Las últimas bodas me han hecho caer en la cuenta de cómo la gente compone espontáneamente nuevas semánticas para expresar experiencias vitales clave, como el matrimonio o la muerte; símbolos y ritos que aparecen probablemente porque los elementos y gestos propiamente religiosos están desconectados del universo cultural de comprensión cotidiano, y reducidos a menudo a piezas de museo.
Los preparos propios del evento están atravesados por mil tradiciones de distinta antigüedad: el secreto del vestido de la novia, las bromas de contenido sexual "de obligado cumplimiento" en las despedidas de soltero-a, la pedida de mano (donde incluso los regalos están establecidos) y hasta la tarjeta y su entrega.
En medio del maremágnum de detalles que traen con la lengua fuera a la pareja, llega el momento de preparar la ceremonia. La elección de las lecturas y demás textos suele pasar sin pena ni gloria: la carta a los Corintios, las peticiones, los anillos... ¿Hay que confesarse? Pues nada, no se hable más... Un rito vacío, del que los novios tienen algún remoto recuerdo de los tiempos prehistóricos de la primera comunión, un silencio, un no tener ni idea de qué decir; un momento algo embarazoso y tú tratando de quitarle hierro al asunto... Reciben la absolución (alguno, cuando levantas las manos para imponérselas, cree que son para chocarlas como los jugadores de baloncesto cuando encestan) y otra cosa hecha.
Cuando se van los novios llegan los hermanos y los amigos. Y quieren leerles algo más "personal", y redactan unas palabras que tú les dejas leer al principio de la celebración, o al final... No son tan brillantes como el Cantar de los Cantares, pero son "suyas". Y el coro quiere cantar mire usté una canción mú bonita después del consentimiento; no es litúrgica (¿qué significa eso?) pero transmite perfectamente la emoción del momento, conecta con la sensibilidad de los participantes y los hace meterse en el meollo de lo que allí se realiza. ¿No valen para esto los símbolos?
El pan y el vino, las vestiduras litúrgicas, los colores, los vasos sagrados y otros objetos están vacíos de contenido, desgastados por la utilización repetida y ciega, desprovistos del poder de simbolizar, de la capacidad de ser vehículos emocionales de una experiencia humana compartida. Por eso, aunque sea una boda sin misa, no es raro que aparezcan cosas que se ofrecen: una jeringuilla si los novios son médicos, una pizarra para los maestros, etc. Es una especie de ofertorio laico. Porque las personas necesitamos símbolos y ritos, y los construimos, que por algo somos homo sapiens.
Lo que me ha parecido más curioso es lo del paseillo: los novios viven juntos hace tiempo, pero para vestirse y salir hacia la iglesia se va cada una casa de sus padres. Qué gracioso: un auténtico rito formado a partir de lo que era lo normal en tiempos. Y luego lo del arroz; nadie sabe bien pa qué es, pero siempre lo barren los mismos.
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