“Te tengo tatuado en la palma de
mis manos” (Is 49, 16)
Siempre estamos usando las manos.
Son nuestro instrumento, nuestro contacto con el exterior, nuestra
tarjeta de presentación.
Son la mediación de nuestra ternura, la herramienta de la cercanía,
el consuelo,
la franqueza,
la disponibilidad,
la sinceridad.
Son la firma de nuestro cuerpo.
Siempre estás viendo tus manos. Y en sus palmas está mi nombre tatuado.
Está mi vida entera, está mi corazón.
Tauado: indeleble, definitivo, irrevocable, eterno, perenne.
Así es tu amor por mí. Tu don.
Y siempre me estás viendo, siempre estoy en tus ojos, nunca dejas de
pensar en mí con misericordia, con ternura, con paciencia, con infinito
respeto.
Me ves, ves todos mis caminos, mis errores, mis traiciones… y sigues
creyendo,
sigues esperando, con humildad, como tú eres. Pequeño. Como Jesús.
Cuando encuentras mi vida tatuada en tus palmas,
solo sientes amor
piensas siempre en reconstruirme,
reorientarme a ti,
sanarme,
darme vida.
Porque como Amor primero, Amor mayor, tú únicamente deseas mi bien, mi
felicidad por encima de tus propios intereses o intenciones o proyectos.
Para ti, primero soy yo. Y eso es estremecedoramente hermoso y desborda
mi comprensión, fecunda mi tierra, despierta mis sentimientos más profundos y
nobles, y me ayuda a perseguir la felicidad.
Yo tatuado en tus manos. Nada menos.
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