Esta entrada es una publi de Molina Ópticos
(c/Almendralejo 18 de Mérida), y más exactamente de sus clientes y de su dueña,
Loren Molina Ruiz, que han trabajado en equipo dando forma a una iniciativa
solidaria tan simple como efectiva.
Ya escribí hace diez años del carácter de mi gran amiga
Loren, su fuerza, su valentía, su determinación. Hace tiempo que ella le venía
dando vueltas al hecho de que hay un montón de gafas que se desechan cuando
todavía se encuentran en buen estado; el público las cambia porque varía la
graduación, desean una montura nueva para renovar su look, o todo a la
vez.
¿Qué se podría hacer con todas esas lentes (así se dice acá
en Perú) que acaban arrumbadas en un cajón, o peor aún, en la basura? “¿Y
si te las enviamos a ti? Así llegarían a personas necesitadas, que no pueden
permitirse tener gafas graduadas”. ¡Genial! Al toque Loren comenzó
entre su clientela y allegados una campaña de recogida de lentes usadas.
Una caja con el rótulo “Gafas para la Amazonía” se fue
llenando poco a poco en la tienda. Cuidadosamente, Loren fue seleccionando
las gafas, las limpió, midió su graduación, puso etiquetas y las dejó listas.
El primer intento de enviarlas no salió bien (la caja voló ida y vuelta por
malos entendimientos en las aduanas peruanas), pero a la segunda hubo éxito: yo
mismo me traje unas 100 lentes, y el resto viene de camino en estos momentos.
Una parte de las gafas se fue a Indiana. En un
encuentro con el equipo de pastoral social de la parroquia les expliqué la
idea, les di algunas sugerencias y les entregué el paquete. Ellos, en otra
reunión, cranearon el método a seguir; decidieron informar en la
Eucaristía del domingo de la donación recibida e invitaron a quienes
necesitaran lentes a acudir tres días más tarde al centro médico del pueblo de
10 a 12 de la mañana.
La gente se presentó puntualita. El personal de salud
estaba preparado para ir midiendo a cada persona su graduación manualmente,
con esos lentes gordos donde se van colocando cristales y preguntando: “¿mejor
este… o este?” (todos hemos pasado por ahí). Una vez que se conocía la
graduación de cada cual, la enfermera y los agentes de pastoral cotejaban los
valores y buscaban entre las gafas disponibles la que mejor cuadrase; a
veces coincidió exactamente o casi, a menudo se acercó.
Las señoras Dorita y Rosario, cristianas veteranas que
acompañaron este momento, cuentan que, después de varias pruebas, las caras
de felicidad y alivio que mostraban los “clientes” les decían que habían dado
con las gafas correctas. Las lentes graduadas son casi un artículo de lujo
para nuestro pueblo pobre; tenerlas implica ir a Iquitos, pagar la consulta de
un oftalmólogo, y después a la óptica, donde los precios están fuera del
alcance de las economías familiares.
Por tanto, gracias de corazón a quienes han hecho posible
este gesto: aquellos que regalaron sus gafas; Loren que sensibilizó,
acopió, preparó y envió (pagando el porte de su bolsillo); mi papá que las ha puesto
en el correo de nuevo (apoquinando esta vez él); el equipo de Indiana
que organizó; los profesionales sanitarios que colaboraron. El milagro del
compartir es que todos quedan contentos: los que dan, los que reciben y los que
facilitan.
La otra mitad de las lentes subió el río Napo, hasta Rumi
Tumi. Ahora espero noticias de la campaña para entregarlas a quienes precisen,
que serán muchos porque, cuanto más lejos de la ciudad están las poblaciones,
más difícil y costoso es acceder a estos servicios básicos. Confío en que
también allí se hará con criterio, así me prometieron en la posta de salud.
Estas pequeñas acciones, con las que este mundo se sostiene
de pie minuto a minuto, forman la imagen de la fraternidad y nos ayudan a
ver con claridad todo lo que de luminoso y humano hay en cada persona.
Disfrutemos apreciándolo con el amanecer de la generosidad y las gafas del
amor.
Una idea preciosa y muy factible en lo que en sí es. PROBECHO , GENEROSIDAD , DISPONIBILIDAD , CARIDAD EN LO MATERIAL , UNION DE PERSONAS PARA REALIZARLO ( MANOLI GALVAN) ABRAZOS
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