Teníamos previsto ir a una población llamada Juancho Playa,
que me recordaba a mi amigo el zapador sevillano Juancho Abascal. Paramos en el
río grande a tomar desayuno por lo que pudiera pasar (la noche anterior
realmente no hubo cena) y vimos a unos hombres de allí mismo recogiendo los
bártulos de pescar. Nos explicaron que hay que caminar un rato por medio de la
selva hasta llegar a una quebrada y atravesarla, y ahí está la comunidad.
Todo esto sin que dejara de llover, ahora una warmi
lluvia, una “lluvia mujer”: suave pero persistente en su golpeo. El paseo
apenas dura 15 minutos y hay un peque peque dispuesto a vadearnos, pero
el caño está tan bajo que no queda otra que meterse en el agua a pata cala para
poder subir al bote. Después de todos estos avatares, nos presentamos en el
lugar antes de las 8 de la mañana… pero no llega nadies. Ahora hay una
tregua en el chaparrón.
Más un rato y algunas personas acuden. Vamos conversando y
nos damos cuenta de que acá no hay nada armado, no se reúnen los días domingo,
y hoy no cabe celebrar la misa. Va habiendo más gente, el diálogo discurre con
tonos más relajados tras el inicial recelo. Mariana les invita al encuentro
parroquial de formación, y detecto extrañeza y estupor… “¿Encuentro? Pero si
no hay el padre…” Wow: ¡el pueblo menudo cree que, como no hay
misioneros canadienses o mejicanos, no hay misión! Comprender que la tarea
la realiza el equipo parroquial compuesto por laicos locales requiere un
proceso… para los responsables y para todos.
Nos cuentan que son una comunidad titulada como indígena
kichwa; “¿y saben hablar su idioma?”- preguntamos; silencio… “solamente
el viejito” (uno de los vecinos que habíamos encontrado en el río hora y
media antes). El hombre nos saludó en un kiwcha que a mi oído le pareció bola-bola.
“Les voy a enseñar la señal de la cruz: yayapa, churipa, sumak samaypa
shutipi, chasna cachun”. Qué roche, este gringo viniendo a mostrar a estos
kiwchas cómo se reza en su propia lengua. Qué pena que esta riqueza se
olvide, que lo genuino de estas culturas se pierda… Para mí es como el inicio
de la extinción del género humano, ni hace falta una guerra nuclear.
Por supuesto que nos plantaron un segundo desayuno, y
bien contundente: pango hecho con el pescado que acarreaban aquellos dos de mañanita
(zúngaro, doncella) … con su yuca y su plátano. Y con un señor pate de masato
caliente, que, con esa humedad espesa y cargante, resucitaba a un muerto, o dos
o tres.
En el camino de vuelta a la ribera grande, la lluvia nos
respetó, como rearmándose; porque durante el breve trayecto hasta San Pedro de
Mangua, cayó con fiereza. Cuando llueve de esa manera, todo se moja:
mochilas, colchonetas, bolsas de víveres… No hay manera de protegerse y el bote
se hace un puro barro. Una greda realmente pegajosa, que todavía tengo
incrustada entre las uñas de los pies. Y así siguió la tromba durante casi dos
horas más, mientras esperábamos bajo la maloka de San Pedro sin poder conversar
por el ruido ensordecedor del diluvio sobre las calaminas.
En San Pedro tenemos a doña Estela y don Miguel, animadores
de la época dorada, con más de 80 años a sus espaldas. Intentan convocar,
organizar… pero ya no lo logran, pobrecitos. Y de eso tratamos con la gente,
que sí que se congregó cuando amainó el temporal. Necesitamos nuevos agentes
de pastoral, algunas personas que formen un equipo y lleven adelante la
vida de la comunidad; no tanto ya “animadores” clásicos, que eran como “los
representantes” del párroco y concentraban todas las funciones y
responsabilidades.
Queremos implantar pues un esquema más sinodal, donde
los laicos llevan el peso y nadie trabaja solo; las decisiones se toman juntos
y la misión no depende ni de los extranjeros ni de los sacerdotes o religiosas,
sino de la gente de acá. Ellos están perfectamente capacitados, de lo
cual doy fe; estos días solo les acompañé y les ayudé, pero todo lo hicieron
ellos, a su manera pero con competencia y amor.
Leído tu testimonio desde aquí parece un mal sueño que aún las personas vivan así y se pregunta una
ResponderEliminarQue hacemos los humanos para esta desigualdad y éste empobrecimiento