Mis papás me mandan todos los años un paquete para celebrar
la Navidad: polvorones, turrón, mazapán, chucherías varias… Pero esta última
vez la caja se quedó atorada en aduanas de Lima y no llegó. Por más que
investigaron acá y preguntamos allá, había desaparecido en un limbo postal.
Hasta que algunos días atrás, yendo por la calle, sonó un whatsapp de mi
papá: “Tienes una sorpresa”.
Y sí: acá estaba la caja, de vuelta a la casa, donde yo
estoy pero no debería estar en esta época del año. Mi mamá es única, me
envía este arsenal de golosinas desde el abrazo de Diosito y se asegura de que
la reciba. De hecho, mis hermanas y yo repasamos el contenido, conmocionados,
y comprobamos que hay turrón de chocolate (mi preferido), y por supuesto las cosas
que le gustan a ella (torta imperial, figuritas de mazapán), así ha firmado
este cariño navideño.
Los últimos años, la videollamada cotidiana terminaba
diciéndome ella “te quiero”. Como si quisiera aprovechar al máximo el tiempo
que el cáncer le concedía para expresar el amor, o compensar posibles
déficits anteriores de afecto, que nunca existieron. Yo le contestaba: “yo
también te quiero a ti”, y así arrancaba mi jornada selvática, con ese rescate
de ternura.
Se quedaba de esa manera conmigo cada mañana, y ahora, estos
días en que luchamos por contener la hemorragia de aflicción, la noto más
cerca que nunca. Mi mamá está acá, a mi lado; salgo a caminar, pongo la
lavadora, trapeo la cocina y me está viendo; su olor me impregna y adorna
muchos momentos; mi hermana nos corta a mi papá y a mí el cabello (¿?) al
número 3 y sabemos que no le gusta, ella tenía que hacerlo al 5; algo se me
cae, o me mancho almorzando y escucho su burla favorita: “homo habilis”.
Jeje.
Mi madre está presente, me cuida, y cuando como ahora las
lágrimas son un huaico que me vence, siento tercios de su fuerza
reanimándome, sus ganas de vivir levantándome. Porque ella está en cada una de mis células desde antes de que naciera, ese es mi orgullo, la energía que
todos nosotros necesitamos ahora más que nunca para seguir adelante.
La penúltima noche, un rato en que estábamos los dos solos,
abrió los ojos, me miró y musitó, bajito: “te tienes que ir”. “¿Adónde?”
– le pregunté yo. “A tu pueblo”. Fue lo último que me dijo a mí
directamente. Me asombra y me admira... De modo que no queda otra: tengo que obedecer a mi mamá y
regresar a mi vida, a mi tarea, con mi pueblo lindo. De hecho, me voy mañana.
Gracias por todas las muestras de cariño y cercanía hacia
mi familia y hacia mí. Disculpen si no pudimos responder a todas las
llamadas o los mensajes, pero nos consolaron en esta experiencia tan difícil,
que ahora tenemos que ir procesando para extraer todos los aprendizajes, y han
sido muchos. Ojalá nos hagan ser mejores personas.
No puedo ya continuar escribiendo, pero la vida tiene que
seguir, es hora de volver. Lo necesito y al mismo tiempo lo temo; me ayudará y
me dolerá. Nada me podrá quitar jamás su “te quiero”, su amor está vigente,
arraigado, es eterno desde mi primer latido, y el mío por ella está en pie,
puro, incondicional. Te quiero Mamá.
Gracias, César. Tu testimonio conmueve. Tu decisión de seguir entregado a ese tu pueblo nos estimula a entregarnos también a este nuestro. Hay que volver, aunque duela, para que deje de doler... Unidos en la Misión y en la oración: "Hágase tu voluntad. Todos discípulos. Todos misioneros". Buena Jornada de Oración por las Vocaciones y Jornada de las Vocaciones Nativas para volver. Tu madre hace realidad la Comunión de los Santos. Entre todos hacemos posible la Iglesia Sinodal que está muy viva. Muy buen viaje. Un abrazo muy grande y fraternal para ti y los tuyos.
ResponderEliminarQue lindo leer tu carta de amor. Amor de madre e hijo. Gracias por compartir lo conmigo. Cada vez te conozco más y esto hace crecer el lazo de amistad. Ahora que regresas a tu pueblo mamá estará más cerca que nunca. Antes decías que estaba en España. Ahora está contigo en la selva de Perú contigo muy cerquita que nunca. Un abrazo y buen viaje de retorno
ResponderEliminarNo puede por menos que doler infinito la marcha de una madre, pero una tan excepcional y maravillosa como doña Elena deja aún más vacío. Tienes su recuerdo, su fuerza y tu fe que te ayudarán en la vuelta. Y seguro que donde estés , ella estará a tu lado. Siempre. Un abrazo César
ResponderEliminarElla te acompaña ahora de una manera más cercana a tu misión. El tiempo y el espacio ya no es límite para estar contigo. Bendita ella de dar a su hijo para las cosas de Dios, en medio de los más necesitados y postergados.
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