Helí, asesor de la JEC de Huambo y amigo, me invitó a la
celebración de los 15 años de su hija Maricarmen, que también pertenece a
nuestro grupo juvenil. Nunca había participado en semejante cosa, ni sabía que existía,
así que me coloqué una polera
arregladita y unos zapatos y me fui contento como un trucho y con la curiosidad
de antropólogo en modo “on”.
Como todos los ritos de paso, los 15 tienen bien
establecidos su estética, su vestuario, su música, su terminología y sus
ceremonias. La primera parte es la más protocolaria: aparece la protagonista con tremendo vestido a modo de Sissi emperatriz
en tonos rosa o pastel, acompañada de sus damas de honor, con vaporosos ternos del mismo color y los amigos del
colegio con camisas y corbatas a juego.
A un costado, la orquesta y el control de sonido (en ningún
momento para la música), y al frente el presentador micro en mano. Él va dando
paso a los distintos discursos, y hablan la homenajeada, su padre (su madre
no), y el padrino que lo es también de la fiesta (es decir, que corre con
bastantes de los gastos). En cada
intervención aparece Dios y la palabra más repetida es “gracias”. En el
fondo del local hay una mesa con enormes tortas y fuentes de diferentes dulces,
y yo me pregunto cuándo les meteremos mano.
Lo siguiente es el baile de honor. El otro día en Calohuayco
me explicaron que las niñas no pueden
bailar en guateques públicos antes de cumplir los 15 años; si lo hacen, ya
no tienen derecho a celebrar su fiesta. Parece un mecanismo cultural de
preservación de la integridad sexual de las chicas, puesto que el festejo social,
en el que los hombres sacan a bailar a las muchachas, era tradicionalmente la ocasión
del cortejo y el inicio de los noviazgos. Por eso en este evento hay un baile
solemne, el vals que Maricarmen danza con su papá mientras todos aplauden, con
su padrino, con su hermano mayor, con el párroco (jaja, aaay la de cosas que
hay que hacer), con sus tíos y otros familiares. Paparazis salen de todos lados
a tomar fotos y vídeos.
Enseguida cambia la música, hay una procesión hacia la mesa
con pasteles y Maricarmen entrega pomposamente una muñeca a su hermana pequeña,
todavía una niña, para que juegue con ella, puesto que ella ya es señorita y no la necesitará más. Después
salen las damas y los compañeros, hacen un corro alrededor de Maricarmen, se le
vendan los ojos y suena una melodía para que elija, mientras bailan por turnos
con ella, al joven que tendrá el privilegio de calzarle sus zapatos de adulta.
Lo hará entre aplausos y emoción de todos los presentes, que festejamos que Maricarmen ha pasado de niña a mujer.
No podía faltar la cena para premiar a los numerosos participantes, que han aceptado la
invitación y dan categoría y empaque a la noche. Inmediatamente surgen los habituales descartables con arroz, carne de res y yuca. Para esa hora el salón se ha
abarrotado de gente que llega de frente a la juerga saltándose la parte de los
ritos, y yo ya tengo una cerveza en mi mano junto con el vaso en el que tomo y
paso a otra persona, hasta que regresen a mí botella y recipiente. El volumen de la música invade de cumbias y
bachatas los ánimos y la gente se apretuja en la pista que está a full.
Corre la bebida.
Varias vueltas de la chela
y algún amago de mareo más tarde, entiendo que llega el momento de la retirada.
La hermana Alcira y yo recibimos todo tipo de agradecimientos por haber honrado
con nuestra presencia este acontecimiento que Maricarmen nunca olvidará y su
padre tampoco, sobre todo cuando vea las facturas. En todo ceremonial iniciático se refuerzan los vínculos familiares y
sociales, pero el radar antropológico está ya adobao, y más bien salgo pensando“lao, nos vamos antes de que partan la torta, tenía buena pinta”.
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