domingo, 29 de julio de 2018

DÍA DEL MAESTRO


Me habían avisado de que este año los maestros querían una Eucaristía en su fiesta. Siempre desconfío un poco de estas misas medio “oficiales” puestas por protocolo tradicional o por inercia en los programas año tras año, así que, como pasaban los días y nadie llegaba a coordinar, pensé que me iba a librar. Pero no, justo en la víspera aparecieron varias profes, preparamos todo, las llamé proclastinadoras… y al día siguiente me llevé una buena sorpresa.

Aunque llegaron tarde (las 7 am hora peruana fueron las 7:45), estaban casi todos los maestros en la Iglesia: los de inicial, primaria, secundaria, los del nocturno, FP y hasta alguna de la guardería de 0 a 3 años. Cada sección con los uniformes de las grandes ocasiones: los del Colegio con camisa lila pálido, las del jardín de rojo, el tecnológico con polo blanco y yo con mis trapos de cura en modo “medio obligado” y temiendo ser un adorno viviente y exótico en un día de celebración. Y así empezó la cosa.

Pero enseguida noté buen ambiente y que el personal se lo tomaba en serio y se metía. Cantaban, salieron a leer las lecturas… y llegó la homilía. Empecé diciéndoles que para mí este día es muy entrañable, porque mis papás son los dos maestros y en mi casa lo vivíamos mucho; luego les conté que yo mismo he dado clase varios años, y no solo de religión, sino también de otras materias porque yo soy de química. “Soy colega de ustedes” (sonrisas y caras de asombro y concentración). Jeje, ahí me los gané.

Hablamos de que es una profesión muy desprestigiada socialmente, a pesar de que los maestros (ni “enseñantes” ni “profesionales de la educación”, qué horror) son una pieza clave en el desarrollo de un país. “Creo que el problema número uno del Perú es la educación”. El profesor es un educador que acompaña al niño en su proceso de crecimiento y le ayuda a sacar de dentro lo mejor de sí. “El don que Dios ha puesto en ustedes es la capacidad de mirar al joven y ver no solo lo que es, sino lo que puede llegar a ser”. Toma ya. Había conexión, feed-back, y eso es un gustazo. Les cité al Papa Francisco:

¨Ser profesor no es solo  un trabajo si no una relación en la que cada maestro debe sentirse enteramente implicado como persona para dar sentido a la tarea educativa, hacia los propios estudiantes y les llamo a amar con mayor intensidad a sus estudiantes más difíciles, más débiles y más desfavorecidos¨.

Hacia el final les advertí que “les voy a dar un par de consejos, cosa que no puedo hacer con los que se casan porque no tengo ni idea”. Se rieron, como durante toda la reflexión, y escucharon atentamente que “el maestro bueno es como el Buen Pastor. Se educa mediante la relación personal: si ustedes quieren a sus alumnos, lo conseguirán todo de ellos. Pero no basta amarlos: es necesario que ellos se den cuenta de que ustedes los quieren, que ellos les importan, están de su lado y buscan únicamente su bien. Si lo perciben, se cierra ese círculo mágico y acontece el milagro de la educación”. De casta le viene al galgo, o sea, de Don Bosco. “Pensemos cada uno en nuestros buenos maestros. El agradecimiento a ellos es eterno, no caduca nunca, como el amor de una mamá; háganse merecedores de ese agradecimiento”. Esto es de cosecha propia. Después de la comunión cantaron hasta el himno del maestro, y entonces varios profes me invitaron, espontáneamente y en voz alta, a su almuerzo de fiesta.

Yo tenía planes de ver el Brasil-Bélgica, pero por supuesto que acepté y fui. Nada de restaurantes elegantes, nos juntamos en el recreo campestre “La Tangarana”, propiedad del subdirector de primaria (en el Perú los maestros ganan tan poco que casi todos han de tener otros trabajos), y comimos ceviche preparado por la profe Julia y pachamanca (carnes condimentadas acompañadas de papas y camote) encargada a los israelitas, todo en platos y cubiertos descartables -pobre planeta-. Pero lo mejor fue la fiestecita de sobremesa. Habían llevado un montón de premios y enseguida un par de profes-presentadores armaron varios concursos: de baile, de modelaje, de adivinanza de canciones, de chistes… ¡qué risa! Qué buen rato pasamos, entre bromas y con alguna cervecilla circulando por ahí.

En todo momento me sentí a gusto y bien, y en absoluto un postizo ocasional. No fue nada solemne, sino sencillo y de andar por casa, y me encantó. Meditaba que lleva tiempo y esfuerzo entrar en un pueblo, ser parte de la gente, y me sentí íntimamente orgulloso de estar allí. Y feliz recordando a Mamá y Papá y celebrando su larga y preciosa labor de educadores, conmigo el primero. De hecho, esta entrada está dedicada a ellos de manera especial. ¡Felicidades!

domingo, 22 de julio de 2018

UNA PEQUEÑA GRAN MUJER


El año pasado, el día de la Virgen del Valle, antes de la procesión y de la misa, fui a visitar a Cati. Hacía mucho tiempo que no la veía, dos años de dura lucha contra la enfermedad, y me advirtieron que su aspecto podría chocarme. Recuerdo que a esa hora su casa estaba llena de sol. Cuando escuchó mi voz, sus hijas la ayudaron a levantarse, nos besamos y nos sentamos en el sofá para una de nuestras habituales conversaciones. “Esta es la última vez que nos vemos”, me dijo.

Yo sentía una gran paz, como siempre que hablábamos. Ella tenía la capacidad de ralentizarme, de suavizar mi marcha desbocada de cura joven que patea el pueblo a toda velocidad, y me invitaba a escucharla. Al principio, en cuanto yo llegué a Valencia y nos conocimos, ella requería al sacerdote; más tarde, a medida que fui descubriendo qué clase de persona me abría su corazón, comprendí que con Cati no valían recetas de manual ni frases hechas, ella necesitaba simplemente que yo compartiese mi interior, que dejase fluir con naturalidad mi fe y mi humanidad, sin hacer caso a funciones o roles.

Eran pausas dentro de una actividad tremenda. Muchas veces Blas y yo bromeábamos en la sacristía: “¿Cómo podrá salir tanta energía de una cosa tan chica?”. Sus hijos, su casa, su trabajo, cuidar a sus padres ancianos… y la parroquia. Porque Cati lo era todo en la vida de la parroquia. Se llevaba las colectas y las limosnas e increíblemente contaba ese montonazo, lo ingresaba e informaba puntualmente en el consejo económico. Yo confiaba en ella más que en mí mismo. Estaba en varias hermandades y cofradías y por tanto en su consejo también; y en el equipo de liturgia; y en el consejo de pastoral; y había sido catequista; y…

Podía porque era una mujer de fe. Había sido educada, como tantas generaciones, por las monjas Concepcionistas del convento, y vivía con ese sentido de Dios y esa finura tan característicos de mi pueblo, una piedad tradicional pero centrada muy acertadamente en la Eucaristía. Cuántas veces he encontrado a Cati sola en el silencio de la capilla del Sagrario, en ratos de intimidad con su Señor incrustados en medio de una jornada de vida y trabajo, que le daban determinación y ánimos para batallar y superar tantas cosas. Qué hermosura.

Recuerdo cuando empezó a ser ministra de la Comunión, ¡qué trabajo me costó convencerla! “Pero Cati, si tú no eres digna, como dices… ¿quién lo será? Yo mismo cuelgo los hábitos”, y se reía por encima de sus gafas. Sé cómo disfrutaba esos sábados, ese servicio era para ella el mejor de todos, el más delicado, ella con su Señor para los enfermos y los impedidos. Su hija Cora me decía el otro día por teléfono que la fe que tenía su madre la ayudó a vivir feliz y a enfrentarse al cáncer, que ella lo veía ahora con toda claridad. Ciertamente, cuando llegó el zarpazo de la enfermedad, Cati estaba sobradamente preparada para identificarse con Jesús en la cruz.

El sol inundaba el salón y Cati me pidió confesarse, como tantas veces. Eran conversaciones profundas, que me permitieron asomarme a su alma. Hablábamos de la oración, de la familia, de la bondad de Dios. A pesar de su formación, era capaz de evolucionar en muchas cosas, de adaptarse a ideas más abiertas. Y fue siempre una prudente y discreta consejera para mí, que era novato y más de una vez necesité sugerencias y correcciones. Esa relación me ayudó a sentirme “adulto”, párroco en medio de los problemas reales de las personas “mayores”, y no solo organizador de grupos de jóvenes como hasta entonces.

“Pero si tú no tienes pecados”. Quería darme un dinero para los pobres de mi misión. Hace algunos días puse un whatsapp a su hija Mari Ángeles: “Dile a tu mami que lo que me dio se ha utilizado en comprar medicinas para gente humilde”. “Se lo voy a decir al oído porque está ya sedada”, me respondió. Y Cati lo escuchó, igual que todas las canciones que adornaron su Eucaristía de despedida, como ella quería y merecía. Tenía su lámpara prendida y sus manos repletas de amor regalado y recibido.

Gracias, Cati querida, por todas las riquezas de fe que me mostraste. Por ser hija, madre, creyente y mujer de Iglesia. Sé que estás donde siempre esperaste, en la luz más bella, junto a Nuestra Señora y al Corazón de Jesús. Por eso aunque lloro, estoy alegre; contigo la muerte no tiene nada que hacer. Siempre estarás en los tuyos, en tu pueblo, en tu parroquia, en mí. Te quiero mucho.

domingo, 15 de julio de 2018

APRENDIENDO A SER MINORÍA


Nací en un país nacional-católico, con una religión oficial del Estado. El año que hice la primera comunión, la constitución declaró que España es aconfesional. Pero cuarenta años después, y contrariamente a lo que decía Alfonso Guerra, España sigue siendo católica, porque el proceso de sana secularización es tan lento como profundo fue el arraigo de la Iglesia en la entraña de la cultura española. Desde ahí trato de comprender y situarme en una situación completamente contraria, como el negativo de una foto.

Porque acá, en esta zona de la Amazonía peruana, la Iglesia Católica está en clara minoría. Queda un resto del nacional-catolicismo heredado de la época del virreinato: me llaman para bautizar ceremonias públicas (el día de Fiestas Patrias, el aniversario del distrito, etc.) con la misa Te Deum (nadie sabe qué significa eso, ni yo mismo), o celebrar una paraliturgia en el colegio, cosas de esas que permanecen indelebles en los archivos word de las programaciones año tras año y se repiten “porque siempre se ha hecho así”. Y esto en la ciudad, el distrito. Como si todos los peruanos fuesen católicos, como antaño.

Pero la realidad es bien distinta: una amalgama de religiones, sectas, denominaciones, iglesias de todo pelaje, evangélicos de varias marcas, adventistas, bautistas, Movimiento Misionero Mundial, los israelitas, los crucistas… Y entre todos, nosotros como una propuesta más, expuesta como todos a la indiferencia globalizada y gozando de una posición de “privilegio” meramente puntual y postiza. Presidir la ceremonia de izamiento del pabellón nacional me hace sentirme a menudo como una pieza de museo que sacaran a pasear los domingos.

Confieso que me cuesta. Fui formado para el trabajo pastoral, entre bautizados por tradición; no para desarrollar tareas de primera evangelización ni para convivir con tantísimos grupos del gremio. Es más, hay situaciones donde una secta se impone por mayoritaria o histórica, pueblos en los que existe una “religión oficial” con pretensiones de totalidad y de identificación absoluta con los valores de esa cultura o población, como el catolicismo castizo español. Ahí el asunto se vuelve aún más arduo, y el ánimo pasa de la perplejidad a la torpeza, y de la ignorancia a la incomodidad.

Aquel día llegamos a Erené temprano porque queríamos ver el partido Perú-Francia, que era a las 10. Habíamos coordinado con las autoridades por teléfono, pero no obstante fuimos a buscar y hallamos a todos: el apu, el agente y teniente confirmaron la reunión a las 4 de la tarde, todo en orden. Cuando iba la contienda 0-0 vimos llegar un tremendo yate con 9 gringos, ellos y ellas, norteamericanos, blancos y angloparlantes, jóvenes misioneros que venían a apoyar a la iglesia principal del pueblo. Pertrechados con cocina, enorme nevera, megafonía… y su pastor. A pesar de que avisaron por el parlante, nadie acudió a la convocatoria de los católicos, porque acto seguido se llamó a todos los creyentes de su iglesia a un servicio religioso a las 7 de la noche para recibir a los hermanos visitantes.

Muchas comunidades ticunas del Bajo Amazonas fueron catequizadas desde los años 50 por los evangélicos estadounidenses del Instituto Lingüístico de Verano y otros grupos y sectas afines. Hicieron un buen trabajo: tradujeron la Biblia a las lenguas nativas, enseñaron a niños y mayores, y sobre todo formaron pastores autóctonos que dejaron al cargo de las comunidades para que no dependieran de los extranjeros (justo lo que nosotros intentamos hacer ahora). El resultado es que encontramos pueblos inexpugnables a la penetración de otras propuestas, en los que la “religión oficial” actúa como un rodillo que presiona y uniformiza. No hay quien compita contra eso.

En el Yavarí fueron los crucistas y los israelitas los que entraron en las inmensidades donde nuestra Iglesia estuvo ausente. Los católicos que había o que llegaron tuvieron que adaptarse como pudieron. En Santa Teresa I Zona, don Juan se las apañaba en su casa con el libro de cánticos y oraciones de los Ataucusis, mientras que don Fidel Pezo, maestro católico viejo de Iquitos, se pasó a la Asamblea de Dios; dice que así al menos una vez por semana escucha la Palabra y reza, y eso es mejor que nada. Diferentes maneras de ser minoría; yo busco la mía en estos lugares donde los de la competencia nos llevan sesenta años de ventaja. Aunque a veces se te caen todas las estrategias, como pasó en Yahuma Callarú, pero eso lo cuento dentro de dos entradas.


lunes, 9 de julio de 2018

LO MÁXIMO


Llegó el primer partido del Mundial, Perú contra Dinamarca. Se vio la enorme bandera bicolor, salieron los jugadores al campo y cuando empezó a sonar en el estadio el himno nacional, en el muelle acá al lado empezaron a tirar cohetes. No había empezado el encuentro, pero el resultado y el destino final de Perú en el campeonato poco importaban. Estaban allí. Tu país en la Copa del Mundo, tus colores, tu escudo… Eso es lo máximo.

Ya habíamos celebrado a full la clasificación después de 36 años, ganándole en la repesca (acá es repechaje) a Nueva Zelanda en un juego que vimos en una comunidad perdida en el Amazonas. La emoción era tremenda porque la última vez que Perú estuvo en un Mundial fue en España 82 con Naranjito. Yo tenía 12 años y lo veía a la hora de la siesta con mi abuelo, y me gustaba esa franja roja que se parece al Rayo Vallecano. Mi abuela me traía un bocadillo de nocilla y el Perú empataba contra Camerún y contra Italia y quedaba eliminado al perder contra Polonia por 5-1. Es que ahí jugaban Lato y Boniek nada menos.

Los partidos de la selección nacional han paralizado el país. Había tele en la municipalidad, en el centro de salud y hasta en el colegio. A pesar de perder ante Dinamarca y Francia, la opinión pública elogió el juego del equipo, con tiros al palo y penaltis fallados, todo el mundo apoyando. En el último partido, cuando estaban ya eliminados, ganaron a Australia 2-0. Esos dos goles los repiten constantemente desde entonces, porque fueron los primeros tras 36 años y la primera victoria en una Copa desde el 1-0 contra Irán en Argentina 78, 40 años. De hecho, los jugadores fueron recibidos a su regreso en el aeropuerto como héroes.

Ya poder disputar la Copa es un éxito, porque Perú había dejado de ser un país mundialista. Me impresiona el poder del fútbol para unir a la gente, para superar ese complejo de derrotados que arrastran los propios peruanos, y sobre todo la devoción sin fisuras de todita la sociedad por la selección. Ni siquiera la eliminación concitó críticas destructivas, sino que están ya apuntando a próximas citas, el país entero entusiasmado (como en España…). Preocupados solamente porque todo el mundo quiere que renueven el contrato al entrenador, que supera el 90% de aprobación popular, el porcentaje más alto en cualquier personaje público en la historia de la República.

Y es que el seleccionador, el argentino Ricardo Gareca, merece mención aparte. En una entrevista reciente contaba que durante el mundial le propusieron la continuidad, pero él le dijo al presidente de la federación que ni por un segundo podía pararse a pensar en algo que no fuera la competición en marcha, que ya se vería más tarde. Porque, según él, “entrenar a una selección nacional implica más responsabilidad que un club, porque tienes a todo un país detrás”. Como Argentina ha cascao el poleo, le preguntaron por la posibilidad de entrenar a la albiceleste: “por supuesto que sería lindo, entrenar a tu país y jugar un mundial es lo máximo para cualquier técnico”.

Para cualquier técnico normal en un país normal, claro. Porque Lopetegui tal vez pensó que podía manejar temas como el traspaso de CR7 –nimiedades- al mismo tiempo que conducía a España hacia su segunda estrella, o sea, decir misa y repicar. O quizás fue más listo y sabía que Rubiales lo iba a despedir al toque. O bien intuía la debacle que se avecinaba y huyó como los roedores escapan antes del naufragio; sabía que si la Roja cascaba, jamás cazaría un contrato como el que le estaban ofreciendo. En cualquier caso perdió la oportunidad de dirigir a la selección de su país en un Mundial. Ya no pudo cantar lalalala ante la rojoygualda. Prefirió el dinero y el prestigio del Real Madrid, pero perdió lo máximo.

Al Madrid le importó poco desconcertar y desestabilizar al equipo, hundir el ánimo de toda España y convertirnos en el hazmerreír del planeta futbolero. Podía haber respetado y buscar pesca en otras aguas, pero antepuso sus intereses a todo, pasando por encima de la campana gorda. No me imagino al Alianza de Lima, el Liverpool o la Juventus saboteando con tal precisión a los seleccionados de sus países. El tiempo enseñará que con esta historia todas las partes han salido perdiendo: Lopetegui, la Roja, la hinchada y el Madrid. Mientras que Gareca y el fútbol peruano, que también han fracasado deportivamente, están en la cima. Es una cuestión de prioridades y valores, de tener claro qué es lo máximo y actuar en consecuencia. Cada uno vive en su propio asteroide, y a mí en esto hoy por hoy me gusta más el de la franja rojita, qué quieren que les diga.

miércoles, 4 de julio de 2018

VOLVIMOS A DONDE “NO QUEREMOS QUE VUELVAN”


Pues claro. Y no solo no ocurrió nada, sino que fue una visita muy positiva, que nos permitió aprender, servir e incluso sentirnos útiles. Casi como si estuviésemos en las catacumbas, en la Polonia de Jaruzelsky o en la película “El Silencio”… bueno, guardando las distancias, ¿eh? Que los ticunas de Bellavista tampoco es que sean como aquellos japoneses bárbaros y fanáticos.

Recordemos que en la anterior (y primera) visita a este centro poblado ticuna, tras el intento de reunión con los católicos un señor vino a decirnos que nos marchásemos. De regreso en Islandia, y cuando fui a contarles el episodio a las distintas autoridades, me di cuenta de que el subprefecto, el juez de paz y el alcalde ya habían oído algo. Todos se llevaron las manos a la cabeza y prometieron tratar el tema con los de Bellavista; de hecho, sé que armaron una reunión donde les dieron duro: a nadie se puede botar de un centro poblado, y menos a una autoridad distrital como es, nos guste más o nos guste menos, el párroco de la Iglesia Católica.

De modo que esta vez queríamos ir de frente a ver al apu, que por cierto es nuevo, ya no es aquel que solo dijo “Pucha”. Queríamos conversar bonito, limar asperezas y aclarar la situación, pero no tuvimos suerte porque tanto el apu como el teniente gobernador se habían ido a Caballococha. Ya pues. Será la próxima vuelta. Nos acomodamos en la casa trasera de la tienda de Bitel, en plena plaza, donde la señora Dorca nos ofreció hospedaje con WC, ducha y hasta ¡una cama! Hotel de de cinco estrellas.

Genaro, que es animador viejo formado por los canadienses en los tiempos gloriosos del Vicariato, había invitado a los católicos a las 7 de la noche. Llegaron unos 15 participantes; un par de ellos estaban de paseo, son de Orellana en el Napo, pero el número superaba los 3 de la primera ocasión. Primero hicimos una pequeña celebración de la Palabra, y varias personas  compartieron lo que el Evangelio les sugería: “Cuando des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha, par que tu limosna quede en secreto (…) Cuando ores, vete a tu habitación, cierra la puerta y ora tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6, 3-4a. 6).

La conversación posterior fue muy esclarecedora, nos contaron cómo los ticunas los excluyen y desprecian por ser mestizos. Son tolerados porque necesitan sus tienditas, pero las reuniones del colegio son todas en ticuna, en las asambleas comunales no les dejan voz ni voto… Dorca dice que su vecino, cuando se emborracha, va a la puerta de su casa a insultarla, “fuera los mestizos, ustedes no son de acá, lárguense”. Es curioso: los ticunas, que en Islandia son mentados como ignorantes (“No seas bruto, pareces ticuna” es una lindeza habitual que se escucha por la calle) y cruelmente marginados, se comportan de la misma manera con los mestizos cuando están en su terreno.

Hilvanando con la Palabra, hablamos de la necesidad de ser discretos, es decir, no alardear de ser católicos para ahorrar conflictos; pero al mismo tiempo no renunciar a nuestros derechos de profesar nuestra fe y expresarla libremente. Les animamos a no tener miedo, a organizarse con prudencia pero con determinación. “Seguramente ya todos comentan que estamos acá la religiosa y el sacerdote católico; algunas personas incluso me han saludado por la calle. Es normal, y está bien que lo sepan. Les aconsejo llevarlo con naturalidad, invitar a sus amigos a la celebración del domingo, que es la clave para que vivan su fe. Sin hacer revuelo, pero sin echarse atrás” – fue más o menos lo que se me ocurrió decirles.

En estas actitudes de repliegue sobre sí mismos con salpullidos de racismo, su “religión oficial” es un instrumento muy eficaz de presión y uniformidad, que pretende, como siempre en la historia, hacer pasar a todo el mundo por la ley del embudo: “en este pueblo somos todos ticunas y todos evangélicos”. Es una iglesia ticuna, en lengua ticuna al cien por cien, exclusiva y excluyente, donde lo extranjero es mal visto y rechazado. Esto, para acabar de desmontar mitos y lugares comunes sobre la “bondad natural” de los indígenas, si es que quedaba alguno.

Genaro quedó comprometido a convocar a la celebración los domingos a las 8 de la mañana en una de las casas de ellos, y a ir preparando para el Bautismo. Y nosotros prometimos regresar, y lo haremos con el orgullo de apoyar lo más posible a estos católicos mestizos que cada día las pasan canutas por el hecho de serlo. No creo que nos ocurra lo que a los jesuitas Rodrigues y Garupe, pero ¿quién dijo miedo?