domingo, 11 de noviembre de 2012

ORGULLO Y VANIDAD

Desde ¡agosto! lleva encima de mi mesa un artículo de Eugenio Fuentes http://es.wikipedia.org/wiki/Eugenio_Fuentes
que leí en el Hoy (12-8-12) y que me pareció genial. Casi tres meses después - y qué meses - todavía lo encuentro más certero. Os pongo unos párrafos. Como la vida misma.

"Con demasiada frecuencia ocurre que alguien, por azar o por méritos, consigue un pequeño triunfo y enseguida la vanidad saca la bomba de inflar y se pone manos a la obra hasta que el afortunado está orondo como un baúl.

(...) A otro, en fin, se le asigna un cargo en la política o en la administración o en una empresa y ya cree que todo le está permitido, ya se siente el centro del universo y la palabra YO comienza a ser su favorita. El sillón del despacho que ocupa le parece un trono, la mesa un pedestal y el diploma colgado en la pared un título nobiliario. Quien antes mantenía una actitud moderada ante la vida, ahora, subido en la tarima, se cree más alto, más fuerte, más listo. Son suficientes unos meses de mando para que en sus declaraciones públicas saque el mentón que antes sólo era barbilla, para que el tono de su voz se engole y contenga un matiz de desprecio o de amenaza hacia quien no esté de acuerdo con sus postulados. Cegado por la vanidad, llega a creer que su poder se extiende más allá de las estrictas competencias de su cargo, considera que puede mandar sobre otras parcelas ajenas a su ámbito, cuando no ampliar el dominio hasta la vida privada. La vanidad es ciega y provoca que se pierdan los referentes: de tanto observare uno a sí mismo deja de observar a los demás.

Ante tanto ostentación pública surge la duda de si en realidad no escondemos tras la vanidad nuestras limitaciones. La persona habitualmente incapaz de un aciertoque de pronto logra resolver un problema difícil tiende a vanagloriarse de su hazaña, a recordarla una y otra vez en voz alta para que todos se enteren. (...) Quienes están más seguros de sus méritos desdeñan la jactancia, sabedores de lo fatigoso que resulta alimentar sin tregua al insaciable ego (...). Por el contrario, procuran reconocer sus limitaciones de talento, de edad o de físico, puesto que así nadie les exigirá nada que esté más allá de sus fuerzas.

(...) Lo que en el orgullo es estimación propia, confianza en uno mismo y satisfacción privada por el trabajo bien hecho, al margen del eco que encuentre en los demás, en la vanidad es ostentación con que ocultar la fragilidad del acierto.

(...) Esa inconsistencia de la vanidad provoca que cualquier ataque contra ella sea considerado automáticamente como una ofensa personal, porque puede derrombar el frágil entramado sobre el que se sostiene, mientras que la fortaleza del orgullo soporta las heridas que se le infieren y tarde o temprano termina convirtiéndolas en cicatrices.

(...) Nos mostramos contentos de habernos conocido y de ser reconocidos por los otros. Fanfarrones de secano ante la travesía marítima que nunca emprenderemos, héroes en las batallas del pasado, siempre el pez que pescamos es el más grande y siempre es la escopeta, no nuestra puntería, la que falla en la caza."

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