jueves, 30 de abril de 2020

ES NECESARIO ROMPER LA CUARENTENA


Para salir a las comunidades a informar. Ya lo estamos haciendo. Como parte de una “brigada” integrada por representantes de la municipalidad, la subprefectura, la policía, el puesto de salud y la parroquia. Porque si en un pueblo como Indiana, donde el parlante repite diariamente las normas y los policías y serenos patrullan las calles avisando, hay gente que todavía no se ha enterado… ¿qué será en los caseríos del río?

Pues que, como sospechábamos, allí los moradores están a la cuarta pregunta, o sea, desinformados, algunos con una vaga idea de lo que está ocurriendo y otros totalmente ignorantes. Y es normal. Son lugares que no están conectados a internet, ni muchas veces disponen de señal de telefonía 2G, o donde la tele es una rareza. Por eso funciona “radio macuto”, eso de “dicen que…” o el boca a boca, que además del virus contagia a menudo líos y confusión.

Me costó un poco convencerlos, pero creo que la única manera es ir a explicar. Por la información y por el impacto que causa en la gente la aparición de una tacada de todas las fuerzas vivas del distrito. En Santa Teresa acudieron unas cuarenta personas; nos fuimos a la canchita de la escuela, un sitio amplio donde poder guardar la distancia social. Los vecinos se colocaron en filas, como si fuera la formación de los lunes por la mañana para cantar el himno nacional antes de comenzar las clases, pero dejando más espacio. Me recordó a cuando nos mandaban “¡A cubrirse!” en el cole.

Todas las autoridades disponemos de un turno para dirigirnos al público. Observo las miradas por encima de las mascarillas y percibo mucha solemnidad y gravedad. Queremos informarles de qué es el coronavirus, cómo se propaga, cómo protegernos, etc. Pero sobre todo transmitirles la seriedad de la situación, porque sabemos que si no están un poco impactados no van a respetar las instrucciones de seguridad e higiene, y habrá: visiteo entre las casas, venta de alcohol, partidos de fútbol, bingo y caras destapadas como si no pasara nada. “Estamos en peligro” – les lanzo como primeras palabras.

En los próximos días recorreremos el distrito por sectores. Nos agradecen mucho, y a la doctora Perla unas mujeres le regalaron un hatillo de caña brava. Hay un turno de preguntas: qué pasa con los transportistas que se saltan los controles, qué hay que hacer con alguien que de pronto llegue de Iquitos, qué se hace cuando no se puede seguir la tele-escuela porque no hay TV ni celular, etc. La profe de inicial me cuenta que ella va casa por casa a atender a los niños; le digo que sería mejor que los reuniera en grupos de tres en un salón grande y diera una hora de clase cada día a un grupo.

El alférez es el más duro, toca el capítulo de sanciones y repite muchas veces que las autoridades locales (el teniente gobernador, el agente municipal) cuentan con todo su apoyo, porque éstos se quejan de que hay comuneros que “no hacen caso, son rebeldes”, ignoran e incluso desprecian las indicaciones que les dan. Cuando habla lleva la pistola a la cintura. A mí me toca la parte de “ser solidarios”, recordarles que estamos todos en el mismo bote y hemos cuidarnos mutuamente y sacrificarnos en este tiempo excepcional buscando el bien común. Yo hago de “poli bueno” y me gusta.

Creo que estas salidas cubren varios objetivos de un golpe: comunican sin palabras que el asunto es crucial, generan confianza en los dirigentes y al mismo tiempo buscan responsabilizar a los pobladores y convencerles de que todo depende de ellos mismos. Y además, suponen una coordinación previa de las diferentes instancias que en este trozo de selva luchamos contra la pandemia. Un trabajo en red que debería existir siempre para unir fuerzas en el empeño por mejorar la vida de nuestro pueblo.

De modo que la COVID-19 ha llevado a hacer ahora por obligación lo que antes no se hizo por convicción, como por todas partes se ve: mejora integral del sistema de salud (¿cómo no se les ocurrió antes?), introducción de más medios informáticos en la enseñanza (ahora descubrimos América diciendo que la tiza está “obsoleta”), modo de vida menos contaminante, sistema económico suicida, etc. etc.

El gesto de “ir” es insuperable. Los misioneros lo sabemos bien. Que cuenten conmigo.

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