Así es. Así fue siempre. Sí, importa ir. Llegar. Si viajo para verte significa que tú me importas, que pensé en ti y que guardé un tiempito para dedicártelo. Aunque estés lejos y cueste visitarte, como a Nueva Esperanza del Mirim. Pero si, además, regreso, tú sentirás que eres parte de mi vida.
Y de esta manera, tomando prestado el
título de la novela de Albert Espinosa, comienza la crónica de este segundo
viaje a Esperanza, que no era con rumbo hacia lo desconocido, como el año
pasado (ver "Enamorado de Esperanza" - mayo 2018). Es cierto que el motorista es distinto y novato, porque Rey ya
no vive en Islandia, y también cambian el bote y el motor: esta vez hemos
venido con nuestro “Laudato Si” y con un solo propulsor de 13 CV, un peque peque dicho en loretano. Pero mis anotaciones
de lugares, distancias y tiempos del año pasado valieron de mucho, de modo que fue un gusto saber por dónde navegas
y cuándo y en qué lugar encostarás, esa pequeña seguridad es preciosa en un
río como el Yavarí, que se hace más silencioso y solitario a medida que se va
remontando.
Hemos empleado de nuevo cinco días en
alcanzar nuestro destino, surcando en la oscuridad solo una hora antes del
amanecer en jornadas de entre 8 y 10 horas de singladura. En Yarina, donde en
2018 nos acogió una familia israelita, esta vez dormimos en casa de otro vecino,
don Manuel; y junto al campo militar brasilero de Pelotón hallamos
un lugar excelente donde descansar. Allí Fatima y Jaime pescaron ocho bagres
que se convirtieron en un delicioso almuerzo al día siguiente. Y así, entre las
rutinas de la travesía (preparar la comida en ruta, lavar la ropa, leer –esta vez
cayeron un par de novelas de Murakami-), de
forma natural, sin que el cansancio azuzara la impaciencia, con el conocimiento
del peregrino que camina por segunda vez a Santiago, arribamos a Esperanza.
Corina |
Todo resultó sencillo desde entonces:
conversamos con el apu, nos cedieron
una casa vacía donde quedarnos y nos invitaron a la reunión comunal a la mañana
siguiente. Ahí pudimos presentarnos, enterarnos de muchas circunstancias y
problemas de la vida cotidiana de este pueblo y también invitar a todos a las
actividades que habíamos programado. Curiosamente cada cosa está donde estaba: la casa de Rosita, el teléfono Gilat,
la bodega de don Guillermo. Pero todo
cambia: hay electricidad de 6 a 10 de la noche, la escuela está rehecha de
madera, ya se marchó el laboratorista Hely, los profesores son otros pero Deisy sigue acá. “Cambia, todo cambia”, como dice la canción de Mercedes Sosa.
Escribo esto en la primera mañana del mes
de mayo, bajo una lluvia que no cesa desde la madrugada, correspondiente a dos
días de calor sofocante, como del encuentro se sigue el saludo. Ayer nos
juntamos con más de 60 niños por la tarde, pero en la noche no lograron conectarnos la luz en el salón
comunal y el taller sobre la educación de los hijos se quedó vacío. No sé si
acudirá mucha o poca gente a las reuniones que tenemos preparadas; sé que el año pasado
el Bautismo jalaba personal, y la
experiencia me dice que la siguiente visita después del sacramento siempre es
más difícil. Tal vez no llegue nadie,
pero no me preocupa. La eficacia de lo que en concreto podamos hacer acá en
cuatro días es totalmente relativa. Lo que de verdad importa es que estamos
aquí, que hemos venido; el gran signo es venir… y regresar.
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