Durante un receso de la escuela zonal de formación de
agentes pastorales – taller de Biblia, temas sobre Jesús, la madurez personal,
los sacramentos, la cultura- en Estrecho, en el lejano río Putumayo, la señora
Rubiela se me acercó y me dijo: “padre, tengo que decirte que no soy
católica”. Me hizo sonreír y le contesté: “bueno, eso es lo que tú
te crees”.
Porque Rubiela Ríos es una mujer franca, sincera y directa.
Vive en una pequeña comunidad llamada “8 de Diciembre”, a cinco horas de
navegación aguas arriba de Estrecho y, como todos sus vecinos, es indígena murui.
La gente se dedica a la agricultura, siendo el cacao el sembrío estrella: “tenemos
un módulo de catorce hectáreas bien implementado, con su fermentadora y su
secadora”.
Rubiela es lideresa de su comunidad, un título, una
responsabilidad y una tarea que se ha granjeado por sus cualidades y por su
carácter. “Promuevo la valoración de la cultura, fortaleciendo las
capacidades ancestrales de nuestra etnia a través de la artesanía y otras
actividades”. Ahí entran las músicas tradicionales, la danza, el
conocimiento y uso de las plantas medicinales, etc.
Además, doña Rubi está implicada en causas más complejas y más
ingratas. Es una luchadora empeñada en erradicar el alcoholismo y la
violencia, que tantas veces van unidos, y sobre todo en potenciar el rol de la
mujer en la comunidad. Y esto es algo delicado, que le acarrea
incomprensiones y hasta burlas, porque en estos lugares tan alejados, con el
Estado casi ausente, el abuso a menudo está completamente naturalizado y da la
impresión de que cualquiera puede hacer lo que le de la gana, y no pasa nada.
Forma parte de la Federación de Comunidades Nativas del
Putumayo y se alía con lideresas como ella pertenecientes a quince comunidades
del río. Rubiela es de las que más empuja y más claro habla: hay que acabar
con el sometimiento de las mujeres, romper el silencio, reivindicar su dignidad.
Un discurso que se transforma en acciones, talleres, conversatorios y gestos
que van poco a poco rompiendo la mentalidad y las prácticas consuetudinarias, que
marcan que las autoridades son masculinas y solo los varones mambean
coca.
Son argumentos centrales de la actividad de Rubiela y su
grupo la defensa del territorio frente a actividades extractivas criminales, el
cuidado del agua y los ecosistemas, el respeto a los derechos individuales y
colectivos, la denuncia de la precaria situación de atención en salud y la
educación deficiente, el empeño por revitalizar la identidad cultural como
aporte a la nueva generación… Este compromiso, además de quitarle tiempo
para sus hijos y su hogar, supone a veces jugarse el físico cuando de por medio
andan los grupos paramilitares que ocupan esta región fronteriza con Colombia.
Las mujeres murui, como dadoras de vida, base y pilar
fundamental de familia y sociedad, ejercen un decisivo influjo en la vida
espiritual de la comunidad. Además de utilizar y preparar las plantas sagradas
(coca, tabaco y yuca dulce), Rubi cuenta que pertenece a la Iglesia
evangélica, “pero de igual manera comparto con la Iglesia católica,
porque ellos promueven el fortalecimiento de las capacidades de las mujeres,
miran el tema del ambiente y arman capacitaciones y espacios de formación.
Yo me involucré con ellos y me gusta participar, trabajar y aprender mucho más
porque ellos sensibilizan y motivan a las comunidades”.
Qué piropo para mis compañeros de aquella zona y qué orgullo
para el Vicariato… pero más que eso, ¡qué privilegio contar con Rubiela como
parte de nosotros! Ella es verdaderamente católica porque busca el bien
integral de la persona humana, es decir, el Reino, sin acepción de “clanes”,
solo aliándose con quienes están en sintonía. Este ecumenismo sencillo y
sensato educa nuestras tendencias sectarias y contribuye primorosamente a formar
el rostro del único Dios.
Y es un rostro de mujer indígena guardiana del
territorio; que es palabra dulce, sabedora, sembradora de esperanza y
cosechadora de vida. Como Rubiela y tantas otras, valientes seguidoras de
Jesús aun sin saberlo, pueblo lindo y santo que camina descalzo sobre el barro,
la ceniza y el arco iris, siempre hacia el futuro.
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