Cuando uno entra en Migraciones de Lima, en la avenida España, el primer impacto es de estruendoso barullo, como si hubieran instalado unas oficinas en la estación de metro de la Puerta del Sol. Luego vas preguntando y te van ayudando a orientarte en medio de esa jungla de impresos, colas, carteles, códigos, ventanillas, pantallas, lapiceros y normas, muuuuchas normas.
Reglas que además cambian así, de la noche a la mañana, como pasa en "Los juegos del hambre": "Atención tributos, atención. La regla existente que demandaba un sólo ganador ha sido suspendida. A partir de ahora deberán adjuntar fotocopia de la página del pasaporte donde figura el visado". Hay que estar atentos y vivos, no sea que te peguen un hachazo. Dios mío, ¿cómo harán para enterarse los que no tienen ni papa de español?
Claro que existe una industria de asesores para los gringos que venimos a pelear contra los procedimientos de residencia e inmigración. Son como los entrenadores de los tributos, pero nadie se libra de que aparezca un requisito nuevo, o que una cláusula haya mutado, de modo que yo creo que lo mejor es ir uno mismo, averiguar, coscarse y hacerlo por tu propio pie.
Te encasquetas allí tempranito con todos los documentos, pides cita y la señorita te da un código: ICE 14. Subes a la tercera planta (cuidao que aquí en el Perú no hay planta baja, la baja es la primera) y te armas de paciencia porque te toca esperar. Y eso es lo que haces fundamentalmente toda la mañana: esperar y explorar nuevas dimensiones del aburrimiento. Escuchas variados idiomas, observas a la gente, descubres a las monjas (¿de qué marca serán?), repasas las fotos que tienes en el celular, cuentas cuántos mormones de esos con traje y corbata llevas vistos...
Hasta que te toca. Y en la ventanilla el asunto es rápido y bastante eficiente. Tardan poco en mandarte de vuelta a los corrales si te falta un documento (doy fe), y también en atenderte, teclear tus datos y dar curso a la gestión que necesites.
- ¿Color de los ojos?- me preguntó el administrativo.
- ...
- ¿Castaño claro? - me sugirió.
- Vale - dije yo.
- ¿Color del pelo? - volvió.
- Ya queda poco - me hice el gracioso.
- Sí, ya estamos terminando, no se preocupe.
Jejeje. Una vez introducidos tus tuétanos en El Sistema (...), te pasan a Biometría. El nombre asusta un poco, pero la cosa consiste en hacerte una foto y escanearte las huellas dactilares (los dientes ya me los habían revisado cuando fui a la Policía). De nuevo tres minutos... y hora y cuarto de espera. Un australiano lee a mi lado el periódico en una tablet; esa chica con el bebé, ¡cómo se parece a Rocío Moriano la vallera; este chaval estaba hace un rato arriba en la ventanilla de al lado; etc. etc. Hasta que por fin me nombran y ¡tachaaaaaaaan! me dan mi carnet de extranjería.
Ole, ya no soy un turista, un paria del distrito 12, ya soy Residente en el Perú, ya puedo abrir una cuenta bancaria, sacarme el carnet de sacerdote o librarme de que me cobren el triple si se me ocurre ir al Cuzco. No es tan fiero el león como lo pintan, pero es una victoria momentánea, porque cada año hay que prorrogar y pagar la tasa, los Juegos del Hambre son cíclicos y rentables para el Capitolio, como las olimpiadas.
Me puedo figurar algo más cómo se sienten los miles de inmigrantes que en España batallan por legalizar su situación. Una cordillera burocrática que sin embargo es solo una anécdota en la lucha por una vida digna. No me extraña que de vez en cuando alguno levante tres dedos, silbe como un sinsajo y se líe parda.
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