Recién el día 39 nos enteramos que la
cuarentena llegará hasta el día 56, o sea el 10 de mayo, día de la madre. Este
año las canastas de víveres que se suelen regalar o rifar para las mamás habrá
que multiplicarlas y darlas a los papás, abuelos y niños, acompañadas por
mascarillas, jabón y otras hierbas. Y
buenas dosis de esperanza e ingenio para afrontar lo que se nos viene.
Da la impresión de que en la Amazonía lo
peor apenas acaba de declararse. Unos pocos casos de indígenas oficialmente
contagiados, pero que estoy seguro de que ya deben ser bastantes más, y gente
de comunidades campesinas del río lo mismo. Pienso en los tikunas del Bajo
Amazonas, en la necesidad imperiosa de ir a la frontera a vender sus papayas y
su fariña para comprar arroz, azúcar, jabón y gasolina por encima del virus más
gordo. No hay opción: los más pobres no
pueden permitirse el lujo de estar cincuenta días encerrados.
Ojalá
supieran vivir exclusivamente de lo que da la selva, como antiguamente. Pero ya el progreso
llegó, y con él otras necesidades y también el coronavirus, que amenaza con
dañar gravemente y hasta formatear culturas ancestrales. Un compañero muy
radical suelta a menudo: “A los
indígenas, lo mejor que podríamos hacer es dejarlos en paz”. Ojalá lo
hubiéramos hecho. Del Napo otro misionero me reporta lo que le dicen por esas
quebradas lejanas: “Hermano, nosotros
podemos sobrevivir en nuestras comunidades, pero solo necesitamos la sal, el
jabón y el fósforo”.
Cerillas quizás para prenderle fuego a la
compañía petrolera responsable del vertido de días atrás. O para incendiar el
Congreso o al sistema entero, que se lo tendría muy bien merecido. Este virus con nosotros lo ha tenido chupao: se ha encontrado unos seres absurdos.
La mayoría viven hacinados en grandes urbes por las que se transportan en latas
de anchovetas con ruedas, y la minoría perdidos en la más completa indefensión
en los arrabales de esas urbes y en lugares remotos.
Hemos exprimido y envenenado el planeta
hasta casi asfixiarnos al respirar, y nuestros grotescos sistemas educativos
han producido una generación de líderes, salvo honrosas excepciones, sin
inteligencia ni competencia (algunos gravemente desequilibrados e incluso
psicópatas) para enfrentarse a una situación así. El ministro de ciencia
español dice que “Nadie en Europa tenía
un plan de qué hacer en una pandemia”; yo más bien creo que la raza humana, por su forma de vivir
estúpidamente depredadora y materialista, no está preparada en absoluto para
maniobrar con acierto ante una amenaza semejante.
Que me pongo apocalíptico y me voy del tema. Acá enclaustrados en los puestos de
misión seguimos craneando qué haremos
para impedir que el COVID llegue a los más desamparados: los que toman el masato todos del mismo pate (calabaza), duermen casi amontonados en casas precarias, no
tienen tele ni internet para la escuela on
line y culturalmente no van a entender el uso de la mascarilla, ¿se
acordarán los niños de sacársela cuando se boten al río a jugar o a bañarse? De
momento tratamos de coordinarnos con las autoridades locales, proponer,
orientar… que no es poco.
Una amiga bióloga me escribió en un
whatsapp: “Al final actuará la selección
natural, por duro que nos parezca. La naturaleza tiene sus mecanismos”. Me
hace risa su frialdad y da que pensar. Ya
no hace falta que vengan los extraterrestres a exterminarnos, como en las
películas de los 70 y 80; en el cine del siglo XXI nos aniquilamos solitos (Los Juegos del Hambre, Divergente, Maze
Runner...). Somos víctimas fáciles para el coronavirus, que ha venido a
certificar el suicidio de nuestra civilización como no nos espabilemos.
Nuestra necedad forma parte de los
mecanismos de autorregulación de la naturaleza. Aunque mi amiga también me
dijo: “Pero la naturaleza y Dios están muy cerca, ¿no?”. Hermoso. Todo en nosotros tiene que
ser ecológico, y seguramente cuanto más ecológico más humano. Y sabemos por el
Evangelio que cuanto más humano, más divino.
Este bichito de luz viene a sacar lo mejor y lo peor de cada uno, viene a hacer una limpieza de las gordas en la humanidad, por necia, en la política por ineptos y en la naturaleza por necesaria, pero sobre todo, sobre todo la limpieza es personal... yo comparo esta situación con el Camino de Santiago, a quien no le duelen los pies, le duele el alma. Esta situación nos va a superar a todos, a cada uno en su prisma más débil, pero ninguno escapará a esta re-construcción. Si, el bichito de luz lo tuvo fácil, somos totalmente responsables de lo que esta sucediendo, pero ahora como ignorantes e ingenuos creadores de realidades solo queda espacio para dar amor sin desesperar, confiando en ese Diosito que sabe porqué sucede cada cosa, porque aunq tengamos libre albedrío amigos, hay un plan perfecto con unas causas perfectas y el Diosito,es el director de esta obra magistral, así que nos tocará aceptar y confiar. Un abrazo a ese corazón con patas que tanto sufre con el sufrimiento humano. Ánimo y mucha fuerza
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