Quieras o no quieras, estás identificado y etiquetado en el cliché de "misionero". Para bien y para mal. Yo mismo lo he hecho siempre, desde pequeño: veía a los misioneros como héroes. Incluso creo que así empezó todo: en una charla que nos dio un salesiano que venía de África (esta mañana lo comenté con mi amigo Toni Gama): las plumas, las lanzas, las diapositivas... y aquel hombre legendario... Jaja, qué tontería.
El regreso trastoca incluso la percepción física: todo el mundo te ve más delgado. Así que, allá por donde vas, te embrocan un montón de comida: "come bien, que luego allí...". Parecido a los condenados a muerte, que pueden disfrutar de sus platos favoritos, jejeje. Mi madre me somete a un inexorable proceso de engorde, como los guarros. Y yo no me quejo mucho, desde luego.
Vas de un lado para otro como el rayo meteoro (reproche de mi madre. ¿desconfía de mi dieta los días que salgo?), hay gente que te quiere conocer y hablar contigo, aparecen llamadas inesperadas, y tu agenda, lejos de tener telarañas, se colapsa. Y así pasas por diferentes oficinas de ONGs, contactas personas interesadas en la pobreza, conversas sobre posibles proyectos futuros, intercambias ideas... Siempre eres visto como el que vive y trabaja allí donde es necesario que la solidaridad se materialice, y eso es bonito.
Hay momentos en que parece que estoy en el día de mi boda, la gente me da sobres con plata, jaja. Los agarra uno entre agradecido e intimidado, transido de una responsabilidad estimulante: ser cauce de compartires concretos, ser canal de dineros que pasan por ti porque el donador confía en que así llegarán a su destino. A veces lo dejan a mi criterio (eso da vértigo), y otras veces no es para alimentos, medicinas o penurias graves, sino para que niños pobres tengan algún regalo de reyes. Me casco el turbante de Baltasar y al tajo, tarea bonita y delicada.
Pero normalmente el disfraz de misionero consiste en las sandalias y la barba. "Si le veis con la barba florida / si le veis tostadito del sol / dadle todos cordial acogida / porque es un misionero español". ¡Cómo nos gustaban las canciones misioneras del padre Carreño! Azuzaban la imagen romántica del misionero-personaje mítico, paradigma de radicalidad, entrega y sacrificio... Después de soñarlo mucho, hoy lo veo desde el otro lado y declaro que ser misionero no asegura nada. Está hecho uno de la misma pasta que todos, se monta en el avión con una carga estándar de limitaciones y pecados.
Estás leyendo esto y quizá te asoma la misma cara de decepción que provocan muchos de mis relatos. No hay demasiadas aventuras increíbles, no vivimos en chozas en medio de la selva. Mis dos compañeros y yo tenemos una casa con luz, agua caliente y hasta internet, toma ya. Trato de acompañar a la gente donde Dios me ha puesto, normalmente perdido en una cultura extraña de un país extranjero, y por tanto en otra onda de parámetros de eficacia. Ni mucho menos pretendo solucionarle la vida a nadie. Hago buenamente lo que puedo, y si por el camino ayudo a alguien, pues estupendo. Igualito que aquí en España.
Me invitó Laura Abascal a hablarles a los niños de 5º y 6º. Les dije que yo había sido hace años uno de ellos, y me aposté a que no me encontraban en la orla de COU, donde tengo pelo. En vez de telas de colores y filminas, había pendrive y cañón digital, pero ellos me miraban con los ojos como platos. Me plantearon preguntas muy inteligentes (hay adultos que no aciertan a hacerte una sola pregunta) sobre la misión, sobre cómo me siento, por qué estoy allí... y creo que interpreté con acierto ese capítulo del guión. Lo llevo bien.
Acepto el papel de misionero = "desplazado a un país pobre para ayudar a la gente", porque creo que es un perfil de iglesia que conecta con muchos valores, inquietudes y talantes. Eres una persona-signo, te guste más o menos. Hay quienes no te lo perdonan (ese tema, para otro día), pero en general despiertas admiración. Es divertido porque yo me siento el mismo de siempre, igual de tonto, nada especial. Sé que es así. No soy mejor que nadie. Por más plumas que haya que ponerse, "que sepas que ser, eres", como dice José Mota.
Ya ha llegado el misionero / ya volvió de tierra extraña / y otra vez cruzó el mar fiero / para ver el sol de España. Esto es del estribillo; la estrofa tercera, en la siguiente entrada.
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