El verano pasado fuimos a comprar sal a las mismas
salinas. Mirando un poco alrededor, me quedé fascinado del proceso tan simple y
natural que permite que afloren los sabores auténticos. La impresión y el
recuerdo me han acompañado todo un año, creo que mientras que lentamente se
concretaba esta entrada.
El agua de mar entra en la marisma por el caño, se acumula
en una laguna llamada estero y desde ahí circula por la salina por
simple gravedad, mientras el sol la calienta y evapora concentrando poco a poco
la sal que esta contiene. Al final del recorrido, el agua se ha evaporado totalmente
y aparecen los cristales de sal, unos perfectos cubos donde los iones de sodio
y cloro se intercalan en red. Un proceso lento y a la vez intrincado, como
la vida.
El circuito que recorre el agua consta de una serie de
balsas de poca profundidad, dispuestas normalmente en batería y comunicadas
entre sí mediante compuertas. En los primeros estanques se produce la
decantación o precipitación de las posibles impurezas en forma de partículas sólidas
que pueda contener el agua en suspensión. Desde niños vamos pasando por diferentes
etapas; las primeras son las más decisivas para despejar obstáculos, recibir
cariño y propiciar así que el corazón crezca sano.
La evaporación se ve favorecida además por efecto de los
vientos, que actúan retirando el vapor de agua que se eleva sobre las balsas. Tantas
circunstancias influyen en el camino vital: personas, hechos, dolores, éxitos,
contratiempos… Son, como el viento, impredecibles, pero todas suman para el
bien (Rom 8, 28), nos hacen como somos.
En algunos lugares el agua pasa por canales anchos y
profundos llamados vueltas de retenida, y estrechos y poco profundos o vueltas
de periquillos. Cuántas veces vamos y regresamos, qué importante es rectificar,
a veces retroceder y elegir de nuevo… Las vueltas de la vida, como las
vueltas del río, forman parte de nuestra maduración y desprenden su propia
belleza.
Hasta que la sal llega al cristalizador, que a veces se
llama tajería. Acá se ha reducido mucho el volumen de agua inicial, y es
donde se da la precipitación masiva del cloruro sódico. Suele estar ubicado en dirección
levante-poniente para que los vientos dominantes favorezcan la evaporación. La cristalización
ocurre cuando la salmuera alcanza los 325 gramos de sal por litro. Hemos
menguado, pero somos más sabios, acumulamos conocimiento y experiencia.
Cuando se llega a los 370 g/l ya ha precipitado una pequeña
proporción de sales de magnesio, que son beneficiosas para la salud. Pero hay
que medir con cuidado, porque por encima de los 370 gramos por litro comienzan
a depositarse otros compuestos que otorgan al producto final un sabor amargo. Es
preciso “mucho examinar” (Ej 319), discernir a diario, escuchar, reflexionar,
aprender.
Así, con la cristalización como alegoría, me parece que
vamos madurando. En todo momento se va obteniendo sal, pero el producto
acabado, limpio, completo y en cantidad se da en las etapas finales, cuando hemos
incorporado prudencia, equilibrio, aceptación y silencio en magnitudes
adecuadas. Vamos hacia el agradecimiento y la simplicidad.
Hemos cambiado y a la vez somos los mismos de siempre, ese
prodigio. Ojalá que finalmente asentados y moldeados. Serenos. Madurar, cristalizar.
Es un deseo y también una tarea. Llegar a la región donde emerge el gusto de la
vida.
Se puede ver más en:
https://salinasdechiclana.es/funcionamiento-de-una-salina/
http://www.senderosdealicante.com/delasal/obtencion01.html
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Que bonito
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