Gustavo Molina, compañero de la diócesis de
Toledo, me contactó por whatsapp. Recién le han pedido el servicio de
coordinación de la OCSHA (Obra de Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana, es
decir los curas españoles fidei donum)
en Perú, y estaba comprobando datos. “Trabajo
en Villa el Salvador” – me contó. “Cuando
vengas por Lima avisas y nos vemos”. A
mí me interesaba conocer alguno de los “conos” de la capital, de modo que allí
me planté. Corchete hervete.
Los “conos” son áreas de Lima Metropolitana
llamadas así por la proyección espacial del centro histórico a la periferia. “Pueblos jóvenes” que comenzaron siendo
invasiones en los cerros desérticos que rodean a la capital y que poco a
poco se van integrando como parte de la gran ciudad, aunque siguen cargando con
el estigma de zonas “pobres”, “conflictivas” o “marginales”. Las distancias son
impresionantes; para llegar a Villa el Salvador tuve que ir en bus durante una
hora y después en el “tren eléctrico” aéreo otra media hora más. El viaje me
ofreció la visión del desierto ocupado (más que habitado) que siempre me
impacta.
Villa es una enormidad de más de medio millón de habitantes construida
sobre la arena, una aglomeración ganada
al desierto que con el paso de los años se va ordenando y modernizando. Se
aprecian casitas precarias, huellas de los primeros aluviones de gente de
provincias, como si fueran ejemplares fósiles; y también los arañazos del proceso de urbanización,
las avenidas trazadas en medio de las cuestas de los cerros y defendidas con
uñas y dientes de las invasiones, que no cesan. A la vista, a pocos kilométros,
Villa María va más retrasada en esta carrera.
Como sigue sin haber electricidad, ni
saneamientos, ni agua potable en muchas partes del distrito, se ven los
camiones cisterna abasteciendo las viviendas y por todos lados enganches de luz
que son ilegales. Gustavo y su compañero Javi me cuentan que es un lugar
bastante peligroso; en su casa han sufrido varios robos, como te descuides te quitan hasta el agua del tanque de la casa. Y
con la llegada masiva de venezolanos, las ocupaciones de terreno continúan aún
más. Ellos tienen varias construcciones provisionales de este tipo junto a unas
salas de la parroquia, pero “¿qué
hacemos?” – se preguntan.
Llama
la atención la basura. Las montañas de basura
acumulada en explanadas. Al verlas pensaba que, si el agua no corriera, el
Amazonas también estaría así, qué asquito. Qué dimensiones tendrá la basura
sumergida, los desechos que recorren el río y nos van envenenando poco a poco…
El sol no se ve pero se siente su opresión implacable,
que nos va sancochando mientras caminamos por la arena, como en una especie de playa
montañosa. Quieren mostrarme “el
cementerio de los personajes famosos, porque el otro está más allá, cercado”.
Las celebridades locales reposan en
tumbas con las que te topas paseando, en medio de algunas flores y la habitual
suciedad. Las lápidas recuerdan a los primeros misioneros que se dejaron
acá el pellejo, algún vecino promocionado y el busto de María Elena Moyano, la
regidora asesinada por Sendero. Y ahí, al ladito de las paredes de nichos, un
campo de fútbol.
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