“Quiero ser una niña ejemplar”, escribió Dariana, de
11 años, en esta carta dirigida a Jesús el día de su primera comunión.
¡Y me la dio a mí! Estábamos en Santa María de Breo, en pleno Amazonas, más
abajo de Pebas, rodeados por ysangos salvajes, pero yo era el encargado
de hacer llegar hasta Diosito su deseo infantil y creyente.
Y, sí. Me sacudió ese viejo candor, esa inocencia, esa
incondicionalidad del primer amor. No había traje de “pequeña novia”, solo unos
sencillos leggins y un polo blanco. Escribo durante la Navidad, reducida
a una caricatura comercial sin punche en medio de un mundo
cada vez más violento, que agrede a través de las pantallas con crueldad. Y
resuena en mí la llamada apremiante a volver a la ingenuidad, a la pureza, a
la simplicidad.
Unos días más tarde, en una de las celebraciones de la
Confirmación, percibí otro arrumaco de esa autenticidad imprescindible para
arrancar la salvación cada mañana, esta vez en Xielo (con x ponía su solapín,
pero se lee igual que con s). “Recibe por esta señal el don del Espíritu
Santo”, y casi no salió su voz de pura emoción, las lágrimas a punto, ella desbordante
de alegría. Qué encanto.
Ahí está la salvación pues. En ese bebé. Y hoy, en este día de
renacer o recomenzar, tengo ganas de escribirle igual que Dariana. Buscando
al niño que hay en mí, y que tan desgastado está por los avatares de la vida adulta,
esas inevitables situaciones feas que rasguñan la candidez original y agravian
el corazón. No sé si me saldrá tan bien, pero ahí va:
Señor Jesús: en este año 2024 quiero ser un niño ejemplar.
Al menos deseo ser fiel a mí mismo y a los compromisos que he asumido. Enséñame
a amarme, escuchar a mi cuerpo y a mi espíritu, y cuidarme; a trabajar y
entregarme sin romperme ni extralimitarme.
Agradesco (esta huambra escribe muy bien, casi
sin faltas de ortografía) “por los animales, alimentos, el sol, el agua y por la
naturaleza”. Todo lo que recibo cada día, desde que nací, sin que haya
hecho nada para ganarlo o merecerlo; y que me permite vivir.
Tú me das tanto, que veo ahora una estupidez quejarme; pero
eso es lo que hago casi a diario: reclamar, en ocasiones despotricar, incluso
sentirme una víctima… A veces protesto ante una tarea, aunque dentro de mí sé
que la voy a realizar (vaya zonzera). ¿Podrías Jesús por favor darme
inteligencia, o sea, habilidad para examinarlo todo y quedarme con lo bueno
(1 Tes 5, 21)?
Valentía para navegar dando las gracias, con los ojos abiertos
y consciente de lo afortunado que soy. Y de eso, y únicamente de eso, hablar.
En los momentos en que el mal se materialice ante mí o dentro de mí, entonces
callar. Resistir a la tentación de “esparcir la mierda”, porque ¿para
qué manchar más de lo necesario?
En general, Jesús, concédeme en este año nuevo la pericia
de escuchar más y hablar menos. Cuando haya que abrir la boca, que diga “sí” cuando sea sí y “no” cuando sea no (Mt
5, 37) con asertividad, sin aspereza, pero con claridad. Y sobre todo, que sea
capaz de expresarme desde mis afectos más genuinos y pueda decir “te quiero” y “te extraño”, palabras
que sanan y procuran felicidad al tiempo de salir al aire a volar.
Que en 2024 me deje guiar por ti “en el camino correcto”,
como dice la chiquilla. Que esté atento a los roces de tu Espíritu en el timón
de mi vida, a tu acción suave pero inequívoca en los demás y en todo lo que
ocurra, cerca y lejos. Ayúdame a “mejorar mi manera de ser”, bailando con los
deseos y la realidad, avanzando hacia el hombre que tú quieres que sea,
plenamente yo mismo.
Gracias por
adelantado.
Testimonio genuino, todo pureza que alimenta nuestras esperanzas de conversión y de un mundo mejor.
ResponderEliminarContigo todos queremos vivir la candidez. Nos unimos en la petición de ser ejemplares, con la gracia de Dios, y seguir el camino correcto.
ResponderEliminarYo, también quiero ser Daríana
ResponderEliminarSi puede ser, a tiempo completo!🙏