Hace algunas semanas nos llegaron noticias de posesiones diabólicas en Puerto Alegría, una comunidad de apreciable población situada a orillas del Amazonas grande, a una hora río arriba de la triple frontera. El profesor de religión llamó acá sobrepasado por la situación, preguntando qué podía hacer. Hace pocos días, durante la visita allí, tuve ocasión de conocer, comprender y entristecerme. Va a ser que el demonio sí que existe.
Fui a buscar al profe a su casa y me lo
encontré como una piedra en su hamaca. Lo desperté y comenzamos a conversar. Me
contó que la cosa sucedió de pronto un día de clases; las poseídas son de
varios grados de secundaria, es decir, de entre 12 y 16 años, todas chicas. Este dato ya me hizo
pensar. Por lo visto apareció un libro “encantado” o “hechizado”, unas
versiones dicen que alguien lo llevó y otras que estaba enterrado bajo el
colegio. El caso es que la maldad provenía de ese objeto.
Las niñas, seis o siete, estaban en el baño
de mujeres. Salieron corriendo, dando
fuertes gritos y moviendo los brazos, “convulsionando”. A algunas no se las
entendía. Una de ellas es nieta de Homar, el animador, y se llama Genina; me
contó más tarde que no podía respirar, notaba que había “algo” dentro de ella. “Mi abuelo se puso a rezar sobre mí y estuve
más tranquila, ya no chillaba y eso se fue”. Me confirmó lo del libro
maléfico.
Le pregunté al profesor, bajando la voz, si
tal vez él sabía si algunas de las muchachas
padecen episodios de abuso sexual. El abuso dentro de la familia es un mal
muy extendido en el Perú, y sobre todo en zonas alejadas de sierra o selva
donde la presencia del Estado es precaria y la impunidad queda amplificada por
una losa de silencio y vergüenza. Tras mirar de reojo alrededor, corroboró que
hay al menos tres casos, y además un aborto: “Esa es justamente la chica que gritaba que Satanás le decía que se
matase”.
En ocasiones, durante la confesión de
jóvenes previa a la Confirmación, he escuchado de chicas cosas horribles. Al
encontrarse seguras en un ámbito donde saben que impera el secreto, no aguantaban más y se derrumbaban en llanto:
“Mi papá… mi tío… mi primo…”. En
viviendas mínimas donde duermen tantas personas, no podían evitar las violaciones sistemáticas,
las amenazas si se atrevían a contarlo, muchas veces la complicidad muda de sus
mamás.
No me hago a la idea de la tensión a la que
estas adolescentes están sometidas, cómo deben sentirse: sucias, usadas, despreciadas…
Una chivola a la que embarazan de esa manera y llevan a abortar
clandestinamente seguro que tiene ganas de morirse. No me extrañaría que hubieran
hablado en el baño, necesitarían desahogarse y habrían oído o supuesto que “tal
vez tú también…”. A esa violencia
soportada con la boca cerrada durante semanas y meses, a ese miedo reprimido, corresponde
un estallido emocional, un desbordamiento de ansiedad, una llamada de
atención, un grito de auxilio desgarrado.
Llamaron a varios pastores evangélicos, que
estuvieron orando para expulsar al enemigo. Uno de ellos, al ver el rosario que
Geni llevaba al cuello, se lo arrebató y se lo llevó diciendo que “en los católicos
es todo mentira”. Otro, de otra iglesia, llevó allí a dos de las sanadas, consiguiendo así nuevas
adeptas. De estas chivolas se aprovechan todos para sus propios intereses, es normal
que sientan que no valen nada y deseen desaparecer para dejar de sufrir.
Estimado Antonio, no sé en qué parte de la Amazonía se encuentra, pero quisiera saber si estos casos ya se llegaron a denunciar o si existe algún CEM al que se pueda comunicar lo ocurrido. En todo caso, con el MIMP. Después de los casos Awajun del año pasado, ya deben contar con rutas para tratar estos casos desde el ministerio.
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