jueves, 30 de abril de 2015
AHORITA
Todo es diferente en el Perú, empezando por el tiempo. Si Aristóteles hubiera pasado por estos andurriales habría dimitido de aquello de "el tiempo es el número del movimiento según un antes y un después". Aquí el tiempo es elástico, se estira, se arruga, da la vuelta, se repite o simplemente se detiene. El tiempo cronológico y el atmosférico, ¿eh?
Porque la percepción de acá de los momentos, las esperas y las distancias temporales es de lo más curiosa. "Ahora" significa "últimamente", "de un tiempo a esta parte", "actualmente", o "durante todo este día". Así que si alguien te dice: "voy ahora", no le esperes pronto, y tendrás suerte si llega durante el día, si es que viene. Olvida lo diligente, raudo y veloz.
Pero lo más gracioso y tremendo es el famoso "ahorita". No estoy todavía muy seguro, pero cuando escucho "ahorita" intento sustituirlo por "estoy en ello" o "tengo la intención de". "¿Cuándo va a salir la combi? - Ahorita". Eso quiere decir que ahora mismo no, pero que la cosa está en proceso... La RAE dice: "Después, dentro de un momento, en seguida". Es algo deliberadamente impreciso, una especie de tiempo-blandibub, como si los segundos se volvieran perezosos y se tomaran sus vacaciones. Ármate de paciencia que te toca esperar.
Si te clavan el "ahorita" o un "ahorita mismo" prepárate porque el asunto puede demorar horas, y quizá te alcance la noche antes de que te resuelvan lo que pides. Ni siquiera "ahoritita" te da seguridad de nada. Solamente cuando alguien te dice "al toque" puedes ilusionarte con que sea inmediatamente, al instante; pero sin echar las campanas al vuelo tampoco.
Y luego está el clima, ¡ay Diosito! En un mismo día transcurren todas las estaciones: hace fresco, llueve, luego escampa, sale el sol y quema, de nuevo llueve, luego hace calor, luego humedad cuando anochece... No sabe uno qué ponerse: ¿botas? ¿sandalias? ¿zapatillas ligeras? ¿un jersey? ¿camisa de manga larga o camiseta? ¿impermeable? ¿gorra? Te vistes y durante la jornada te vas quitando capas como una cebolla, y luego poniéndotelas.
De hecho, el habla de la gente canta: "hoy hace mucho verano", "el otro día no fui porque hacía invierno", jeje. Puede llover durante meses sin parar, o caer una sequía pertinaz. Y el caso es que hay también información meteorológica en la tele... ¿cómo harán? ¿Lo echarán a los chinos? ¿O lanzaran las nubes al voleo sobre el mapa a ver dónde se posan?
Me temo que aquí no existe "la generación del botón", esos chicos para los que todo ha de ser instantáneo, rápido, inmediato. Además, la pachorra del personal es capaz de poner nervioso al más pintado, todo es leeeeeeeeeeeeeeento. No parece que se sufran muchos ataques cardíacos por estrés. Dalí debió inspirarse en el carácter peruano para crear sus relojes líquidos. Aunque se quedó corto, porque aquí el tiempo a veces simplemente desaparece.
domingo, 26 de abril de 2015
SOBREVOLANDO BELLEZA
Puentes que son un palo o una tabla, puentes colgantes,
puentes con agarradero, sin agarradero, vadear el río a pie con el agua hasta
los muslos, puentes buenazos de cemento, puentes incluso cubiertos… Hasta ahora
lo había probado todo, pero no conocía una emoción nueva: las oroyas. Jaja.
Una oroya es una especie de caja de frutas gigante que se
desliza sobre un cable como la cabina de un funicular a base de tracción humana
“manual” (jalando, vamos). Te montas y el artefacto se embala hacia la otra
orilla varios metros por encima del río (que corre bravo y color chocolate) bamboleándose
para hacer más interesante la cosa. Diosito.
Sobrevuelas en oroya el camino que te lleva desde Río Verde
hasta La Frontera. Planeas sobre una belleza natural impresionante: bosques que
tapizan los enormes cerros, cuestas arriba, flores que jamás has visto antes,
zonas implacablemente embarradas, quebradas con caídas de agua cristalina, tremendas
bajadas, guayabas, zonas de travesía ligera, una raíz aérea tan enorme que me
llega por los hombros, rocas impactantes, árboles rectos y altísimos... Son 25
kilómetros preciosos, y esta vez los he disfrutado a tope.
Se caminan de un tirón al regresar. A la ida se hace escala
en Nuevo Chachapoyas. Allí llego con Rosendo, mi compañero de fatigas, y nos
bañamos en una poza de agua fresquita para quitar el sudor que te empapa de
pies a cabeza. Nos acogen como siempre muy amablemente y en la noche preparamos
las cosas para la Eucaristía. Hay que enganchar una bombilla a un cable que
pasa junto a la capillita porque en estos pueblos no hay luz todavía. La gente
se reúne, muy simpática, cantan de maravilla. El cielo sembrado de estrellas se
ve espectacular.
La segunda etapa nos lleva a La Frontera; nada más llegar la
señora María Magdalena nos prepara limonada, y yo me bebo cuatro vasos, me sabe
a gloria. El baño esta vez es en el mismo caño donde ella lava la ropa, y nos
preparan una cama de paja con frazadas encima. Las risas de los niños acompañan
mi siesta; María está al cargo de sus siete nietos, especialmente en abril y
mayo, cuando todo el mundo pasa la jornada entera en la chacra, a veces muy
lejos, cosechando el café.
Por la noche, la misa es en la escuela, con ayuda de un foco
y bajo la lluvia que golpea la calamina y hace que te quedes sin voz. Apenas
viene una familia porque en esta zona, como no hay cobertura, es difícil
avisar; solo hay un teléfono en todo el pueblo, el Gilat (por satélite), pero
lo descuelgan los adventistas y no pasan la voz de que viene el padre. Cosas de
acá.
No hay agotamiento ni deshidratación, a pesar de que es la
mayor distancia que he pateado hasta ahora. Vamos parando y descansando, bebiendo
cafesito que me ponen por la mañana
en mi botella, comiendo naranjas, guabas, plátanos, guayabas y todo lo que
encontramos. Rosendo ve una papaya y… ¡qué placer hacer una parada, partirla
con un palo y sudando comerla a bocados, metiendo la cara en la pulpa dulce y
refrescante, poniéndote perdido pero ya qué más da!
Cuando ya estamos casi llegando al final, un huayco nos
corta el paso. Una pavorosa catarata de barro que deshace la ladera del cerro y
arrastra piedras, palos y agua. Hemos de pasar antes de que sea más grande, y
ahí, muerto de miedo, me agarro a un tronco y voy caminando salpicado por el
barro hasta que pasa el peligro.
Rosendo dice que ronco. Yo creo que se ha puesto de acuerdo
con ciertos sujetos de España. Roncar yo… Dice que me duermo al toque, que
tardo segundos en "respirar fuerte", jeje. Digo yo que será por la paliza, o por
la hermosura que te impregna en la oroya, o por el cariño que te da esta
gente. Será eso.
miércoles, 22 de abril de 2015
UNA NUEVA FASE
Se ha marchado Ángel y me ha dejado un montón de herencias: la habitación, el despacho, su cáliz y su patena, un chubasquero de dos piezas, gente que viene a pedir apoyo, el número de gotas de lejía que hay que echarle al agua... Y al mismo tiempo noto un vacío; y un cosquilleo, porque comienza otra fase de mi vida en Perú.
Ha sido extraño asistir al final de un tiempo largo dedicado a la misión cuando me encuentro apenas empezando. Como ver el final desde el principio. Es raro pero también estimulante y esclarecedor de muchas cosas. En las palabras de estos días, en los gestos, en esas lágrimas, se aprende lo que los misioneros somos para estas gentes. Ha habido momentos en los que sentía que me iba a explotar el corazón de emoción. Recuerdo sobre todo a Miss Amelia: "Jamás podremos agradecer al Señor lo que los sacerdotes han hecho en nuestras vidas".
Se ha ido el maestro y el discípulo se ha quedado con dos palmos de narices. ¿A quién le pregunto yo las cosas? De repente, por sorpresa a pesar de que llevo casi siete (!!) meses en una especie de provisionalidad por momentos pesada, resulta que ahora "soy yo". Se acabaron las pruebas, las presentaciones y los ensayos, me toca responder como uno más. He de seguir descubriendo, enterándome, conociendo, adaptándome... pero ya no está mi guía y mentor.
En fin, que habrá que conjugar el verbo apañarse, acudir a mis otros compañeros y darse algún coscorrón que otro más. Por eso anoche, cuando veía pasar el desfile de la fiesta de las antorchas del colegio Toribio, pensaba que es preciso muchas veces caminar en la penumbra, con una luz modesta y confiando en que la bondad de Dios nos envuelve en su protección y nos orienta con su suavidad. El "dejarse llevar" sube de pantalla y desde ahora requerirá de mí más confianza en que Diosito siempre está a mi lado.
¿Muy serio esto? Pues es lo que me ha salido hoy. Mañana, a un confín del quinto pimiento, o sea, la montaña de Zarumilla.
sábado, 18 de abril de 2015
ADIÓS, MAESTRO
Camina inconfundible con sus botas, su sombrero, su eterna chompa verde y el pelo de nieve. Sonríe detrás de sus enormes gafas y al abrir los brazos a los niños parece extenderse como un mecano, grandazo y desgarbado: -"¡Señoritaaaaa!". Ha gastado 18 años de su vida en el Perú y ahora está de despedida. Es el Padre Ángel Maya, maestro de escuela, maestro de sacerdotes y maestro de vida.
Maestro por vocación, apasionado e incombustible. Ángel se pasa el día enseñando cosas. Cuando habla te dan ganas de tomar apuntes, porque de todo sabe y todo te lo explica con muchos ejemplos, con pedagogía, como en la escuela de Brovales o la de Valencia del Ventoso. Sabe de mecánica, de reforestación ("donde hay árboles se puede vivir y la gente se queda"), de matemáticas, de historia universal, de derecho canónico, de cooperativismo, de física, de albañilería... Yo le he visto explicándole a Toni cómo le tiene que arreglar la moto.
Y es que Ángel se recorre nuestra parroquia-provincia en moto ¡con 72 años! Llega a Nuevo Chirimoto con su impermeable, sus botas de jebe y su casco, derrapando. Y él lo ve tan normal. Pero también camina hasta Javrulot, ¿cómo hará para superar esas tremendas cuestas? Y allí donde va, visita a los enfermos, lee un pasaje de la Biblia, da la Unción y la comunión. Ignora el cansancio... Quizá sean las incontables tostadas de palta (aguacate) que se trinca en el desayuno.
Ama la Lectio Divina y está empeñado en contagiar a todo el mundo: la hace con los chavales de Confirmación, con los padres y padrinos que se preparan al Bautismo, con los matrimonios, con Luz Clarita que es una chica enfermita en Nueva Esperanza... En cambio le tiene tirria al APRA y es enemigo de las vacas, que "lo destrozan todo".
Ángel tiene un radar que le acerca a los más pequeños y desvalidos. Es amigo de todos los borrachitos de Mendoza, los conoce por sus nombres y de vez en cuando los lleva a comer en casa, y así sienten que son personas dignas. Le encanta visitar la Aldea Infantil y jugar con esos niños que necesitan quintales de cariño, y también los invita a almorzar muchos domingos: los niños preparan la comida y se lo pasan bomba. Y a las 6:30 de la mañana está como un clavo en la Casa Hogar para hacer la oración mañanera con los muchachos. Hay un montón de gente que llega a casa buscando al "padrecito viejito de pelo blanco" porque saben que les ayudará con una platita. Cuando ves naranjas sobre su mesa o una bolsa de plátanos en la cocina sabes que esa mañana ha habido algún "cliente" agradecido.
He pasado con Ángel estos meses, mis primeros pasos en la parroquia y en el Perú. Me ha explicado muchas cosas, me ha presentado a infinidad de personas, me ha dado consejos de todos los pelajes, desde cómo se debe abrir la bombona de gas del comedor parroquial hasta lo bueno de rezar el credo en todas las misas o tener en cuenta que "hay muchos tipos de barro". Pero las mejores lecciones me las ha enseñado sin palabras, con su vida, su cariño a las personas y su entrega total a la misión.
Ha sido todo un regalo compartir con Ángel este tiempo de entrenamiento misionero y es un privilegio participar en su adiós a estas tierras tan queridas. Cuando la gente me recuerda que soy yo el que lo sustituyo me da como un vértigo, porque no creo que le llegue ni a la suela de las botas. Él me anima y me recuerda que "Dios te ha enviado aquí para algo" y por tanto hay que confiar en su acción misteriosa a pesar de dificultades y contratiempos. Gracias, Padre Ángel, por regalarme tus guantes y mostrarme tu fibra sacerdotal y misionera. Procuraré contar bien las gotas de lejía para purificar el agua que bebemos, y que, junto con la gelatina, estará esperando tu visita. ¡Hasta siempre!
lunes, 13 de abril de 2015
ASAMBLEA DE LA COOPARM
Fue hace ya un par de semanas, pero es otro de esos momentazos que, cuando los estás viviendo, te parece que estás en un película de aventuras. No he hablado todavía de la COOPARM, la Cooperativa Agraria Rodríguez de Mendoza (http://www.cooparm.org/), una de las joyas de esta zona y de esta parroquia, pero llegó el momento.
El cultivo del café es la principal fuente de riqueza de la provincia, un valor económico que hay quien dice que es más seguro que el oro. Muchísimos campesinos se dedican al cultivo y la venta del café pilado, lavado y secado. La cooperativa la impulsó mi compañero el P. Toño Arana a finales de los años 80 ante la necesidad de que los cafetaleros se unieran y defendieran sus intereses frente a la galopante especulación de un mercado que apenas empezaba a despegar. Como el café no te lo puedes comer, estás obligado a venderlo al precio que sea, y había (y hay) muchos abusos hacia los más humildes, que necesitan vender su cafesito para sobrevivir.
Con mucho esfuerzo se organizaron los grupos, los centros de acopio zonales, se compró un terreno, se pidieron ayudas para construir la planta procesadora, la tostadora, la tienda... Al mismo tiempo la cooperativa fue creciendo y evolucionando como organización agraria y hoy es hoy un pulmón de desarrollo en la región, es, ni más ni menos, quien fija por estas tierras el precio del café más allá de la bolsa de Nueva York. Hasta aquí todo bonito.
Pero... ay. En nuestro Perú la corrupción es como la aluminosis, infecta todas las estructuras y socava todos los colectivos humanos. A pesar de que la cooperativas están fundadas sobre los principios de solidaridad e igualdad, a pesar de que la COOPARM tiene sus mecanismos de control interno... hace algunos años que por "malos manejos" comenzaron a desaparecer cientos de miles de soles y a surgir en su lugar hoteles en Lima... ay. Desde agosto pasado la entidad lleva en quiebra práctica.
Bancarrota no solo financiera, sino, y esto es lo más triste, ruina en la confianza del socio y del agricultor en general. Toño, resolutivo, tomó medidas de cirugía agresiva e invasiva: hizo despedir al gerente y al contador y contrató a dos nuevos elementos de toda confianza que han realizado una auditoría exhaustiva sacando a la luz las maniobras turbias de la anterior gestión. Y así llegamos a la asamblea.
Más de 500 personas en la nave, sillas de plástico, cañón para proyectar cifras, megafonía y atmósfera saturada de tensión. Se debía renovar al tercio la junta directiva, pero casi al inicio sale la propuesta de botar a todos y elegir a nuevos regidores de la cooperativa. Hay intentos de excusas y explicaciones por parte de los responsables salientes, pero su voz es apenas ahogada por los gritos de los socios indignados.
Toño toma el micro y, aunque no tiene cargo ni voto, desenfunda toda su autoridad: denuncia, describe, acusa, advierte, explica, deshace la junta y procede a la renovación de todos los cargos. Hay muchos aplausos, el hastío de los cafetaleros sale a borbotones, está claro que se impone un cambio de rumbo. Alguno se resiste a abandonar la mesa presidencial y, cuando finalmente lo hace y sale entre voces y chillidos, temo que le vayan a sacudir. Casi no me puedo creer la agresividad que flota en el ambiente por todo lo que se ha robado, el pan de los campesinos que se dejan el espinazo sacando adelante su café.
Cuando empiezan las votaciones tengo que irme. Luego me enteré que ganó la candidatura de Maurilio, el de La Unión; en su casa almorzamos muchas veces cuando visitamos allí. Y también parece que comentaron que el P. César acompañará al comité de fiscalización (madre, pero si yo estoy como para que me vigilen a mí). Es increíble las historias en las que me veo envuelto, jamás podría haber imaginado formar parte de algo tan grande, tan hermoso, tan variopinto y tan apasionante como esta parroquia, que te engancha y te da miedo a la vez.
miércoles, 8 de abril de 2015
SEMANA SANTA DE BARRO Y SUDOR
Ha habido de todo en esta Semana Santa, que, como no cuente algo rápidamente sobre ella, va a "caducar" porque todo sucede tan rápido que ni te da tiempo a asimilar una experiencia cuando ya se apunta otra que reclama todos tus sentidos. Voy a ello, para quienes dicen que les gustan estas aventuras.
Miércoles Santo. Me monto en la combi a las 5 de la mañana, rumbo a La Unión. Allí enseguida me encuentran Esteban, Marta y Erlita y me embrocan un desayuno a base de huevos y plátanos fritos; nunca estaré solo estos días; nunca estoy solo. A las 11 me veo delante de más de 120 niños para conversar un rato sobre la Semana Santa: cantamos, bailamos, preguntas y respuestas, bromas... jeje. Luego la misa será a las 2 bajo un aguacero; como a las 3:30 no hay carro, me llevan en moto hasta el Líbano, donde dormiré y regresaré el sábado.
Jueves Santo. Paso a Santa Cruz, y con un grupo de 25 personas celebro la Cena del Señor en la capillita de suelo de tierra. Son los pies más sucios que he lavado nunca, y el signo cobra realismo. Por la noche, en Primavera, en medio de la oscuridad rota por la luz de las velitas, repito el gesto santo de inclinarme sobre pies pequeños que salen churretosillos de las botas de jebe y tiñen de negro la pequeña toalla de propaganda Galp que han preparado. Al final, como no hay sagrario ni puede haber monumento, hacemos un momento de adoración del Santísimo; se hace un gran silencio, la gente de rodillas, los ojos cerrados, el rumor de la presencia del Señor entre esta gente humilde.
Viernes Santo. Toca agarrar el palo de caminar duro hacia Javrulot. La primera hora es tremenda, con las botas clavadas en el barro, un barro que te jala, que merma tus fuerzas enganchándote sin piedad y te deja ya adobao, listo para afrontar una terrible ascensión: más de 6 km de auténtica pared que me asfixia y me hace sudar a chorros hasta el punto que me noto vacío, sin un gramo de fuerza. Tengo que recurrir a otras experiencias de mi historia en que me parecía que no podía dar un paso más y sin embargo fui capaz: aquel mes en Níger, aquellas etapas del Camino que hice enfermo... Con Jairo, el chivolo que me acompaña, bebemos agua, comemos guayabas, me caigo tres veces y en España ya deben estar de procesión, Jesús que sube cargado con el palo y no puede más. Pocas veces en mi vida he sufrido un esfuerzo tan terrible.
Cómo me verían al llegar (3 horas y media y 13 km después), que me enchufaron un par de vasos de jugo de plátanos con leche que me dieron la vida, igual que a Uma Thurman la resucita la inyección de adrenalina en Pulp Fiction. Como aquí en este pueblito no hay agente de pastoral ni liturgia los domingos, celebramos de un golpe la Pascua entera: leemos el relato del Mar Rojo, luego la institución de la Eucaristía en la Carta a los Corintios, un trozo de la Pasión, adoramos la cruz, leemos la Resurrección, cantamos Aleluya, hacemos la renovación del Bautismo con la aspersión del agua... Luis Fernando, mi profesor de Liturgia, ay madre, ¿qué dirá cuando lea esto?
Tras este max-mix litúrgico quedan 7 km más hasta Carabelí. Aquí no hay agua ni desagüe, hay que lavarse en una quebrada que hace de ducha comunal. El agua corre clara, y yo me desnudo dejando al niño de guardia porque, tras litros de sudor, necesito un baño más que el comer. Luego, al tumbarme un rato, me noto febril y comprendo que me he deshidratado. Me traen el único paracetamol que encuentran en el pueblo y así me siento mejor a la hora de un nuevo popurrí pascual con un grupo por cierto bastante salao. Casi no me da tiempo a que la cabeza llegue a la almohada, pero antes de roncar pienso en lo que he enseñado: Jesús dice: "Yo doy mi vida; haced esto, haced lo mismo que yo, dad la vida, en memoria mía"; "dar la vida" cobra hoy para mí un nuevo significado, más físico, más crudo, más real.
Sábado Santo. Reemprendemos el camino hasta Peñarol. Como ya vengo preparao de ayer, me ataca el desfallecimiento, las piernas no van, me quedo sin aire y me cuesta horrores llegar. Y qué sed. Tras la celebración, el almuerzo a base de arroz y frejoles, y una pequeña siesta de media hora, encaramos la última caminata de vuelta a Santa Cruz. Hay que atravesar la Peña Blanca, una especie de desfiladero por donde solo cabe una persona junto a un abismo de más de 50 metros de caída. Superada la prueba, de nuevo imponentes subidas que vuelven a dejarme exhausto. Me concentro en controlar la respiración, se trata de respirar bien la siguiente vez, de dar solo el siguiente paso... como en la vida. Y así, aunque estoy reventao, mis piernas se aligeran y llego con más facilidad: más de 20 km después, toda mi ropa totalmente empapada en sudor y la Vigilia Pascual por celebrar.
Una caja de cartón cobija el fuego a la entrada de la iglesita de madera de Líbano. Encendemos el cirio mientras cantamos "Esta es la luz de Cristo, yo la haré brillar". Luego, en el pregón, les hago alzar las velas prendidas y me vuelvo a emocionar, como tantas otras veces en mi vida: "¡Aleluya aleluya, el Señor resucitó!". La homilía es una sucesión de sonrisas y aplausos, las letanías y el gesto del Bautismo que hacemos por parejas (seguro que a algunos les suena). Al final cantamos y bailamos: "Gozo gozo gozo, gozo yo quería... pero vino Cristo el Señor de la vida...". Con este soniquete me voy a la cama, cansadito y débil, pero satisfecho. Es la magia de la Vigilia, que me une a tantas personas que amo y a tantos momentos felices, y que acá es más pobre, más sencilla y más misionera. Como esta primera Semana Santa en Perú, dura, embarrada y plena.