De acuerdo, ya sé que estoy un poco "meloso", como dicen los de Cáritas Diocesana, pero es que este estado de celebración que siento desde el día 8 continúa, no se me pasa, qué queréis que os diga... Todo me sabe como distinto. Como si una especie de alegre consistencia fuese la voz de mi corazón. Yo sé que es un fruto de los Ejercicios, pero tiene la música de este momento de mi vida. Y hoy quiero dejar escritas las gracias a mis amigos.
Ya nombré a algunos en entradas anteriores. Me quedó mi querida Digo Essi Dodji, Philomène para los amigos, compañera en mil aventuras en Don Bosco de Kara (Togo), junto a la que conocí a José Antonio Rodríguez Bejerano, quizá la persona que más me ha marcado en mi vida y que ya está en la casa del Padre. Y con él, Innocent Télou, que ya me tenía guardada una parroquia en su Sokodé africano, cuando un cáncer de hígado lo reunió con J. Antonio.
Ana, si lees esto, no olvides nunca que eres una parte importante de mi historia y que te quiero mucho. También quiero a Estela y Manolo, que viven en una finca cerca de Almadén; Estela es doctora rural, pero fueron los cariños que me dieron los que me curaron las heridas de mi caída de la bici, ¿os acordáis? Apósitos en plena berrea. ¿Y el bautizo de Marta? ¡Qué momentazo!
Además de médico, también tengo psicóloga, Claudia. Este libro, "Poesía negra", y aquel paseo por la playa de Torre del Mar, fueron bocanadas de vida para mí, no te imaginas cuánto... A la salesiana Maite Arabolaza la tengo ahora lejos, en Angola, pero oye, nos comunicamos hasta por sms. Tú has compartido buenos trechos del camino y no te pienso dejar de mano, hermana.
¡Javi, Don Guil! Eso que traemos entre manos parece que se puede retrasar, pero tranquilo que saldrá. Gracias por tanta vida compartida, y por los días que pasaste aquí en casa (...). A Luisa, mi compañera en la facultad y mi amiga, le debo muchas cosas: confianza y comprensión en momentos bajos. Y que me explicara lo de las tablas de espectros y los saltos de electrones, junto con Vito. Ella y Rubén nos acogieron magníficamente en Barcelona, ¡qué bien lo pasamos! Gracias.
No me olvido de Inmaculada Toro Nicasio, Lucre y Manoli (C/ Templarios, 7. Monesterio), que han intentado siempre hacerme la vida agradable con detalles y atenciones. Ni, por supuesto, de Merche Manrique, poseedora de la sabiduría de la fe, que me abrió al mundo ignaciano, me presentó a Igncio Iglesias y José Juan Azparren y me sabe acompañar y aconsejar como nadie.
Hace un rato, esta tarde, me ha llamado Mon, Ramón Ronda. Salesiano compañero de fines de semana de pastoral en Triana, ¡cómo disfrutamos! De aquella época del teologado es el libro "La fe en Jesucristo. Ensayo desde las víctimas", de Jon Sobrino. Me lo regaló Alejandro Guevara en un momento especialmente desolado, dejándomelo en mi puerta con una nota: "Ánimo, mis valientes". Lo abro y me emociono. Nunca he estado solo.
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