sábado, 14 de febrero de 2015

GIRA POR LA MONTAÑA DE OMIA

De los más de 100 pueblos que tiene mi parroquia, hay sitios donde vamos y regresamos a dormir a Mendoza, pero hay zonas muy alejadas donde es necesario dedicar varios días a patearse los pueblos. Es una experiencia bonita y muy misionera de encuentro con la gente. Se hace realidad literalmente el texto de Lc 10, 7-10: Quedaos en la misma casa, ... comed lo que os pongan... curad a los enfermos que haya, y decid: "Está cerca de vosotros el Reino de Dios".

"No andéis cambiando de casa". Pues sí, realmente son casi siempre las mismas casas. Casas ya conocidas, con familias que tradicionalmente nos acogen y comparten con el padrecito su vida cotidiana, su mesa, que nos ofrecen lo mejor que tienen y siempre nos dicen que regresemos pronto. Ese es el salario que según el evangelio merecemos: el cariño. Vaya suerte.

Aunque en Mashuyacu, donde comenzó esta gira, dormí en el desván de la sacristía sobre unos colchones, calentito con la frazada que María me trajo y disfrutando del rumor del río cercano. De allí pasamos a La Unión, donde Maurilio y su esposa Etelina nos pusieron a Ángel y a mí un locro (guiso de yuca y frejol) que quitaba el hipo de rico. La Eucaristía es a las 3 de la tarde, en una capilla de madera pobre, como el caserío. "Comed lo que os pongan".

Por la noche llegamos a Nuevo Chirimoto, que es, con una población de más de mil habitantes (casi como Santa Ana de grande) la auténtica capital de esta comarca. Te quedas asombrado de las tiendas, las boticas, los restaurantes... La calle principal me recuerda al salvaje oeste, con ese barro y las acémilas circulando. En la iglesia, bastante nueva, hay una habitación preparada para dormir, pero nos quedamos en casa de Graciela y conozco a sus nietas Suceli y Coraima, que son un encanto.

Todos estos pueblos están en un momento especial: la carretera acaba de entrar y la luz eléctrica está llegando. Se han apañado durante los últimos años con pequeñas centralitas hidroeléctricas construidas con el esfuerzo de los vecinos, pero por todos lados se ven ya los medidores preparados para que la electricidad venga ahorita, en dos meses (ayayayayyy... veremos a ver). De hecho, en El Líbano ya encienden las luces amarillas de la calle, y eso me hace pensar que la vida por estos andurriales va a dar un vuelco en cuanto haya frigorífico, televisión y licuadora.

Aquí es en casa de Vitalino, el "agente de pastoral". La pobreza impresiona, pero nos ponen un almuerzo exquisito. En la noche vamos a la iglesia, que está pintada de verde y rojo, junto a la posta de salud. Acude la gente, y da gusto ver cómo se ríen con las tonterías de la homilía: "¿Qué tres cosas hace Jesús, eeeh? Orar, predicar y curar". Y es que repetimos las lecturas del domingo pasado. Cuando todo acabe, yo iré a dormir a casa del primo de Vitalino, porque en la casa ya no hay sitio para dos huéspedes. Y así eres recibido por personas que, sin haberte visto jamás, te abren su hogar y te dan todo.


Al día siguiente, La Primavera. Para llegar hay que pasar un puente de esos emocionante, pero con agarradero (excepto en los primeros palos). Se camina un ratito y se encuentra uno con la sonrisa de Armandina, la esposa de Eugenio, que es el animador y responsable de esta comunidad. Eugenio es un hombre muy inteligente, con iniciativa, luchador y comprometido con su pueblo. Hablamos un rato largo, me cuenta sus logros y sus proyectos, me habla de sus asociación de cafetaleros, nos inventamos cosas que se pueden preparar de cara a mi siguiente visita, y yo pienso "qué buen militante del Movimiento rural sería".

Duermo la siesta bajo una lluvia tremenda, que golpea sin contemplaciones el techo de calamina. Me despierto y me quiero duchar, pero como no para, vivo una nueva experiencia: ducha bajo la lluvia, jejeje. Armandina es la única mujer que hasta ahora he visto que que se sienta a la mesa con los hombres a la hora de cenar. Ella y su esposo hablan de lo que cuesta mover a la gente, de lo ingrato que es trabajar por el bien común y que te encima te critiquen. Cuando miramos el reloj, ¡pucha!, las 7:30, ¡vámonos que llegamos tarde a misa! Subimos unas cuestas terribles, de manera que llego empapado en sudor; me quito las botas de jebe y a celebrar.

Falta nada más "curad a los enfermos". No podemos, pero sí vamos a visitarlos: a la sra. Ángela, a Juan que está en cama muy malito con cáncer... Les damos los sacramentos, la gracia de Dios. Y ellos y sus familias, sin palabras, nos dicen: "Está cerca de vosotros el Reino". Nos sentimos pagados con agradecimiento y la Palabra se hace vida. "A ver si el Evangelio va ser verdad", como dice Chércoles...

2 comentarios:

  1. Manuel A. Gonzalez Menacho17 de febrero de 2015, 5:02

    César, que alegría de saber que estás cumpliendo tu sueño, que no es fácil, pero que con sus "pros" y sus "contras" sigues adelante en tu misión, en tu día a día, en tu vida, y nos contagias a nosotros de verte feliz.

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  2. César,estás hecho un atleta.Todo esfuerzo tiene su recompensa.¡Qué bonito dar y recibir!
    Un beso.

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