Tras un mes entero sin salir de Islandia a causa de la fiesta patronal, el Señor de los Milagros, se impone reflexionar y escribir sobre esta experiencia. Pues ha sido en partes proporcionales un impacto con la realidad, un buscar en mis registros algo con que responder y no encontrar nada, una masticación de expectativa, desconocimiento, confusión, estoesloquehay, decepción, sorpresa y la sensación de estar tocando el violín y no saber por dónde meter cabeza.
Lo primero que hay que comprender es que aquí la fiesta patronal no es la fiesta del
pueblo. Esa función la cumple el aniversario del distrito (2 de julio), ahí
se arman los grandes festejos típicos: deporte, fuegos artificiales, orquesta,
reinado, bailes regionales, concursos varios… la municipalidad se pone las
pilas, organiza, moviliza a todos, con un gran ambiente. Es una celebración
laica. La identidad de Islandia no está
en el Señor de los Milagros, su raíz no es católica como por ejemplo en
Mendoza, donde el argumento de la fiesta sí es religioso (el patrón San Nicolás
hasta le da el nombre al distrito). Y mucho menos desde hace unos 20 años con
la llegada de un montón de religiones y sectas, especialmente los israelitas.
Por lo tanto, la fiesta “patronal” es algo prácticamente
solo de la “parroquia”, pero curiosamente, le queda adherido algo del
triunfalismo católico de los años 40, cuando se inició en Islandia la devoción.
Aunque el Perú es un estado aconfesional, la Iglesia conserva una cierta posición
de poder institucional incluso cuando está en minoría, como acá. Así que se
invitó oficialmente a las
instituciones a la novena (la municipalidad, el colegio, el jardín, la policía,
el centro de salud…), siguiendo el libreto nacional-católico como en Mendoza. Y
sí llegaron y participaron, salieron a leer, trajeron sus ofrendas y algunos
incluso invitaron a un lonche, como allí.
La diferencia es que cada noche,
exceptuando los novenantes de turno,
la iglesia estaba prácticamente vacía.
Es decir: no existe algo como una gran devoción en un pueblo
mayoritariamente católico que cada noche se vuelca con su patrón llenando la
iglesia en el novenario; ni siquiera una comunidad cristiana que, aunque
pequeña, celebra a su patrón con entusiasmo en una novena viva, concurrida y
participada. Lo que hay es una especie de rotación en la que cada noche aparece
un grupo diferente, todos como un poco fuera de lugar (es la única vez que van
a la iglesia), sin saber cómo ponerse y qué hacer, la mayoría obligados por el alcalde, el director,
el gerente o el superior… y apenas una
muestra de los católicos de acá, que no llegarán a veinte, cada vez distintos (tan
solo dos personas creo que han hecho la novena completa).
Nos reímos diciendo que hemos preparado 9 temas siguiendo
Laudato Si muy bien hechos (las homilías nos las repartimos entre dos
compañeras y yo), pero que podríamos haber repetido 9 veces lo mismo porque el
público era siempre diferente. Eso sí, la iglesia estuvo varios días llena de
gente, pero no nos dejamos llevar por esa falsa impresión de “éxito”, muchos
eran de otras religiones y fueron por cumplir con un mandato o una tradición. Podemos seguir autoengañándonos programando
más historias así, restos de religiosidad popular que corresponden a épocas
pasadas que dan un cierto resultado numérico.
Como en el comic de Luky Luke “El séptimo de caballería”: en
el oeste americano, en un fuerte de caballería hay un coronel muy estricto que
revisa los uniformes de los jinetes por la mañana y castiga a los que no los
lleven impolutos a pelar papas, y tienen que hacer las mondas tan finas que el
sargento las revisará mirando al trasluz. Entre sus subordinados está su hijo,
y con él este coronel es más duro que con el resto. Resulta que los indios
atacan y asedian el fuerte, cortando los abastecimientos; los de la caballería
se quedan sin alimentos y casi sin agua. Pero el coronel sigue con sus rutinas,
a primera hora pasa revista detenidamente a los soldados, que tienen cara de
hambre y sin afeitar; cuando llega a su hijo y le encuentra una mota de polvo
en una bota, le castiga como de
costumbre a fingir pelar papas (claro, fingir
porque de hecho no hay papas), “¡Y
fingirá hacer las mondas muy finas! ¡El sargento fingirá examinarlas!”.
Jaja genial, me río al escribirlo.
En la Iglesia somos muy dados a instalarnos en la ficción para quedarnos tranquilos, no es la
primera vez que lo veo. Vendemos humo. Somos como los de los anuncios de
juguetes en Navidad, miras un robot vacanazo
en la tele y luego, cuando lo ves en la tienda, te parece que ha encogido. En
la pastoral hay mucho de publi, logramos
un montón de cosas (la catequesis de Confirmación, los animadores de las
comunidades, el consejo de pastoral, ¡la escuela de formación!…) a las que en el
día a día hay que hacerles la raíz cuadrada. Y la fiesta del Señor de los
Milagros es también un bluff; por
supuesto que es positivo que la gente venga, y estoy seguro que a muchos les ha
gustado, pero con pim-pam-pums se
entretiene, aunque no se evangeliza.
La realidad de esta misión es que no creo que haya comunidad como tal. La Eucaristía del domingo es algo igualmente anecdótico para la gente, un rótulo sin miga, siempre a punto de desmoronarse, nadie es asiduo, unos días vienen unos y otros días otros en un templo siempre despoblado, no consigo saber quién forma parte de la Iglesia católica de verdad, en serio. Por eso pretender que los cristianos acudan durante nueve días seguidos a la novena, cuando no son capaces ni de ir a la misa del domingo es como dar de comer chicharrón de chancho a un bebe.
La realidad de esta misión es que no creo que haya comunidad como tal. La Eucaristía del domingo es algo igualmente anecdótico para la gente, un rótulo sin miga, siempre a punto de desmoronarse, nadie es asiduo, unos días vienen unos y otros días otros en un templo siempre despoblado, no consigo saber quién forma parte de la Iglesia católica de verdad, en serio. Por eso pretender que los cristianos acudan durante nueve días seguidos a la novena, cuando no son capaces ni de ir a la misa del domingo es como dar de comer chicharrón de chancho a un bebe.
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