sábado, 11 de noviembre de 2023

POR LA VUELTA DEL NAPO: PUINAHUA


Si miran el mapa, el río Napo se acerca al Amazonas y parece que le acaricia, justo donde está emplazado Mazan; pero se aleja de nuevo, caprichoso, trazando una inmensa vuelta para irse aproximando, esta vez de manera definitiva, hasta que desemboca en el Río Grande. Ahí, justo donde Francisco de Orellana descubrió el Amazonas en 1542 cuando bajaba por el Napo, está la población que lleva su nombre.

Orellana es también uno de los 16 puestos de misión del Vicariato, y allá fueron a parar mis huesos el fin de semana pasado. Ya conté tiempo atrás que acá no hay misioneros extranjeros, sino que la misión la llevan adelante los laicos locales; son la mayoría mujeres, pero se han incorporado algunos varones. Y para mí son verdaderos misioneros, porque hacen lo mismito que los curas y las religiosas en otros lugares.

Incluso visitan las comunidades de su jurisdicción, que son más de 40. Y realizan esta tarea genuinamente misionera con inteligencia y constancia, no episódicamente o improvisando. De hecho, lo pude comprobar en primera persona, justo por este tirabuzón que cuento; un trecho del río poco transitado, porque la inmensa mayoría de los pasajeros y la carga bajan en el varadero de Mazan, en el Amazonas, pasan por tierra hasta la orilla del Napo cercana, y surcan saltándose esta vueltaza de varias horas de navegación.

En Puinahua nos espera un gentío porque hay programados bautismos. Pero Mariana, la misionera laica responsable del puesto, y el equipo, no quieren que el sacramento sea algo puntual, es decir, viene el padre, echa el agua y chao, nunca más se supo. No; es la tercera vez en este año que llegan hasta acá y han hecho un proceso de acompañamiento, les han animado para que se reúnan los domingos, lean el Evangelio, se preparen. Incluso Mariana les exigió que les enviasen “evidencias”, por ejemplo fotos por whatsapp de las celebraciones y encuentros, y lo han hecho.


En el camino del bote a la escuela ya nos han regalado piñas y un viaje de maní sancochado, es su lenguaje de bienvenida y agradecimiento. Han armado una hoja de cuatro cantos que Mariana les ha enviado, y en el ensayo demuestran que se los saben al dedillo, o sea que sí se han reunido. Mientras llegan los rezagados, hacemos una catequesis recordatoria del significado del Bautismo y de la labor de los papás y padrinos. El silencio es absoluto, todo el mundo escucha con atención.

La celebración es un disfrute de espontaneidad y participación. Hay risas, diálogos y mucha sencillez con esta gente tan humilde. Lo único que suena extraño es el momento de la Eucaristía, porque muy pocas veces han visto ese pancito (en esta misión no hay presbítero desde hace más de diez años), pero igual con mucho respeto y silencio. De nuevo se requirieron explicaciones acerca de cómo prepararse a la comunión.

Después de un exquisito, abundante y esperado almuerzo, pasamos a la otra orilla a bañarnos. En esta época de vaciante tan severa debido a la sequía, asoman tremendas playas, que permiten darse un chapuzón ingresando en el río por tu propio pie y pudiendo nadar un poco en tramos con menos corriente. Es así por todas partes, pero el Napo es particularmente loco e imprevisible en esto. Apetecía meterse en el agua, que estaba como un caldo por el fuerte calor de toda la jornada. Aunque cuando estábamos poniéndonos el short –toalla en la cintura-, alguien advirtió: “se viene la lluvia”.

Y en efecto, cuando en la noche ya estábamos todos ubicados en carpas y mosquiteros, abigarrando de forma indecente la casa del animador de Puinahua (las personas ni podían casi pasar hacia los cuartos del fondo), empezó la tormenta. ¡Por fin! Pero qué bruta lluvia, Dios mío. Sentía como el agua me sobrevolaba y tuve que cerrar todas las cremalleras. Y así siguió toda la noche, y amaneció con el aguacero más aplacado pero vigente.

(Continúa en la siguiente entrada)

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