sábado, 1 de abril de 2017

ISLANDIA


En apenas 40 minutos, el rápido nos lleva desde la triple frontera al viejo puerto brasilero de Benjamin Constant, justo donde el Yavarí muere en el Amazonas. Enfrente, a solo 5 minutos de navegación Yavarí arriba, hay una isla ya sobre territorio peruano. Al llegar de inmediato quedo atónito, y mi asombro no desaparece hasta ahora. Es como estar en Venecia, pero en medio de la Amazonía y al estilo selvático.

Islandia está armada sobre pilares que sostienen las calles, las cuales son pasarelas de concreto y madera para salvar la creciente que cada año, durante muchos meses, cambia la faz de la tierra por el agua del río invasora y omnipresente. Te pones a pasear y se te acaba el pueblo, y si vas leyendo el periódico y no miras por dónde vas, puedes salir del pasillo y darte un chapuzón involuntario. Las entradas de las casas son también pequeños puentes. En Islandia la gente pasa meses sin pisar suelo firme, sospecho que son una evolución de anfibios inteligentes.

No se ven carros ni mototaxis (...), pero sí canoas para visitar a la familia y los amigos, jeje. La plaza de armas es una especie de piscina gigante que tiene al fondo la municipalidad. Los niños se bañan, nadan y juegan. Por la tarde van con sus mamás al coliseo deportivo (digo yo que no podrán patear la pelota muy fuerte para no tener que botarse al agua a buscarla); también hay escuela, colegio, puesto de salud... y todo flotante. Viví dos días fascinado, nunca había visto nada igual.


También estaban perplejos los que nos vieron bajar del rápido aquella tarde: las cinco religiosas brasileñas de cuatro marcas distintas, un franciscano y dos curas diocesanos bien gringos. La hermana Alcira, que está despidiéndose, había preparado bonito la Eucaristía de bienvenida a Zélia, Eunice, Emilia, Ivanês y Fatima; la iglesia, chiquita, no se llenó, como no se llena casi nunca, pero la gente se mostró muy acogedora y cariñosa. Esta misión solo tiene diez años de existencia (más o menos) y acá nunca ha habido sacerdote residente. Es un territorio con fama de difícil para la tarea de evangelización.

La frontera tiene sus propias leyes, y una de ellas es que la pobreza es un rodillo del que no escapa nadie. Las condiciones de vida en el pueblo son muy modestas: hay luz de 6 de la mañana a 1 de la tarde, y luego de 6 de la tarde a 11:30 de la noche; a pesar de vivir sobre el río, hay restricciones de agua para beber y para uso doméstico cuando las lluvias son cicateras. Hay wifi importado de Benjamin a razón de dos soles por dos horas (o algo así). Los regidores municipales están preocupados por la limpieza para evitar que el río bajo la población se convierta en un vertedero. Y todo hay que traerlo de enfrente, de Tabatinga, Leticia o Caballo Cocha, desde un frigorífico hasta una caja de paracetamol, con lo que eso supone de gasto y complicaciones. Por cierto, se compra en reales, la moneda brasileña, más que en soles. Un lío políglota para terminar de adornar el cuadro.

Otra ley es la supremacía de la impunidad, porque la frontera parece alejar a la autoridad y condenar a los humildes a las infecciones de la lejanía: producción y tráfico de coca, trata de personas, venta de niñas (a veces por su familia) para prostitución, comercio ilegal, empresas madereras y mineras implacables y crueles con la naturaleza, violaciones de los derechos humanos y atropellos contra los derechos territoriales y culturales de los indígenas, devastación del medio ambiente... Un reto enorme para el puesto de misión, un Yavarí inmenso y casi desconocido, donde el Vicariato ha penetrado poco por falta de personal.

Pues hasta allá llegan esas cinco mujeres valientes, que recién he conocido. Ni por un momento había considerado la posibilidad de trabajar yo allí, pero, como pasó cuando puse el pie en la selva, algo me cautivó. Y de hecho, en la asamblea vicarial, que es la siguiente experiencia, se acabó de fraguar y decidir una tremenda sorpresa: Islandia era el final de este viaje portentoso, y será también mi destino, el lugar donde viviré y trabajaré como misionero. Diosito es tan bueno y generoso como bromista. Para mi cumple, un chaleco salvavidas con el escudo del Atleti.

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