Me pasma la facilidad que tiene el dinero para estropearlo todo, para corromper lo humano y hacernos tropezar. Cuando el dinero aparece preparémonos para discordias y zancadillas. Nos somete a una especie de hipnosis que hace creer que todo hay que dirimirlo aflojando la guita.
Ejemplos no faltan. El otro día, en mi grupo de estudio del Evangelio, veíamos cómo el dinero aparece justo al principio del capítulo 14 de Marcos, en la urdimbre del drama de la pasión de Jesús: el personal se indigna cuando la mujer despilfarra el frasco de perfume (versículo 4) y poco después a Judas “prometieron darle dinero” (v. 11). Vaya hombre.
Me pregunto por qué parece claro y distinto que el dinero ha de mediar en cualquier servicio que se preste. ¿Quién ha dicho que hay que pagar y cobrar por todo? En cuanto las relaciones degeneran en económicas, se pervierten; en cuanto la ayuda mutua se contagia del virus del interés crematístico, a la porra con todo. La gratuidad (yo te doy y tú me das libremente) suele ir acompañada de calma, pero el afán de lucro o el pasar siempre la gorra acarrea disputas, rupturas y malos rollos.
¿O es que acaso no hemos llegado a esta situación de quiebra económica y bancarrota moral a causa de la codicia, la especulación y el afán de ganar y acumular? Y cuanto más desplumados estemos, más tendremos que pagar y más aumentará nuestra irritación. El dinero es como el personaje del tebeo de Astérix titulado “La cizaña”, todo lo emmerde (verbo en francés pero que se entiende perfectamente).
A lo mejor por eso, cuando Jesús envía a sus compañeros a anunciar la Buena Noticia, le dice que vayan con medios pobres: “No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias” (Lc 10, 4). El Reino, que “no vendrá espectacularmente” (Lc 17, 20), no se puede sembrar haciendo alarde de las tecnologías más sofisticadas ni manejando dinerales. Por muy plausible que sea la causa, queda traicionada si pretende realizarse con la lógica de los potentados.
Mucho dinero significa muchos problemas. Abundancia conlleva poder, y por tanto riesgo de abusos y consiguientes polémicas. Como si los alquimistas del siglo I, en lugar de la piedra filosofal que transmuta cualquier metal en oro, hubieran dado con la anti-piedra filosofal, el dinero, que degrada lo humano y lo transforma en virutas despreciables.
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