Llego el sábado temprano, a las 8:30. Abro la puerta de la cochera con mi llave, porque estoy en mi propia casa, entro al precioso patio con el naranjo grandazo y las orquídeas, y voy saludando. Aquí viven las cuatro hermanas Pasionistas y las chicas que tienen con ellas, así que recibes sonrisas femeninas a raudales. Todo está limpito, la habitación de los padres ordenada, las sábanas y las frazadas dispuestas. Da gusto.
La hermana Reginalda, alta, mayor y con chanclas, me ofrece en su acento brasileño un café pasado cargadito, parecido al de España. Es la jefa de la cocina, y realmente tiene tarea, porque al cabo del día son muchas las personas que entran y se les invita a sentarse, tomar algo y conversar. Aquí vivo la experiencia de la acogida, sencilla, genuina y sanadora.
Llega el almuerzo, y aquí es autoservicio: locro, chicharrón de chancho, empanadas de yuca, ensalada... De todo y muy bueno (excepto la infusión de manzanilla, agggg, menos mal que hay té). La hermana Flor, la superiora, inteligente y de carácter, se desahoga durante la conversación; cuenta lo difíciles que son a veces las cosas, trabajar con la gente, luchar contra las rencillas y mezquindades... Aquí encuentro un espacio de comunicación, de compartir la misión con sus aventuras y desventuras.
Y falta la hermana Norma. Es mi brazo derecho acá, o más bien yo soy su brazo izquierdo, jeje. Lleva todo lo de la parroquia: el Consejo, los cantos, la JEC, la catequesis de Confirmación... Directa, capaz, servicial, eficaz, selvática y siempre con la sonrisa puesta. Con ella trabajar en equipo no solo es fácil, sino una suertaza.
Por la mañana me cruzo con alguna en pijama (ella y yo); al principio me daba más reparo, pero en Limabamba todo es tan sano y tan normal, que no me hago problema. Y luego están las niñas: adolescentes que llegan de pueblos lejanos, a menudo en situaciones de extrema pobreza, con tremendos problemas familiares, retraso escolar, necesidad de ayuda psicológica... Acá se esponjan, prueban la felicidad, aprenden a reír con ganas. Es reconfortante contribuir al caudal de cariño que hace que se vayan abriendo y puedan soñar con un futuro.
Comienza la oración. Sin prisas, salmos que recorren con suavidad la belleza de la capillita. No se dice, pero se siente que las religiosas y los curas de nuestra parroquia formamos una comunidad misionera, o al menos yo así deseo vivirlo. Porque me parece importante y porque lo necesito.
Las chicas al final de una velada. Jejeje. |
Cèsar, con tus escritos, nos haces partícipes de tu vida en el Perú. Es verdad que es distinto todo, pero como bien dices, el cariño suple las deficiencias. Gracias por compartir con nosotros tus vivencias, nos gustan muchísimo y seguimos pidiendo a DIOSITO por ti. Un abrazo muy cariñoso desde Monesterio. ¡¡Eres genial!!
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