¿Quiénes son estas chicas jóvenes, con ese hábito tan
original, que cantan increíblemente y que sonríen mientras cantan? – me
pregunté al llegar a los ejercicios de la CONFER, de nuevo en Villa Marista.
Porque enseguida me llamaron la atención, algo me transmitieron con su mera
presencia, en la densidad del silencio.
Ellas viven en el silencio porque son monjas contemplativas,
pero es una serenidad habitada, que desprende destellos humildes y limpios
del Dios cuyos pies caminan por el barro de nuestra humanidad. Algo intuí
allí al pie del cerro, y pude apreciarlo más de cerca cuando fui a visitarlas
algunos días después.
Y es que quedaron palabras por decir. Cuando en la última
Eucaristía del retiro la hermana Bego hizo una petición en voz alta, detecté al
toque el acento y al final del almuerzo, antes de irnos todos, le pregunté:
“¿de qué provincia del sur de España eres?” – “De Granada, pero mis
padres son de un pueblo de Badajoz que se llama Zahínos, ¿lo conoces?”.
Clarooooooooo… He trabajado cerquita, en mis Valles lindos.
Cada charla del p. Simón Pedro comenzaba con un canto
meditativo, melodías suaves que nos hacían respirar el perfume del Espíritu;
así que ya había escuchado la excepcional voz de Bego antes. Me había cruzado
con las hermanas Gabi, Patricia y Rocío, que es limeña. Y me había hecho
gracia ver correr en las mañanas a la hermana Diana, vestida con un buzo del
mismo color que su hábito, un polo blanco y una toca igualita que la de
diario, pero más cortita: propiamente una monjita haciendo footing.
“Somos agustinas y estamos en la avenida Brasil”, y casi
no hubo tiempo para más datos. De regreso a Lima, una somera indagación (https://www.facebook.com/monasteriodelaencarnacionagustinas.lima)
me fue ilustrando. Ellas proceden de España, de un grupo dentro de su orden que
decidió vivir su carisma con unos rasgos peculiares y ha fundado algunas
comunidades. Recibieron a varias peruanas y, después de unos años,
atendieron el pedido del Monasterio de la Encarnación, donde las religiosas
eran muy pocas y mayores; y las peruanas regresaron a su país.
Escribo en su Messenger preguntando si puedo ir a visitar a
Bego y me contestan enviándome un número de whatsapp de la portería; tecleo ahí
y ella misma me responde, y quedamos para el día siguiente. Cuando voy a llamar
me abre Diana, y comienza una tarde de encuentro y conversación. Muy
acogedoras, me muestran el monasterio, su capilla, el claustro abierto al
público, la huerta (es ahí donde corren, jeje), la iglesia; y me invitan a un
refresco.
Tienen dos tortugas, pero las hermanas son resueltas,
despiertas, abiertas. Dedican mucho tiempo diario a la oración, cuidan con
esmero la liturgia, trabajan la fraternidad… pero descubro que también aman al
Señor en la gente concreta, dan catequesis, reciben jóvenes, organizan
jornadas y convivencias, aceptan peticiones de colegios y parroquias para
compartir experiencias de espiritualidad… Algunas de ellas recién llegan de la
Semana de la Catequesis de la Conferencia Episcopal, y a la vez un grupo de
otras religiosas se prepara a un retiro que la madre Carmen les va a dar. De
hecho, en su hospedería cualquier persona puede pasar unos días de
recogimiento, con invitación a compartir la liturgia de las horas con la comunidad.
Me admiró especialmente su labor social. Les llegan alimentos
a punto de caducar de supermercados cercanos y, con ayuda de amigos, los entregan
diariamente a los necesitados. “Muchas personas tocan esa puerta cada día”
– me dicen, y ellas responden con solidaridad y ternura. Se les nota
sensibles a la situación del país, en sintonía con los más pobres… No podía
ser de otra manera: profundas horas expuestas al Pan bendito, mucha intimidad
con el Amor, las lleva a conectar con los vulnerables donde Él espera. La
misión es esencialmente contemplativa, y ellas la viven.
Debería contar muchas cosas más: que hacen hermosos iconos y
otros objetos artesanos, que se llevan rebién con los vecinos, que todas estudian Teología u otras carreras, que a
veces no hay recreo porque deben preparar los víveres, que acompañan el canto
de los salmos con cítara (primera vez en mi vida que rezo literalmente
como David)… pero el más bello impacto que recibí fue su alegría. “Elige ser
feliz” se lee en un edificio contiguo, y siento que estas mujeres los son.
Lo percibo en sus rostros, en sus gestos, en sus miradas, en el carácter de su
plegaria. Su casa es un remanso de alegría en este mundo convulso y violento.
Gracias hermanas agustinas por existir y por ser como son. Recuerden que están
invitadas al Vicariato, que acá necesitamos misioneras auténticas.
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