Se llama Ilse del Pilar, casi como mi sobrina y mi
abuela. Cuando su mamá, Nimia del Pilar, me pidió que fuera su padrino,
sentí algo conocido que despertaba dentro de mí después de un letargo: una
combinación de orgullo y responsabilidad, un estremecimiento de dicha que pelea
por superar el pudor de aflorar. Retrocedí siete años atrás…
… a aquel instante de ternura vivido con Esperanza, mi hija.
Ya lo conté acá, y al releerlo tiemblo de pura emoción. Solo días después de aquella
mañana de enero me vine a la Amazonía, y pocos meses más tarde Esperanza fue
adoptada y se la llevaron de Mendoza. Indagué, pregunté, llegué incluso hasta
la Superintendencia Nacional de Adopciones en Lima vestido con clergyman
(por si así me hacían más caso), pero por más que insistí me dijeron
simplemente que ella estaba bien, en una familia estable, que no me preocupara,
pero sin darme más datos de su paradero porque la ley lo impide.
Hace ya tiempo que desistí de intentar encontrarla. Saber
que tiene unos padres que la crían con amor me da alegría, y ayuda a paliar la
nostalgia de abrazarla. Quiero pensar que, ahora que va siendo más grande (debe
tener unos 9 o 10 años), le hablarán alguna vez de sus padrinos, e incluso
podrá ver fotos de su vida en la Casa Hogar, y de su bautismo. No lo sé. Sí
estoy seguro de que la sigo queriendo inmensamente y que, donde sea que se
halle, siempre será mi hija, y si me necesita, estaré para ella.
Regresemos a 2023. Sin esperarlo, Pilar se quedó embarazada.
Todos en la ODEC (Oficina Diocesana de Educación Católica) y muchos en el
Vicariato nos ilusionamos por esta yapa de felicidad que Diosito le
quería regalar a ella y a nosotros. El final de la gestación y el parto no
fueron nada fáciles, pero estuvo siempre muy arropada por Gerty, su pareja, que
se comportó como un padrazo (envergadura tiene, desde luego), y toda esta
familia de San José del Amazonas.
Ilse nació justo el día en que la Infanta Leonor de España cumplió
la mayoría de edad, así que su chapa fue “la princesa”. No nos podíamos creer
cómo esa bebe tan blanca había podido salir de una mamá tan negra y tan chica,
y hasta hoy la fastidiamos con que alguien se la debió de cambiar en el
hospital. La niña me sonrió la primera vez que la vi, y ya me enamoró de
manera irremediable, como la selva.
Porque ese es su carácter, alegre y desenvuelto.
Cuando se la ve medio cancamurriosa o reclamona es porque está malita.
Come con apetito todo lo que se le ofrece, a pesar de que apenas le asoman unas
cuatro diminutas ferocidades, en lenguaje de “Las nanas de la cebolla”. A
menudo su mamá tiene que llevársela a la oficina y allá se convierte en el
juguete de todos, y todo lo que pilla a mano, en su juguete; peligrando sillas,
libros, la computadora, documentos varios y el pisapapeles de cristal.
Se acercaba el día de bautizarla. Y lo hice yo, aunque
esta vez materialmente no le “eché el agua” (el ministro del sacramento fue
nuestro obispo Javier), la bauticé porque soy su padrino. En el momento de
contestar a las preguntas me pasé al lado del público, y después la marcó su
madrina Siomara y yo le coloqué el paño blanco. El photocall completo la
sostuve en mis brazos con mucha satisfacción y sosiego, como se puede apreciar.
A continuación, la fiesta. La prepararon los papás, yo
intervine apenas con algunas sugerencias, y elegí el modelo de torta; pero era
nuestra fiesta, y la viví como anfitrión generoso. Hubo un grupo de
animación con un payaso, tuve que salir dos veces a hacer gracias, me pusieron
un sombrero de mariachi, bailé con mi habitual destreza y me dieron como
premios un peine (no se sabe muy bien para qué) y dos espejos de mano. Se
sirvió arroz con pollo, apareció un ponche delicioso pero peligrosito,
había varios maestros de ODEC y de nuestros colegios, nos reímos…
La música paró a una hora prudencial, los invitados se iban
despidiendo de nosotros educadamente y se quedó la gente más íntima
conversando, mientras los de la empresa iban desarmando el decorado y retirando
las sillas. Al final los papás de Ilse y yo, los tres solos ya, recogimos
los últimos cachivaches, nos felicitamos y dimos por terminado el evento con el
corazón dulce.
Antes, en la homilía de la misa, traté de expresar cómo estos
últimos meses, tan desolados, estoy sin embargo apreciando de manera nueva la
dimensión de la entrega de los padres hacia sus hijos. El dolor que cargo,
aunque es profundo, no supera al agradecimiento. Tener ahora a Ilse es una
invitación a reproducir de alguna manera esa experiencia de amor singular,
porque los sobrinos y los ahijados son lo más parecido a los hijos biológicos.
Dios me ha dado alguien a quien cuidar, por quien
velar siempre, y lo haré como digno hijo de mi madre. El flujo de la vida continúa
maravillosamente. Ilse hija, no te defraudaré. Siempre podrás contar
con tu padrino; junto con tus papás, remaremos para que tu vida sea plena y
feliz.
Buen padrino va a tener
ResponderEliminarEres el mejor ,tienes un gran corazon
ResponderEliminarQue lindas palabras! Yo soy la tía (panameña) y soy morocha!! También me decían que me habían cambiado en el hospital je je je, mi hermano es muy blanco!! Mi Ilse un nombre muy especial para los Castillo.
ResponderEliminarMe alegran sus palabras,con mucho cariño para Nimia y ahora su hija, es maravillosa la gente de la selva, todos nos enamoran
ResponderEliminarFelicidades los padres han sabido elegir Un abrazo
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