Estoy
en San Pablo, en el Amazonas, este lugar peculiar que nació como pueblo para
aislar a los enfermos del mal de Hansen, que tiene
una estatua del Che Guevara en la plaza y donde hay un solo sitio en el
que venden helados y es una peluquería.
Acá viven y trabajan unas religiosas mexicanas, jóvenes, entusiastas, las
Esclavas Misioneras de Jesús (que se merecen una entrada para ellas solas). No
todavía tienen sacerdote, de modo que me han pedido apoyo para su encuentro de
animadores de las comunidades de este puesto de misión.
Este sitio está tan marcado por su origen, que
es famosa esta tonada, una invitación en toda regla a no tener miedo a contagiarse y venir a visitar:
Como otras veces (ver "Un primo genial" –
11 de marzo de 2017), las hermanas me invitan a celebrar la Eucaristía con los
ancianos de la Casa San José. Puesto
que el mal de Hansen (acá está vetada la palabra “lepra”) está erradicado desde
hace décadas, en la Casa solo quedan
viejitos que sufrieron la enfermedad y se curaron, pero continuaron padeciendo
sus secuelas toda la vida. De modo que ahora es una especie de asilo para
ex-enfermos que llevan las monjitas en convenio con el centro de salud de San
Pablo.
La
lepra ha dejado sus huellas en estos cuerpos vencidos por los años y
desgastados en el dolor. Las manos son como racimos
de muñones retorcidos por la artrosis. Muchos miembros están mutilados, y
varios ojos apagados para siempre. Aunque escuchando sus historias pienso que tal vez sea el abandono de los suyos lo que ha causado mayor
devastación; hay hijos y nietos que viven en el mismo San Pablo y que solo
van a visitar al abuelo a la hora de cobrar la “pensión 65”, otros llevan años
sin tener noticias de sus familiares. Ese desamor seguramente es más cruel y
penoso que el estigma social, que se va atenuando como un recuerdo de un pasado
lejano, a la vez trágico y exótico.
Sorprendentemente los viejitos no solamente
agradecen la atención de ir a compartir con ellos la misa, sino que ¡tienen
ganas de reír! Cuando les pregunto “¿Cómo te encuentras hoy?” compruebo con
admiración que ¡todas las respuestas son positivas! “Muy bien”, “biensito, padre”,
“contento”… a pesar de todas las
limitaciones evidentes (sillas de ruedas, poleas, baños ingeniosamente acondicionados,
prótesis de madera) y de la omnipresencia del sufrimiento, que gobierna cada resorte
de la casa. En la petición de perdón alguno dice que “siempre se puede cambiar”
para ser mejores. Yo me quedo a cuadros.
Es más, los ancianos fácilmente contestan a preguntas y bromas durante la homilía, comentan
y hacen sus peticiones espontáneamente. Samuel (que lleva en la casa desde
los 7 años y tendrá cerca de 80) lanza sus carcajadas secas y sarcásticas
cuando leo las palabras de Pedro: “Maestro,
yo daré mi vida por ti” – “Ja, ja”.
Me hace sonreír su buen humor, sería una buena terapia para días “de esos” cancamurriosos y mantujos por decirlo en idioma valenciano. Estar acá te reconcilia
con la vida y te sacude la costumbre de quejarte que nos asalta a diario.
Algunos hasta se quieren confesar. Me doy cuenta de que desean a toda costa que vayan a verles, aunque sean unos minutos. Sentirse desechados y hasta despreciados hiere con laceraciones interiores que nunca dejan de sangrar. El famoso “dolor fantasma”, el que origina el pie amputado, es más agudo y profundo cuando se trata del vacío de aprecio y cercanía. Pero la casa está por igual impregnada de cariño; en la sala, las fotos de las monjas de antaño, las Hospitalarias de San José que durante años sirvieron a los enfermos, invocan siempre los espíritus de sus sonrisas y su entrega infatigable, que moran en la casa iluminando cada rincón y cada lágrima.
Ellas ya no están. Solo quedan ocho abuelos. Cuando fallezcan, ¿la Casa se terminará? Se la llevará la marea del tiempo, como a todos nosotros. Pero nada habrá sido en vano, porque acá se ha dado la vida por los más débiles de entre los pobres. Siempre será en San Pablo un monumento más auténtico y hermoso que el del Che.
Eres capaz de emocionar escribiendo hasta celebrando una Copa de Europa (del Madrid, claro). Jajaja. Una abrazo, hermano.
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