De nuevo otra foto en la que -casi- todas son mujeres… Miro atento
al público de la Eucaristía del domingo en Orellana, el puesto de misión que
estoy visitando, y solo cuento cinco varones (y todos niños aparte de mí,
suponiendo que yo no lo sea) entre las más de cincuenta personas asistentes. Definitivamente,
como hace años que sé, la Iglesia es femenina, y en la Amazonía, también y más.
Acá eso es una dulce evidencia. En este lugar situado en
la boca del río Napo no es que no haya sacerdote, es que no hay ningún misionero
desde hace 10 años: ni religiosas, ni curas ni nadies. Pero la
Iglesia de Jesús está viva, y seguramente su rostro es el más amazónico del
Vicariato. ¿Y cómo es posible? Porque está el equipo parroquial, que tira palante
con todo. Y sí, lo han adivinado, son ellas: toditas mujeres.
Ellas solas organizan e impulsan toda la vida de la
parroquia: la celebración dominical, las diferentes catequesis de
preparación a los sacramentos (¡incluso el matrimonio!), las acciones
solidarias… Su líder es Mariana Gil, laica local que es una misionera con todas
las de la ley. Ella se encarga de que la casa parroquial no se caiga a pedazos,
coordina el grupo, asegura el nexo con el Vicariato.
Estas mujeres recogen las colectas y gestionan la
economía de manera transparente, con las cuentas claras e informando a la
comunidad. Colaboran y visitan a los enfermos y ancianos del pueblo
llevándoles alguito, son capaces de armar canastas para rifarlas el día
de las madres, van a orar por los difuntos en las casas, preparan y realizan el
encuentro de animadores, limpian y decoran el templo… ¡todo!
Levantan la vista y se dan cuenta de que los listones que
sostienen el tejado de la iglesia están atacados por el comején, y se
ponen en marcha porque hace falta una refacción. Han conversado con el alcalde,
que les ha prometido poner la mano de obra, y ahora están recibiendo
cotizaciones de los materiales que se necesitarán. Han programado un bingo
(tienen ya más premios de los precisos), y están tocando puertas de vecinos que
están en Lima para recabar apoyos. Toma ya. Ni se les había ocurrido pedir al
Vicariato.
Llevan diez años solitas, sin que un presbítero las
tenga que mover, sin depender de alguien que llegue de fuera. Bueno, no es
exacto: tuvieron un párroco que duró como siete meses, y que a las finales
fastidió más que otra cosa. Cuando lo vieron llegar, dieron un paso atrás (en
general así es la programación de los laicos, tales destrozos causa el
clericalismo), le entregaron todo (autoridad, dinero, iniciativa) y se
dispusieron a obedecer. Resultó no ser tan responsable, se fue precipitadamente
e interrumpió un proceso original y notable.
Aunque no sorprendente: las mujeres están perfectamente
capacitadas para asumir responsabilidades finales en la Iglesia. Estas
señoras sencillas del mundo rural, mamás, esposas, vendedoras, chacareras,
desprovistas de estudios o títulos pero adornadas con el entusiasmo y el
sentido común, lo muestran cada día. Son mujeres bravas y decididas, admirables,
ejemplares expresivos de la raza amazónica, de su fuerza y humildad.
Porque la Amazonía es mujer. Es un inmenso bioma
volcado en engendrar vida, un palpitar generoso que hace respirar al mundo, un
bosque-mar que se entrega en silencio… La Amazonía es el regazo de Dios en
la tierra, el seno de la Madre ofrecido para sostener cada ser viviente, la
belleza nutritiva, el obsequio de la inagotable armonía natural.
Las mujeres creadoras y cuidadoras de la vida son el
mejor semblante de la Amazonía. A las mujeres valientes y creyentes, nada
las puede parar. De día cargan los bebés, trapean, batallan con los colegiales,
ofrecen sus mercancías, cutivan, dan el pecho, cocinan… y de noche comentan el
Evangelio, hacen rezar, cranean actividades, son capaces de invitar a
arroz con pollo a medio pueblo un día de evento y alcanzan hasta a celebrar mi
cumpleaños con torta, gaseosa y fiestita. Mis respetos.
Es un honor estar en el mismo bote que estas mujeres,
comprometidos con nuestra Amazonía. Me siento muy querido, entre ellas y yo
fluyen las bromas, ya nos vamos conociendo, hay complicidad y confianza.
Me encanta que, siendo grandes como son, agradecen; esa
es su enseña: agradecer y dar. No hay palabras ni gestos que se acerquen al
reconocimiento que merecen. Permítanme al menos el privilegio de regalarles
mi cariño.
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