Este Sábado Santo fue para mí dolorosamente real, el más silencioso de mi vida. Muy vacío, sin tareas, sin comunidad a quien servir; triste, apagado, lento, desolado. Sin Vigilia Pascual por primera vez desde mi adolescencia. Me habían invitado en Fuentes de León (muchas gracias, estoy en deuda con la comunidad e iré a visitarles) pero francamente no me sentí capaz de cantar aleluya.
Durante muchos días, después de despedir a Mamá, todos en mi
familia nos hemos perdido en una especie de triángulo de las Bermudas
emocional. Aturrullados, como extraviados en una pesadilla insoportable,
apenas acertábamos, como torpes autómatas, con las operaciones de inmediato y
obligado cumplimiento: papeles, información sobre trámites, arreglos en el
cementerio…
Retirar sus cosas, al menos guardarlas, es hasta ahora un
tormento que padecemos en silencio. Porque en ellas nos asaltan los
recuerdos, su presencia, están impregnadas de su personalidad. Mi papá
encontró unos pocos billetes en su cartera, los dividió cuidadosamente y dio a
cada uno de sus nietos la piruleta, la propina semanal. Me tuve que ir
del patio donde estábamos para que no me vieran llorar.
Y es que cada cual lo lleva como puede, elabora y expresa
el dolor a su manera. A veces nos anima hablar de ella, a veces la garganta
simplemente se nos anuda; el mundo sigue girando, pero no entiendes por qué y cómo
es posible, y pasas del resentimiento a rendirte ante la penosa evidencia de
que ella se ha ido. Y todo envuelto en esa extraña nube de confusión e
irrealidad.
Mi amiga de muchos años Claudia Cabillas, que además es
psicóloga, me dijo esto: “es como aprender a vivir de nuevo”. Me hizo
pensar, me ayudó. La vida continúa, pero ya nunca será como hasta ahora; todo
es diferente. De pronto desaparece la persona más tuya, con quien mantienes el
vínculo más íntimo, quien te conoce mejor que tú mismo, por quien sientes el
amor más puro. Es desconcertante y atroz.
Esta soledad que sufro es completamente desconocida para
mí. Un territorio afectivo por donde no logro orientarme, y me cuesta describirlo.
Estamos aturdidos, conmocionados como tras una fuerte explosión, sin saber por
dónde tirar ni cómo respirar. Los primeros días totalmente atolondrados, como
pollos sin cabeza; después más bien abatidos, agotados en una isla desierta
o espantados porque súbitamente nos encontramos dentro de un comic al que le
han quitado los colores.
Seguir viviendo, pero todo ha cambiado de forma irreversible,
como el gusto de las embarazadas. Lo sé y me aterra. Sin Mamá mi infancia y mi
juventud se hunden en una bruma de memoria. Me siento algo así como separado de
lo más genuino de mí mismo, es tan turbador como irremediable. Muy difícil. Carmen me contó que
esto marca un antes y un después en la vida; y, sí: es un hito, un lacerante
jalón. Ya nada será igual.
El Jueves y Viernes Santos sí que me fui a celebrar la
Semana Santa, para ayudar a mis compañeros, pero sobre todo a mí mismo. El
contacto con la gente siempre es revitalizante, me hace sonreír. En Calera
de León con su coro rociero amenizando el lavatorio de los pies, y en Santa
María de Nava, junto a la Virgen Zapatera, que tiene un significado muy
especial para mí: me recuerda de dónde vengo y quién soy.
Y el domingo de Pascua, haciendo un esfuerzo, me acerqué a
la procesión de la Esperancina en Valencia. Durante la Eucaristía mantuve la
compostura, pero después, en el encuentro de la Virgen con su hijo regresado
de la muerte, no pude contener las lágrimas, envueltas por los aplausos.
¡Qué dicha inmensa e incomparable abrazar a quien más quieres, después de haberlo
visto partir para siempre! Hay momentos en que noto que me va a explotar el
corazón.
“La pena por haberla perdido no puede opacar a la alegría de
haberla tenido”, afirmó alguien en el tanatorio. Está bien, pero por ahora es
solo una idea acertada, aún no logramos percibirlo y menos saborearlo. No te
puedes preparar porque ninguna otra muerte antes vista se parece a esta. Como
me compartió Yolanda, “un trozo de ti se ha marchado”… está en la eternidad. Y
duele mucho.
No sabia. Soy de Perú. Lo siento en el alma. Gracias por compartirlo. Un abrazo que te transmita la gratitud y la cercanía de tantas y tantos
ResponderEliminarÁnimo, sé lo que se siente, como una madre no hay nada. Llevo muchos años sin ella y aún recuerdo su olor , ese que tenemos todo y nos caracteriza. Un abrazo.
ResponderEliminarÁnimo Cesar, hay que aprender a vivir sin ellos y donde estén nos dan fuerzas para vivir y seguir adelante adelante
ResponderEliminarQue Jesús Resucitado afiance tu fe y renazcas con esperanza la del reencuentro con mamá. Un fuerte abrazo. 😍🙏💪
ResponderEliminarAyer hizo 34 años que perdí a la mia, convives con las demas personas cada día, pero son tantos los recuerdos que nos quedaron y los valores heredados que nunca se olvidan.
ResponderEliminarUn abrazo cesar
quedaron