No es la primera vez que celebro el 28 de julio, Fiesta Nacional (ver la entrada “Fiestas Patrias” http://kpayo.blogspot.com/2015/07/fiestas-patrias.html del 31 de julio de 2015), pero este año ha sido una experiencia distinta, como más desde dentro, sintiéndolo como algo más propio, pero siempre con la curiosidad etnográfica en estado de alerta, de lo contrario no sería yo mismo.
El Perú se encuentra realmente en una situación límite. Que
haya corrupción generalizada pues vale, se conoce, se comenta y se soporta,
también por aquello de “el que esté libre
de pecado…”. Que el Congreso sea escenario de escándalos de todo pelaje, a
cada cual más estupefaciente y bochornoso hasta la opereta, ya pues, estamos
medio acostumbrados. Pero lo del poder judicial es propio de películas de
mafiosos de serie B, qué bárbaro, resulta que los jueces supremos son los socios del crimen organizado, las redes de
narcos operan sabiendo que no serán condenados, qué terrorífica impunidad.
Recién salida la noticia, recuerdo que uno de los jueces corruptos aceptó ir a un canal de televisión a dar
explicaciones de unos audios terribles
en los que se le influenciaba y coimeaba para que manipulase la sentencia a un
violador de una niña de 12 años. Se le oía perfectamente preguntar: “¿Qué quieren? ¿Reducción de condena o absolución?”.
A pesar de que, con semejante evidencia en la mano, la periodista lo despellejaba,
el tío se empleaba a fondo en justificar sus palabras, que reconocía como
propias. Vaya cara. Lo que más me fastidió es que encima es mi tocayo el
conchudo.
Claro está que si los
responsables de cuidar a los ratones son los gatos, cuando el poder judicial
está podrido hasta esos extremos, las bases de la convivencia democrática se
tambalean. Se sucedieron renuncias, ceses y órdenes de presión preventiva, pero
si a la gente le quedaba una chispa de confianza en los fiscales y jueces, se perdió
por completo. Y eso es una herida mortal
en la estabilidad institucional. La fecha conmemorativa de la independencia se
aproximaba en un clima más de desánimo y tristeza que de indignación. Hubo
marchas ciudadanas, se llegó a hablar de “estado
fallido” y a decir que iban a suspender incluso los desfiles, y todo
envuelto en un sentimiento de fatalidad y depresión colectiva primo hermano de
la indiferencia.
Pero sí hubo desfile. El presidente, este pobre al que el
cargo se le cayó en la cabeza como una maceta hace cuatro meses, caminó más de
veinte cuadras por la avenida Brasil, un paseo bien largo que habitualmente yo
hago cuando estoy en Lima. No me esperaba semejante
muestra de apoyo popular, la gente estaba encantada con este tipo tan normal,
de la mano de su esposa, que es maestra, y al que no se asocia con ningún
lobby político limeño ni grupo empresarial, esa es su fortaleza. Cada vez que
algún periodista arrimaba el micrófono a alguien, se escuchaba como un mantra: “Que no haya más corrupción”.
El presidente conecta porque representa a tantos ciudadanos anónimos
que repiten: “A pesar de todo, podemos”.
El país está medio hundido, pero el Día de Fiestas Patrias había miles de
banderas nacionales (hay que colocarlas en las ventanas de las casas bajo pena
de multa), la marina de guerra desfiló gritando “¡Viva el Perú!”, los carros eran rojiblancos, toditos llevábamos
la escarapela en la solapa… estamos hechos mazamorra, pero la gente ama a su país por penosas que sean las circunstancias. Ya
hay suficientes disparos al pie, basta de divisiones y nostalgias, ahora se trata
de apretarse los machos desde abajo y sacar esto adelante.
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