Son de esas historias que no me resisto a contar, sobre todo al final de un día maravilloso como ha sido éste.
No se trata de una perra-animal, sino de una perra de 20 céntimos, negra, de ¡Alfonso XII! La tiene esta señora, que se llama Piedad y es del Valle de Matamoros. Es una persona bastante agradable de por sí, se lo pasa uno muy bien cuando va a verla, pero es que ayer fue ya desternillante.
Piedad "sabe mucho de huesos", en sus años mozos, cuando no había médico ni ná, ella cuenta que curó muchos males con ayuda de su perra. A más de uno se la ha colocado sobre un tobillo maltrecho, un hombro dislocado o un brazo roto, y con unas oraciones y ungüentos, la perra bendecía ha hecho su efecto y ha curado el mal en pocos días.
Piedad, que siempre habla, como dicen últimamente, "en Roman Paladino", me ha enseñado su perra: negra renegría, gastada, con más de 100 años posiblemente... Con o sin perra, ella sabe colocar huesos en su sitio (incluso se colocó un hombro a sí misma una vez con ayuda de una cuerda y un gancho de colgar lomos). Es una superviviente de la medicina popular, de la ayuda entre vecinos en tiempos de pobreza y de ignorancia; una mujer valiente, decidida y franca, que tiene fe en su perra y en su conocimiento.
Yo no se qué habrá de verdad en todo esto. Sé que estar un rato con Piedad, que te trata desde sus 85 años es algo que cura, anima, hace ver las cosas con otros ojos, pisar el camino de la vida con más cuidado y respeto. Me siento más afortunado por ser quien he sido y quien soy, y por conocer a Piedad y a su perra. ¡Vaya que sí!
Niño, me he quedado un tanto flipá con lo de la perra... ¿Qué es esa perra exactamente? Baci...
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