En esta tierra de misión que es el vicariato, todo está siempre empezando. Igual que el río, que es siempre nuevo y siempre el mismo, este trozo de iglesia amazónica y fronteriza tiene 72 años, pero con cada fiesta de san José vuelve a nacer, se detiene a pensar, a recrearse y a celebrar. Es la asamblea vicarial, el encuentro anual en Indiana de los misioneros y un buen grupo de laicos.
Una ocasión especial porque es la única vez que nos veremos casi todos debido a las enormes distancias y las dificultades para encontrarse durante el año. Por eso se aprovecha para estar juntos y conversar, intercambiar, compartir. Es un ambiente muy particular, distendido y multicultural, -procedemos de variadas nacionalidades-, y al mismo tiempo apasionadamente selvático. La maloka, que es el espacio donde trabajamos, imita el lugar central de la vida de las comunidades nativas. Está bellamente decorada y la rodean pancartas con los nombres de los 16 puesto de misión (no tanto "parroquias") de nuestro vicariato.
Hay diez o doce nuevos (como cada marzo) y me cuentan que más de la mitad de los misioneros llevan menos de tres años por estos ríos. Así que le dedicamos una tarde entera a la integración: Dominik, con mucho ingenio, nos hace jugar, brincar, cantar y bailar, comunicarnos... en definitiva romper el hielo y convivir. Pronto botas el roche y te sientes parte de un grupo humano, porque al fin y al cabo eso es el vicariato.
A
golpe de campana se sucede una semana entera de faena: evaluaciones de los puestos de misión
y de las áreas pastorales, temas de formación, rendición de cuentas exhaustiva
y transparente, oración y Eucaristía, ejes transversales de trabajo cara a este
año, programaciones... Salen cosas
muy interesantes: compromiso por los Derechos Humanos, la ecología,
la pastoral indígena, las fronteras… Por momentos me sale humo de la cabeza y,
a pesar de que las sentadas te dejan el poto cuadrado, acabas estos días hecho
mazamorra.
El
día del patrón del vicariato, en la noche hay la velada a San José.
Un grupo de folklore autóctono ameniza con flauta y tambor la maloka, donde se
colocó la imagen del santo el primer día. La gente va saliendo a danzar (que no es bailar, ¿eh?) por parejas o
tríos, comienzan santiguándose
ante el Patriarca, y luego mantienen una cadencia rítmica: cuatro pasos
adelante y cuatro atrás, un pañuelo en las manos; y cuando el tambor redobla,
hay que mezclarse unos con otros y regresar a donde antes. Una danza ritual
típica de la selva, y tan fácil que hasta yo me inculturé un poquito.
Lo
penúltimo es la Misa Crismal. Hay que celebrarla más de tres semanas antes del
jueves santo porque en esa fecha estaremos cada uno en una punta del mapa. Nos
juntamos 12 curas con el obispo, creo que falta alguno. De los 16 puestos de misión, 6 no tienen sacerdote, ahora, con la nueva
pesca, quedarán en 4; Islandia nunca
ha tenido hasta ahora. En mayo cumplo 17 años de ordenado, y esta vez la
misa es muy sencilla pero me emociona de veras.
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