Convertida la harina blanquísima en vuestra sonrisa
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Tomaremos doscientas treinta y ocho porciones de harina,
de harina blanca , blanquísima,como la luz de un amanecer de agosto;
la mezclaremos con una buena cantidad de desolada cruz
(bien pudiera valernos,
amigos,
la oscura noche en que a menudo
dejamos caer el alma enferma o triste)
y muchos metros de mortaja bien doblada
en aquel Amanecer infinito que repiten nuestros corazones.
Que no falte el rumor del mar
que duerme en los ojos de los niños;
ni el vuelo libre de los pájaros
que decidieron anidar en los naranjos de mi patio.
No debe escasear el recuerdo
de las mágicas noches en que asaltábamos la arena
para conjurar a la luna
con rituales hermosos con que detener el tiempo
y sabernos vivos bailando en el círculo de las brujas.
Ni la brisa abrasadora del desierto
que a veces vino a encender nuestras noches de verano.
Ni las amapolas de los caminos que juntos recorrimos,
ni los enfados,
por motivos tan importantes que se olvidaban
al cerrar la puerta.
También añadiremos
el frío de las mañanas, las tardes poco calurosas, las noches de frío.
Y en cada momento un nombre,
un “¿te acuerdas?”, un “fueron buenos tiempos”;
un “no dejaremos el camino”.
No faltarán los viejos dolores del corazón,
las sorpresas, los giros del destino,
el cariño que se volvió vinagre,
las palabras que hirieron, las que sanaron,
el pan caliente, el vino para la hermandad,
lo que somos, lo construido
y lo que nos aguarda:
Palabras,
vida,
luz,
ser,
tú: vosotros.
Vosotros, sí,
convertida la harina blanquísima
en vuestra sonrisa.
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