegal y Níger. A esta hora las sonrisas son más abiertas. Bromeamos acerca de los idiomas que Anuar, el bebé de Bushara, precioso y simpatiquísimo, dominará cuando crezca. "Mis hijas nunca volverán allí, ellas serán de aquí", y no se sabe bien si es deseo o fatalidad, proyecto o posibilidad.
Pero se me echa la hora encima y he de volver a la parroquia, a la catequesis de confirmación, mi tarea con los que sí son cristianos (jejeje). Aunque en el fondo somos todos iguales, hemos dicho antes de despedirnos. He quedado en que el domingo, o sea, dentro de un rato, pasaré a por un bizcocho para celebrar el cumple de mis sobrinos y una caja de té del suyo. Qué buen rato. Y además, aquella noche, en el funeral de su madre, Manoli tenía mejor cara.
miércoles, 14 de noviembre de 2012
EL PASEO MAÑANERO
Ser cura de pueblos chicos acarrea muchas cosas tan bonitas como raras en estos tiempos bárbaros; una de ellas es la oportunidad de andar por el campo casi sin querer. Sales de casa, te alejas unos metros, y de la quietud de la calle pasas al envolvente silencio de la dehesa. Es algo delicioso.
Después de varios días de cielo gris, los colores del campo te inundan los ojos en una sorpresa de belleza natural sin paliativos; es como ver la tele en alta definición, con una nitidez que te hace notar cómo fluye por tus venas la dicha de estar vivo. Qué lujo asiático.
Bajo por la carretera de Salvatierra hasta el Arroyal. Son las nueve de la mañana. El sol del otoño se echa sobre las encinas, ancianas y dignas; los rayos no golpean, arrullan con suavidad golosa y horizontal, componiendo una luz dulce, que recorre como acariciando las ondulaciones de las fincas. Los tonos verdes, ocres y pardos, qué maravilla; apenas el piar quedo de los pájaros, y, por ahí arriba, en aquel castañar, un tolón-tolón discreto, casi perdido... Un silencio habitado, una exaltación callada, sin alardes. Todo es humildemente hermoso.
El camino pica hacia arriba, hacia el Valle. Los pulmones perfumados del olor a tierra mojada; un par de vacas pastan poco más allá, con sus etiquetas en las orejas; veo luego unos caballos que parecen escuchar conmigo mi propia respiración, y detrás la belleza majestuosa de castaños y alcornoques. Esta mañana he visto incluso cabras y una piara de guarrinos chicos.
Durante el paseo, mi cabeza cavila; hago mis planes para las parroquias; maquino que "hoy tengo que hacer tal cosa, ver a tal persona"; pienso, comprendo y decido; camino y amo aun a distancia; reconsidero, reflexiono, recuerdo; ... y se me ocurren mil temas para escribir. Hasta que hay un momento en que solo miro y escucho. Y simplemente mi sonrisa se sacia de esta hermosura. Y me siento feliz y sereno.
Después de varios días de cielo gris, los colores del campo te inundan los ojos en una sorpresa de belleza natural sin paliativos; es como ver la tele en alta definición, con una nitidez que te hace notar cómo fluye por tus venas la dicha de estar vivo. Qué lujo asiático.
Bajo por la carretera de Salvatierra hasta el Arroyal. Son las nueve de la mañana. El sol del otoño se echa sobre las encinas, ancianas y dignas; los rayos no golpean, arrullan con suavidad golosa y horizontal, componiendo una luz dulce, que recorre como acariciando las ondulaciones de las fincas. Los tonos verdes, ocres y pardos, qué maravilla; apenas el piar quedo de los pájaros, y, por ahí arriba, en aquel castañar, un tolón-tolón discreto, casi perdido... Un silencio habitado, una exaltación callada, sin alardes. Todo es humildemente hermoso.
El camino pica hacia arriba, hacia el Valle. Los pulmones perfumados del olor a tierra mojada; un par de vacas pastan poco más allá, con sus etiquetas en las orejas; veo luego unos caballos que parecen escuchar conmigo mi propia respiración, y detrás la belleza majestuosa de castaños y alcornoques. Esta mañana he visto incluso cabras y una piara de guarrinos chicos.
Durante el paseo, mi cabeza cavila; hago mis planes para las parroquias; maquino que "hoy tengo que hacer tal cosa, ver a tal persona"; pienso, comprendo y decido; camino y amo aun a distancia; reconsidero, reflexiono, recuerdo; ... y se me ocurren mil temas para escribir. Hasta que hay un momento en que solo miro y escucho. Y simplemente mi sonrisa se sacia de esta hermosura. Y me siento feliz y sereno.
domingo, 11 de noviembre de 2012
ORGULLO Y VANIDAD
Desde ¡agosto! lleva encima de mi mesa un artículo de Eugenio Fuentes http://es.wikipedia.org/wiki/Eugenio_Fuentes
que leí en el Hoy (12-8-12) y que me pareció genial. Casi tres meses después - y qué meses - todavía lo encuentro más certero. Os pongo unos párrafos. Como la vida misma.
"Con demasiada frecuencia ocurre que alguien, por azar o por méritos, consigue un pequeño triunfo y enseguida la vanidad saca la bomba de inflar y se pone manos a la obra hasta que el afortunado está orondo como un baúl.
(...) A otro, en fin, se le asigna un cargo en la política o en la administración o en una empresa y ya cree que todo le está permitido, ya se siente el centro del universo y la palabra YO comienza a ser su favorita. El sillón del despacho que ocupa le parece un trono, la mesa un pedestal y el diploma colgado en la pared un título nobiliario. Quien antes mantenía una actitud moderada ante la vida, ahora, subido en la tarima, se cree más alto, más fuerte, más listo. Son suficientes unos meses de mando para que en sus declaraciones públicas saque el mentón que antes sólo era barbilla, para que el tono de su voz se engole y contenga un matiz de desprecio o de amenaza hacia quien no esté de acuerdo con sus postulados. Cegado por la vanidad, llega a creer que su poder se extiende más allá de las estrictas competencias de su cargo, considera que puede mandar sobre otras parcelas ajenas a su ámbito, cuando no ampliar el dominio hasta la vida privada. La vanidad es ciega y provoca que se pierdan los referentes: de tanto observare uno a sí mismo deja de observar a los demás.
Ante tanto ostentación pública surge la duda de si en realidad no escondemos tras la vanidad nuestras limitaciones. La persona habitualmente incapaz de un aciertoque de pronto logra resolver un problema difícil tiende a vanagloriarse de su hazaña, a recordarla una y otra vez en voz alta para que todos se enteren. (...) Quienes están más seguros de sus méritos desdeñan la jactancia, sabedores de lo fatigoso que resulta alimentar sin tregua al insaciable ego (...). Por el contrario, procuran reconocer sus limitaciones de talento, de edad o de físico, puesto que así nadie les exigirá nada que esté más allá de sus fuerzas.
(...) Lo que en el orgullo es estimación propia, confianza en uno mismo y satisfacción privada por el trabajo bien hecho, al margen del eco que encuentre en los demás, en la vanidad es ostentación con que ocultar la fragilidad del acierto.
(...) Esa inconsistencia de la vanidad provoca que cualquier ataque contra ella sea considerado automáticamente como una ofensa personal, porque puede derrombar el frágil entramado sobre el que se sostiene, mientras que la fortaleza del orgullo soporta las heridas que se le infieren y tarde o temprano termina convirtiéndolas en cicatrices.
(...) Nos mostramos contentos de habernos conocido y de ser reconocidos por los otros. Fanfarrones de secano ante la travesía marítima que nunca emprenderemos, héroes en las batallas del pasado, siempre el pez que pescamos es el más grande y siempre es la escopeta, no nuestra puntería, la que falla en la caza."
que leí en el Hoy (12-8-12) y que me pareció genial. Casi tres meses después - y qué meses - todavía lo encuentro más certero. Os pongo unos párrafos. Como la vida misma.
"Con demasiada frecuencia ocurre que alguien, por azar o por méritos, consigue un pequeño triunfo y enseguida la vanidad saca la bomba de inflar y se pone manos a la obra hasta que el afortunado está orondo como un baúl.
(...) A otro, en fin, se le asigna un cargo en la política o en la administración o en una empresa y ya cree que todo le está permitido, ya se siente el centro del universo y la palabra YO comienza a ser su favorita. El sillón del despacho que ocupa le parece un trono, la mesa un pedestal y el diploma colgado en la pared un título nobiliario. Quien antes mantenía una actitud moderada ante la vida, ahora, subido en la tarima, se cree más alto, más fuerte, más listo. Son suficientes unos meses de mando para que en sus declaraciones públicas saque el mentón que antes sólo era barbilla, para que el tono de su voz se engole y contenga un matiz de desprecio o de amenaza hacia quien no esté de acuerdo con sus postulados. Cegado por la vanidad, llega a creer que su poder se extiende más allá de las estrictas competencias de su cargo, considera que puede mandar sobre otras parcelas ajenas a su ámbito, cuando no ampliar el dominio hasta la vida privada. La vanidad es ciega y provoca que se pierdan los referentes: de tanto observare uno a sí mismo deja de observar a los demás.
Ante tanto ostentación pública surge la duda de si en realidad no escondemos tras la vanidad nuestras limitaciones. La persona habitualmente incapaz de un aciertoque de pronto logra resolver un problema difícil tiende a vanagloriarse de su hazaña, a recordarla una y otra vez en voz alta para que todos se enteren. (...) Quienes están más seguros de sus méritos desdeñan la jactancia, sabedores de lo fatigoso que resulta alimentar sin tregua al insaciable ego (...). Por el contrario, procuran reconocer sus limitaciones de talento, de edad o de físico, puesto que así nadie les exigirá nada que esté más allá de sus fuerzas.
(...) Lo que en el orgullo es estimación propia, confianza en uno mismo y satisfacción privada por el trabajo bien hecho, al margen del eco que encuentre en los demás, en la vanidad es ostentación con que ocultar la fragilidad del acierto.
(...) Esa inconsistencia de la vanidad provoca que cualquier ataque contra ella sea considerado automáticamente como una ofensa personal, porque puede derrombar el frágil entramado sobre el que se sostiene, mientras que la fortaleza del orgullo soporta las heridas que se le infieren y tarde o temprano termina convirtiéndolas en cicatrices.
(...) Nos mostramos contentos de habernos conocido y de ser reconocidos por los otros. Fanfarrones de secano ante la travesía marítima que nunca emprenderemos, héroes en las batallas del pasado, siempre el pez que pescamos es el más grande y siempre es la escopeta, no nuestra puntería, la que falla en la caza."
martes, 6 de noviembre de 2012
TODO ESTÁ A PUNTO DE DESMORONARSE
Tranquilos que no pasa ná; pero, ¿a que hay ciertos momentos en los que uno siente que esto o lo otro está como cogido con alfileres y a punto de derrumbarse? Ocurre con muchas cosas en la parroquia y en la vida, cuya aparente estabilidad es apenas un espejismo que nos sirve de tranquilizante.
Hace un par de semanas, por ejemplo. Están los jóvenes del grupo de la JEC de Santa Ana; no hay forma de convencerlos de que vayan a la asamblea regional. El viernes me cuentan que en otro pueblo se han borrao quince o veinte de repente, ¡la misma mañana de la convivencia!... Por la tarde, a la hora habitual del grupo, nuestros chavales van a la parroquia y trabajan estupendamente. Ver para creer.
Por la noche tenemos grupo del Movimiento Rural. Solo estamos tres, luego cuatro; decidimos suspender la reunión. Me voy a casa cansado, con una pelota en la garganta a causa de la faringitis, con la sensación de estar caminando en el vacío, preguntándome si realmente tiene consistencia aquello por lo que intento dar la vida. Ayer solamente tres madres en la catequesis familiar; la semana anterior la mitad de las catequistas que faltan a la coordinación, la misa del domingo sin rastro de niños...
¿O es que quizá la entrega solo es auténtica si aquello por lo que te partes la cara no está asegurado? ¿Lo de "no tener dónde recinar la cabeza" quiere decir hacer todo lo que uno pueda sin dar un miligramo de "éxito" por supuesto? ¿O convencerme interiormente de que esta palabra, "éxito", solo se puede escribir entre comillas sin falsearla con el tufillo de la vanidad?
Mucho de la vida, de la tarea misionera, se comporta como un sistema caótico, autogestionado, que escapa a nuestro control... Como algo que esté en el aire, que no acaba nunca de ser sólido. Esta tarde voy al Valle al grupo nuevo de Confirmación; y me dejan tirado, no vienen y no avisan... una hora allí sentado con los cables pelados, esperando, sin poderme ir porque está el coche en el taller. Lo mismo la semana pasada, con el grupo viejo, ¿cuántas veces tengo que quedarme solo para comprender que la misión no depende de mi fuerza, mi entusiasmo, acierto o ilusión?
Que empieza anatomía de Grey. Hasta mañana.
Hace un par de semanas, por ejemplo. Están los jóvenes del grupo de la JEC de Santa Ana; no hay forma de convencerlos de que vayan a la asamblea regional. El viernes me cuentan que en otro pueblo se han borrao quince o veinte de repente, ¡la misma mañana de la convivencia!... Por la tarde, a la hora habitual del grupo, nuestros chavales van a la parroquia y trabajan estupendamente. Ver para creer.
Por la noche tenemos grupo del Movimiento Rural. Solo estamos tres, luego cuatro; decidimos suspender la reunión. Me voy a casa cansado, con una pelota en la garganta a causa de la faringitis, con la sensación de estar caminando en el vacío, preguntándome si realmente tiene consistencia aquello por lo que intento dar la vida. Ayer solamente tres madres en la catequesis familiar; la semana anterior la mitad de las catequistas que faltan a la coordinación, la misa del domingo sin rastro de niños...
¿O es que quizá la entrega solo es auténtica si aquello por lo que te partes la cara no está asegurado? ¿Lo de "no tener dónde recinar la cabeza" quiere decir hacer todo lo que uno pueda sin dar un miligramo de "éxito" por supuesto? ¿O convencerme interiormente de que esta palabra, "éxito", solo se puede escribir entre comillas sin falsearla con el tufillo de la vanidad?
Mucho de la vida, de la tarea misionera, se comporta como un sistema caótico, autogestionado, que escapa a nuestro control... Como algo que esté en el aire, que no acaba nunca de ser sólido. Esta tarde voy al Valle al grupo nuevo de Confirmación; y me dejan tirado, no vienen y no avisan... una hora allí sentado con los cables pelados, esperando, sin poderme ir porque está el coche en el taller. Lo mismo la semana pasada, con el grupo viejo, ¿cuántas veces tengo que quedarme solo para comprender que la misión no depende de mi fuerza, mi entusiasmo, acierto o ilusión?
Que empieza anatomía de Grey. Hasta mañana.
domingo, 4 de noviembre de 2012
MI PUEBLO BAJO EL AGUA
¡Vaya día ayer! Qué manera de llover... Toda la noche anterior cayendo chuzos de punta, y todo el día, desde por la mañana, diluviando; el día de la Confirmación. El remate del tomate.
A las 9:30 habían quedado las madres para limpiar y preparar la iglesia (y vaya cómo se lo curraron), y llegaron luchando contra el chaparrón. Yo intentando coger un par de bombonas para los braseros de las salas de reuniones, pero el bombonero no llegaba y yo me estaba empapando: agua por los costados, por la espalda...
Me vine pa casa; tenía también que hacer limpieza, era urgente (...). Agua por todos lados: lloviendo por la ventana del dormitorio, el caño del patio a duras penas soportando semejante volumen en pocas horas; y el cuarto de la lavadora, hecho un charco... ¡oh, nooo! Entra mi vecino Juan y nos preguntamos si será del desague, que no ha resistido tal cantidad de agua, o más bien que se filtra desde el cercao de atrás... Le ponemos un trapo al agujero de la pared y a vigilar...
Vuelvo a la parroquia a ver cómo van aquellas. Me cuentan que el Abanico está alagado, que varias casas están invadidas por el agua que baja tremenda de los barrios, que incluso un muro ha cedido ante su fuerza... Lo comentamos en la puerta de la iglesia pero no nos hace ni falta: notamos el agua entrando en nuestros zapatos, vemos cómo, desde la zona del recinto ferial, la calle es como una catarata, en la plaza podrían entrenar los palistas esos que ganan las medallas...
Como a las tres, Paco Pastelero me viene a buscar: que una caja de registro junto a la puerta de la iglesia está pegando chispazos. Se ha desprendido de la pared, es una caja vieja en la que termina una línea; echa humo. Llamamos al alcalde. Viene con un chubasquero como si fuera pescador, se ve que lleva un rato sacando agua aquí y allá. La cosa parece que se calma. Me vuelvo a casa. Leo y me entra un vilano... hasta que Josefina viene muy nerviosa, "¡corre!". Mientras me pongo los zapatos oigo una gran explosión, y desde la esquina, al ver las llamas, voy marcando ya el 112.
¡Vaya susto! El muro se queda chamuscado, pero aparentemente ha pasado el peligro. Una hora después llega el electricista y corta la corriente para que el cable no sea peligroso.
Son más de las cinco y media. Pronto vendrá Manolo Alegre a la Confirmación. Le pongo un mensaje y le digo que si no puede venir por el agua no pasa ná, que llamamos al obispo, delega en mí y los confirmo yo más bien que to las cosas. Pero no me hace caso y viene (vaya hombre). Y los confirma sin novedad. El día termina en la nave de Mc Gyver, disfrutando de una tortilla excelente, un barceló y una compañía única. Mari me sube en su carro nuevo a casa, siempre bajo el agua.; menos mal que es un Ford anfibio.
Ahora, a las 9:30 de la mañana, mientras escribo, me acompaña el rumor de la cortina de lluvia sobre mi pueblo. El truco del trapo aparentemente funciona. No sé si van a suspender la carrera popular, como en Nueva York; y voy preparando los salvavidas para ir luego a misa al Valle. Novayaaserque...
A las 9:30 habían quedado las madres para limpiar y preparar la iglesia (y vaya cómo se lo curraron), y llegaron luchando contra el chaparrón. Yo intentando coger un par de bombonas para los braseros de las salas de reuniones, pero el bombonero no llegaba y yo me estaba empapando: agua por los costados, por la espalda...
Me vine pa casa; tenía también que hacer limpieza, era urgente (...). Agua por todos lados: lloviendo por la ventana del dormitorio, el caño del patio a duras penas soportando semejante volumen en pocas horas; y el cuarto de la lavadora, hecho un charco... ¡oh, nooo! Entra mi vecino Juan y nos preguntamos si será del desague, que no ha resistido tal cantidad de agua, o más bien que se filtra desde el cercao de atrás... Le ponemos un trapo al agujero de la pared y a vigilar...
Vuelvo a la parroquia a ver cómo van aquellas. Me cuentan que el Abanico está alagado, que varias casas están invadidas por el agua que baja tremenda de los barrios, que incluso un muro ha cedido ante su fuerza... Lo comentamos en la puerta de la iglesia pero no nos hace ni falta: notamos el agua entrando en nuestros zapatos, vemos cómo, desde la zona del recinto ferial, la calle es como una catarata, en la plaza podrían entrenar los palistas esos que ganan las medallas...
Como a las tres, Paco Pastelero me viene a buscar: que una caja de registro junto a la puerta de la iglesia está pegando chispazos. Se ha desprendido de la pared, es una caja vieja en la que termina una línea; echa humo. Llamamos al alcalde. Viene con un chubasquero como si fuera pescador, se ve que lleva un rato sacando agua aquí y allá. La cosa parece que se calma. Me vuelvo a casa. Leo y me entra un vilano... hasta que Josefina viene muy nerviosa, "¡corre!". Mientras me pongo los zapatos oigo una gran explosión, y desde la esquina, al ver las llamas, voy marcando ya el 112.
¡Vaya susto! El muro se queda chamuscado, pero aparentemente ha pasado el peligro. Una hora después llega el electricista y corta la corriente para que el cable no sea peligroso.
Son más de las cinco y media. Pronto vendrá Manolo Alegre a la Confirmación. Le pongo un mensaje y le digo que si no puede venir por el agua no pasa ná, que llamamos al obispo, delega en mí y los confirmo yo más bien que to las cosas. Pero no me hace caso y viene (vaya hombre). Y los confirma sin novedad. El día termina en la nave de Mc Gyver, disfrutando de una tortilla excelente, un barceló y una compañía única. Mari me sube en su carro nuevo a casa, siempre bajo el agua.; menos mal que es un Ford anfibio.
Ahora, a las 9:30 de la mañana, mientras escribo, me acompaña el rumor de la cortina de lluvia sobre mi pueblo. El truco del trapo aparentemente funciona. No sé si van a suspender la carrera popular, como en Nueva York; y voy preparando los salvavidas para ir luego a misa al Valle. Novayaaserque...