sábado, 7 de marzo de 2015
TODO ES DIFERENTE, TODO ES IGUAL
- "Mañana tenemos dos entierros, uno en Huambo y otro en Mendoza" - dice Ángel.
- "Joé" - digo yo - "parece que estamos en España".
A los dos muertitos los han traído desde lejos para que descansen en sus pueblos, ambos son ya mayores, hasta ahora todo como de costumbre. Solo que no hay funeraria, el traslado fue en carro particular (!) y muchos entierros los suelen hacer los laicos, los agentes de pastoral de los pueblos. Y eso es para mí distinto y fascinante.
En Huambo es a las tres, así que allí me encamino y es el primer sepelio que celebraré en Perú. Miro las lecturas, las peticiones, echo de menos una vez más a Mari, me revisto y me sorprendo y sobresalto al escuchar el rumor y los cantos: ¡ya está aquí el cadáver, y eso que faltan 10 minutos para la hora! "En los entierros la puntualidad es extrema", me cuenta la hermana Francisca. Igualito que en España.
Madre mía. Me pongo la estola al revés y no me da tiempo a recibir el cuerpo en la puerta, me lo encuentro por el pasillo. La gente va entrando, alguien entona un canto, y junto a la caja vienen tres niños con tres especie de estandartes caseros, de cartón y pintados con ceras, algo que cuadra con la estética de acá pero que a mí me chirría. Tengo que escribir sobre el estilo ornamental y sobre la noción de puntualidad.
No hay pésame, todo el mundo entra a la misa. Comienza la ceremonia y está el cirio pascual, como siempre, pero en este ritual no encuentro la oración que acompaña al gesto de encenderlo. Palante. Se canta el salmo (aquí una misa sin cantos es como un ají de gallina sin gallina) y llega la homilía. Observo que los familiares están en los primeros bancos, y que necesitan también unas palabras cariñosas que les alienten. Hablo de la madre difunta, de su entrega, y afloran un montón de lágrimas... ¿me estaré pasando?
El micro del altar de repente no funciona (eso me suena...) y he de dar tremendas voces porque, igual que en España, la iglesia está llena. Los niños porta-estandartes se mueven y me distraen, pero ya estoy entrenado (¿cómo se estará portando la Bicha este año en misa?). Después de la comunión hay un silencio y me doy cuenta de que el féretro tiene los pies hacia atrás, al contrario de lo habitual.
Tras las usuales oraciones y la aspersión del agua, un familiar sale a un micro que sí jirga para decir unas palabras de agradecimiento e invitar a los vecinos a unirse a las diez noches (!!) de oración que habrá en la casa de la fallecida. Justo entonces, cuando en España la gente se abalanza a dar abrazos y besos, los mismos que traían el ataúd lo agarran y el gentío que acompañó y estuvo en la misa se marcha a pie al cementerio, cantando; es muy bonito. El cura va con la comitiva hasta la puerta de la iglesia; allí me pedirán que vaya al camposanto, y yo me excusaré amablemente, porque aquí son los agentes de pastoral los que hacen las últimas plegarias en el momento de la sepultura.
La celebración ha sido esencialmente la misma y a la vez completamente diferente, al menos para mí. Llena de detalles que hacen saltar lo que en Antropología se llama "Hipótesis de similitud de prácticas", gestos e ingredientes que me extrañan y me cautivan. Cuánto desearía comprender cómo sienten los peruanos la vida, la alegría, el duelo, la incertidumbre o la esperanza. A ver si algún día tengo esa suerte; de momento, aquí hay que decir "caramba" y no "joé".
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