domingo, 24 de noviembre de 2024

ENSANCHAR LA VIDA

Ya no recordaba la última vez que fui a una jornada, simposio, congreso o algo así: entrada, acreditaciones, folder, bolsito, escenario, discursos, aparición fugaz de los políticos… Y aunque el comienzo respondió a lo habitual, lo que siguió fue una sorpresa que me rompió muchos esquemas y nos hizo vivir un total carrusel de emociones.

La Asociación Cuidándonos de Badajoz forma parte de una red llamada Compassionate Communities creada en 2016 por profesionales de los cuidados paliativos con el propósito de “sensibilizar, concienciar, formar y capacitar a la comunidad en el acompañamiento y cuidado de las personas con enfermedades avanzadas o en situación de final de vida”.

El origen de este movimiento de ciudades compasivas está en la necesidad de promover los cuidados paliativos, y por eso estábamos mis hermanas y yo allí. La vivencia de acompañar a mi mamá en sus últimos días, y la ayuda que nos prestaron a todos Miguel Ángel y Montaña, nuestros paliativistas, nos han marcado. Semanas antes se habían agotado las inscripciones. El aforo se completó al toque.

Tras los saludos protocolarios, lo primero fue un breve concierto de cuatro violinistas de la Orquesta Barroca de Badajoz. La finura y elegancia de sus melodías concedió a la jornada la belleza y el ornato de sensibilidad que se requiere al abordar el tema de la muerte desde la perspectiva de una vida plena, ensanchada y acompañada hasta el fin.

La ponencia estrella fue la de Enric Benito, una autoridad internacional en cuidados paliativos, con décadas de recorrido en el acompañamiento de enfermos “terminales”, y lo pongo entre comillas porque me impresionó escuchar de un hombre como él que “No somos seres humanos con una dimensión espiritual, sino seres espirituales con una dimensión humana”. Todo está “bien organizado” por una conciencia universal de amor con la que podemos conectar, y el “murimiento” es como el nacimiento, el paso a una realidad de plenitud y bienestar definitivos.

Desde su perspectiva, la muerte como final no existe, y eso inspira para atender a los enfermos con amor y delicadeza, respetando sus decisiones, ayudándoles a aceptar y a soltar, a no resistirse, superando el miedo y venciendo la tristeza con la esperanza y el cariño.  Me impactó profundamente que la práctica vocacional de los cuidados paliativos abre de manera natural a la experiencia creyente o espiritual, la intuición profunda de que “no estamos desamparados”.

Así ocurrió siempre para el ser humano: el misterio de la muerte es una puerta a la pregunta por el sentido de la vida y al presentimiento espontáneo de la Trascendencia. Y por tanto, la llamada silenciosa a la espiritualidad, que se manifiesta en la diversidad de religiones. Javier Melloni expresa esta distinción con precisión y hermosura: “Podríamos decir que las religiones son las copas; la espiritualidad, el vino; las creencias, las denominaciones de origen de cada vino, y la mística es beber de ese vino hasta embriagarse”. Esto me sigue haciendo pensar.

Se fueron sucediendo intervenciones en un tono muy ameno, alejado del academicismo, con formatos ágiles y participativos, incluyendo la música y la danza. Cuando tomaban la palabra los familiares de personas ya fallecidas y contaban cómo habían vivido el proceso de la despedida, nos estremecíamos y nos agarrábamos de las manos, nos volvía todo. Pero también hubo espacio para el humor, la risa y hasta algún bailoteo.

En enfoque de esta asociación pretende ir más allá del mundo de los cuidados paliativos. El proyecto “Badajoz Compasiva” trabaja para promover un modelo de liderazgo colaborativo a través de la inteligencia conectiva para fomentar la participación de familiares, amigos, vecinos, voluntarios, instituciones públicas, empresas, colegios profesionales, escuelas, universidades, asociaciones (…) en la creación de redes de cuidados con el objetivo de formar “Comunidades que Cuidan””. Además de cursos de formación, potencian acciones de sensibilización como los Death Café o Árboles para el recuerdo. Se puede conocer más en su web https://www.badajozciudadcompasiva.com/.

Los cuidados paliativos son un paradigma de la misma vida. Acoger a cada persona con toda su dignidad, acompañar para que pueda concluir su camino en esta tierra sana, serena, sin dolor, con calidad y conciencia, dueña de las circunstancias y los modos de su muerte. Un instrumento clave para ello puede ser el Documento de Voluntades Anticipadas. Lo tengo que estudiar con detenimiento.

Ojalá tengamos la dicha de ultimar esta etapa acompañados por personas que nos cuiden como un privilegio, no como una carga. Que su esmero nos ayude a mirar el tránsito cara a cara, con agradecimiento y lucidez, libres del temor, como un momento espiritual. Que, siendo manos y rostro de la ternura divina, ellos nos faciliten ensanchar la vida hasta su último segundo. Morir rodeados de amor.

viernes, 15 de noviembre de 2024

TAREAS DOMÉSTICAS

 
Este tiempito que paso en España se trata de acompañar a mi papá, estar con mi familia, descansar, ver a los amigos, parar, leer, cuidarme… descansar. Una de las cosas que más disfruto es algo tan sencillo como poder hacer las tareas de la casa. Pa que veas.

En esta vida que llevo, tan repleta de reuniones, trabajos administrativos, y siempre de acá para allá encadenando un viaje con otro, no me da tiempo ni a rascarme el sobaco. Vivo en una casita que la señora Rosa limpia regularmente, entrando en mi cuarto cuando estoy fuera, para que a mi regreso esté presentable. Almuerzo en el comedor común, con los misioneros que estén de paso y el personal de la oficina del Vicariato, de manera que no me tengo que preocupar de la comida.

Salgo a comprar ya cuando no queda de otra: o eso, o no me ducho, ni me afeito, ni voy al baño... Sí que hago la colada, porque eso me encanta (es un gen de mi mamá): pongo la lavadora una vez a la semana y a diario lavo y cuelgo mis trusas y pañuelos. Así las de la ODEC saben que estoy en Iquitos, me tienen controlado, y se burlan.

Pero acá encuentro tiempo y condiciones, por ejemplo, para cocinar, ¡y cuánto hacía que no tenía ese placer! En Islandia había un turno y cada viernes me tocaba arreglar pescado, arroz, ensalada, frejoles… y casi siempre tortilla de papas. Pero estos cinco últimos años, nada de nada. Así que me estoy desquitando guisando garbanzos con espinacas, lentejas con chorizo, o preparando brócoles, acelgas, pasando solomillo, y hasta dorada a la sal.

La cocina me relaja, implica calma, dedicación y cariño. Con la olla destapada y con un partido de Champions en la tele como ruido de fondo, voy condimentando y rectificando de sal, y practico de alguna manera mi profesión de químico. Pruebo con pimienta negra, eneldo, escamas de pimentón de la Vera... Mi papá dice que está “todo bueno”, aunque no sé si fiarme mucho de su criterio, condicionado sin duda por la amabilidad y porque no se hace problema por nada. Y qué gozo comer tu propia sazón.

Aparte de esto, ni que decir tiene que hay que lavar (no “fregar”, que significa “fastidiar” o “j…der”) los cacharros, recoger la cocina, barrer, trapear el piso, componer el sofá del salón, sacar la basura (convenientemente separada, por supuesto) y después poner lavadoras, colgar, secar y juntar la ropa, y alguna vez hasta planchar, aunque ese oficio no tanto me entusiasma, y menos a mis riñones. La compra normalmente la hace mi papá, y el resto de faenas las hacemos entre los dos, con la valiosa ayuda de la señora Isabel, que viene un par de veces a la semana.

Vivir en un departamento y poder realizar las labores domésticas me hace sentirme una persona “normal”, alguien ordinario, “uno de tantos” (Fil 2, 7). Esa fue la experiencia en mis queridos pueblos, donde era simplemente un vecino más, parte de una comunidad humana como todo el mundo. Beleza, dicen los brasileros. A veces los sacerdotes, religiosos o misioneros vivimos en casas que son como castillos, enormes, algunos casi inexpugnables, muy distintos de los hogares de la gente.

Eso, las vestimentas y los símbolos, junto con las costumbres y estilos de vida, en ocasiones nos separan del pueblo menudo, dándonos un halo de excepcionalidad, mitificándonos o directamente haciéndonos raros. Pero no somos diferentes a los demás, ni mejores ni especiales; somos como todos, corrientes y molientes, parte de la humanidad, aunque alguno-a parezca que vive en otro planeta.

Somos pueblo, tenemos la dicha de compartir las vicisitudes y el destino de la inmensa mayoría, como hijos y hermanos. Qué suerte paladear ese “gusto espiritual” (EG 268), sabroso como el bacalao o un buen cocido. Las tareas de casa me igualan y me ayudan a vivirme así. Y esta es la historia de hoy, nada aventurera o exótica, puramente cotidiana.

sábado, 9 de noviembre de 2024

CAMINAR SOBRE UNA MONTAÑA DE BASURA

 
Eso es lo que tiene uno que hacer en los puertos de Iquitos cuando baja el nivel del río. La imagen no es tan buena, pero puede dar idea de lo que ocurre, disculpen si daña la sensibilidad. Pero es un hecho: el Amazonas se ha convertido en un “inmenso depósito de porquería”, en palabras del Papa Francisco en Laudato Si nº 21.

Intento no mirar abajo cuando camino por las maderas o voy por las gradas, porque lo que se ve es una auténtica asquerosidad: una amalgama nauseabunda de plásticos, barro, tela, vidrios, desperdicios… que es inapreciable durante la época de creciente pero que, al secarse el río, emerge amenazante y desoladora.

Es decir, cuando hay mucha agua, ¡toda esa basura está también ahí! Habrá una parte que se mueva y se vaya quedando río abajo, contaminando y ensuciando toda la ribera, incluso seguro que porciones apreciables de cochinada llegan hasta el Atlántico, pero es evidente que la gran ciudad que es Iquitos genera muchísimos residuos que van de frente al Amazonas y allá se depositan.

Hay puertos en que no queda otra que brincar por ese lodo infestado y repugnante, que además hiede más o menos según las zonas. Cuando llego a casa procuro lavarme los pies, si es que llevo sandalias, y si iba en zapatillas, las limpio. Realmente es un espectáculo repulsivo y deprimente.

Más allá de consideraciones acerca de la costumbre de botar todo al río sin pensar, o la necesidad de separar y reciclar, o la urgencia de la educación para el cuidado de la naturaleza etc. etc., me he preguntado mil veces cómo es posible que ocurra esto. ¿Cómo es posible que las autoridades permitan que los puertos estén en esas condiciones?

Son lugares de acceso al río de pasajeros y mercancías indistintamente, mezclados, embarullados. Hay alguna escalera de cemento, pero la mayoría son de madera, precarias, empinadísimas pero medio rotas, resbaladizas cuando llueve, en las que te tienes que apartar si viene un chauchero cargado con un costal, una piña de plátanos o lo que sea. A veces casi no hay espacio, como el otro día que un hombre subía la loma con una lavadora a cuestas.

Eso o el barrizal sucio y atestado de desechos, o ambas cosas, es lo que ven los turistas cuando llegan a Iquitos o zarpan a otros lugares. ¿Las orillas tal vez no son competencia del municipio, y sí de la marina, y por eso no hacen nada…? No lo acabo de entender, y cada año igual o peor, esa agresión a la salud, a la integridad de la creación, a la belleza del Amazonas, al sentido común.

sábado, 2 de noviembre de 2024

AHORA COMPRENDO A LOS MEXICANOS

 
Transcurren los días y voy captando lo importante que ha sido ir a México. Me he llevado una gratísima sorpresa, mi mente se ha limpiado, he contemplado, me he divertido y he disfrutado de cosas nuevas… aunque no tanto, porque de alguna manera muchas me eran familiares a través de los misioneros del Vicariato, porque un tercio de ellos son mexicanos (nada menos).

Por supuesto que en Indiana había comido tacos de varios tipos, mole (que me encanta) y enchiladas; en Tamshiyacu pozole y sopes; en San Pablo quesadillas; en Caballo Cocha chilaquiles y carne estofada; en Pebas tomé tequila… Hasta sé hacer tortillas, ¿eh? Colocarlas en el comal y voltearlas hasta que se hinchan -ya te puedes casar- y están listas. Los mexicanos preparan y comen comida mexicana… ¿cero en inculturación? Más bien querencia por sus raíces, y que son ellos mismos los que cocinan.

En el Museo Nacional de Antropología de Ciudad de México (que ya no es “distrito federal”), impresionante, colosal, asombroso y se me acaban los adjetivos, se aprende que los mexicas ya preparaban tortillas hace un milenio, ahí están los meros utensilios que lo atestiguan. ¡Pero si tenían incluso dioses protectores del maíz! Esta gente ama su nación, y ahora les comprendo totalmente.

Y es que este país es un collage de culturas extremadamente bello y al mismo tiempo lleno de contrastes. La capital es ya un exceso, con más de 30 millones de habitantes y unas distancias inasumibles. El territorio es enorme, cuatro veces España, mayor incluso que el Perú; lo he recorrido un poco, de centro a oeste, de México a Guadalajara, y hasta Colima, en la costa del Pacífico. Viajes de 10 y 11 horas en bus.

La Virgen de Guadalupe está en todas partes; si en una iglesia no la veía, me extrañaba y preguntaba hasta que me la mostraban. Es un pueblo profundamente religioso. En la diócesis de Guadalajara son más de 1200 sacerdotes; en San Juan de los Lagos tienen 480 seminaristas… el vicario general me contó que los jóvenes que están en el propedéutico (año introductorio antes de ingresar al seminario) son tantos, que lo hacen por arciprestazgos porque de otro modo no cabrían. Qué poderío.

Notas el fervor, y sin embargo este país está infectado por la violencia extrema. Estando allí saltó la noticia de que el alcalde de la ciudad de Chilpancingo, en el estado sureño de Guerrero, fue asesinado tras apenas seis días en el cargo: le cortaron la cabeza. Parece que las brutalidades que narran las novelas y las series son superadas por la realidad.


Es el único lugar donde he visto asientos y vagones enteros del metro y del autobús reservados solo para mujeres, a tal nivel han llegado los abusos en esas aglomeraciones humanas de la urbe. Me quedo a cuadros, y también al tratar de atravesar la nube feligresa para entrar en la Iglesia de San Hipólito y San Casiano, santuario nacional de San Judas Tadeo. Tremenda industria de objetos religiosos de todo pelaje. Compré un velador como habría hecho mi mamá, me senté en un banco y comenzó la misa con unos mariachis que salieron entonando “Las mañanitas”. Se me saltaron las lágrimas.

Me llevaron a Teotihuacán y quedé maravillado de las pirámides del sol y la luna, ante el ingenio y la maestría de aquella civilización. No quise almorzar en todos esos restaurantes turísticos que orlan el monumento, así que nos fuimos a comer en la mera calle, para sentir la vida de la gente, y más en México, donde la gastronomía es un lenguaje que lo atraviesa todo. Las salsas están dispuestas en bandejas, cada cual se sirve lo que desea según el gusto (o la tolerancia) por el pique.

El centro me gustó menos, quizá por la avalancha de turistas que invade sin piedad el zócalo y la zona aledaña, correlativa a la proliferación de tenderetes por doquier. Ves la catedral, y junto a ella los escasos restos del templo mayor, y sabes que allí debieron destruir a lo bestia para construir semejante mole. Te lo corrobora la Plaza de las Tres Culturas, donde los mismos ladrillos de piedra volcánica de las edificaciones del pueblo Tlatelolca fueron utilizados para levantar la iglesia de Santiago. Esto, unido a las anacrónicas y patéticas reclamaciones de López Obrador, abona un cierto runrún antiespañol en las conversaciones.

Más allá del turismo, conocer las casas de las congregaciones presentes en el Vicariato me ha enseñado mucho sobre las religiosas y los sacerdotes: el estilo de cada tribu, su forma de vivir, cómo se posiciona en la misión y tantos otros detalles. Además, este contacto con la Iglesia mexicana me ha hecho entender mentalidades, hábitos, enfoques… Ahora me encajan aspectos como la dedicación a los bienhechores, la piedad popular o el interés por la pastoral vocacional, que en México la trabajan a conciencia (y tienen resultados, como he comprobado).

No me extraña tampoco que mis compañeros celebren tantísimo las fiestas patrias mexicanas. ¡Qué país tan extraordinario! Realmente México lindo y querido, ahora también para mí. Me queda en el paladar del alma ese agradable afecto, como el gusto exquisito del chile jalapeño. Ojalá Diosito me regale la oportunidad de volver.