Pues claro. Y no solo no ocurrió nada, sino que fue una visita muy positiva, que nos permitió aprender, servir e incluso sentirnos útiles. Casi como si estuviésemos en las catacumbas, en la Polonia de Jaruzelsky o en la película “El Silencio”… bueno, guardando las distancias, ¿eh? Que los ticunas de Bellavista tampoco es que sean como aquellos japoneses bárbaros y fanáticos.
Recordemos que en la anterior (y primera) visita a
este centro poblado ticuna, tras el intento de reunión con los católicos un
señor vino a decirnos que nos marchásemos. De
regreso en Islandia, y cuando fui a contarles el episodio a las distintas
autoridades, me di cuenta de que el subprefecto, el juez de paz y el alcalde ya
habían oído algo. Todos se llevaron las manos a la cabeza y prometieron
tratar el tema con los de Bellavista; de hecho, sé que armaron una reunión
donde les dieron duro: a nadie se puede botar de un centro poblado, y menos a
una autoridad distrital como es, nos guste más o nos guste menos, el párroco de la Iglesia Católica.
De modo que esta vez queríamos ir de frente a ver
al apu, que por cierto es nuevo, ya
no es aquel que solo dijo “Pucha”. Queríamos conversar bonito, limar asperezas
y aclarar la situación, pero no tuvimos suerte porque tanto el apu como el teniente gobernador se
habían ido a Caballococha. Ya pues. Será la próxima vuelta. Nos acomodamos en
la casa trasera de la tienda de Bitel, en plena plaza, donde la señora Dorca
nos ofreció hospedaje con WC, ducha y hasta ¡una cama! Hotel de de cinco
estrellas.
Genaro, que es animador viejo formado por los
canadienses en los tiempos gloriosos
del Vicariato, había invitado a los católicos a las 7 de la noche. Llegaron unos 15 participantes; un par
de ellos estaban de paseo, son de Orellana en el Napo, pero el número superaba
los 3 de la primera ocasión. Primero hicimos una pequeña celebración de la
Palabra, y varias personas compartieron lo que el Evangelio les sugería:
“Cuando des limosna, que tu mano
izquierda ignore lo que hace la derecha, par que tu limosna quede en secreto
(…) Cuando ores, vete a tu habitación, cierra la puerta y ora tu Padre que está
en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6,
3-4a. 6).
La conversación posterior fue muy esclarecedora,
nos contaron cómo los ticunas los excluyen y desprecian por ser mestizos. Son
tolerados porque necesitan sus tienditas, pero las reuniones del colegio son todas
en ticuna, en las asambleas comunales no les dejan voz ni voto… Dorca dice que
su vecino, cuando se emborracha, va a la puerta de su casa a insultarla, “fuera los mestizos, ustedes no son de acá,
lárguense”. Es curioso: los ticunas,
que en Islandia son mentados como ignorantes (“No seas bruto, pareces ticuna” es una lindeza habitual que se
escucha por la calle) y cruelmente marginados, se comportan de la misma manera
con los mestizos cuando están en su terreno.
Hilvanando con la Palabra, hablamos de la
necesidad de ser discretos, es decir, no
alardear de ser católicos para ahorrar conflictos; pero al mismo tiempo no
renunciar a nuestros derechos de profesar nuestra fe y expresarla libremente.
Les animamos a no tener miedo, a organizarse con prudencia pero con
determinación. “Seguramente ya todos
comentan que estamos acá la religiosa y el sacerdote católico; algunas personas
incluso me han saludado por la calle. Es normal, y está bien que lo sepan. Les
aconsejo llevarlo con naturalidad, invitar a sus amigos a la celebración del
domingo, que es la clave para que vivan su fe. Sin hacer revuelo, pero sin
echarse atrás” – fue más o menos lo que se me ocurrió decirles.
En estas actitudes de repliegue sobre sí mismos
con salpullidos de racismo, su “religión
oficial” es un instrumento muy eficaz de presión y uniformidad, que
pretende, como siempre en la historia, hacer pasar a todo el mundo por la ley
del embudo: “en este pueblo somos todos
ticunas y todos evangélicos”. Es una iglesia ticuna, en lengua ticuna al
cien por cien, exclusiva y excluyente, donde lo extranjero es mal visto y rechazado.
Esto, para acabar de desmontar mitos y lugares comunes sobre la “bondad natural”
de los indígenas, si es que quedaba alguno.
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