Estoy en Islandia, en uno de esos ratos de tranquilidad
cuando va bajando el sol en la tarde. En la retina de mi alma permanecen los
momentos vividos ayer, durante la Eucaristía de Umariaçú; cuánto me
impactó el ambiente, la lengua tikuna, las palmas, los cantos… pero más aún
verte emocionarte con tu gente al sentir cerca el momento de la
despedida.
Tal vez necesites distanciarte un poco, como el escalador de
su montaña, para que aprecies en su dimensión lo que juntos han conseguido este
pueblo y tú. El Papa nos pidió a los misioneros en Puerto Maldonado
“hacernos uno” con los pueblos indígenas, y tú lo has logrado. Has
recorrido la “estrada santa” de la inserción plena y amorosa, de la opción
por estar y compartir la vida, sin protagonismo, animando, pero rebosante de
delicadeza.
Ya conocías ese pueblito indígena cuando decidiste irte a
vivir allí, porque habías trabajado con ellos puntualmente; pienso que estabas
un poco herida y que, tal vez sin ser del todo consciente, buscaste en
Umariaçú remedio, sosiego, el torrente de vida que precisabas como medicina
para tu corazón magullado. Y seguramente hallaste mucho más de lo que te
figurabas. Fue más duro, pero también más luminoso. Querías aprender, y se
te abrieron horizontes nuevos e inmensos.
En la dinámica de la vida comunitaria, la participación, la
igualdad, la rotación en los servicios, la acogida, el peso de las mujeres… en
todo intuyo tu mano, tus opciones innegociables, pero también la densidad de tu
paciencia, tu carácter y a la vez tu respeto. Discurría la celebración y yo
solo contemplaba en silencio, como tú tantas veces. El ritmo, la alegría, las
manos, los niños que lanzan sus sandalias y corretean descalzos por la capilla,
y todo eso es Dios frente a mí, con nosotros.
Esa belleza se me presentó y dio a gustar como condensada,
bajo el cristal de tu inminente adiós. Porque te quedan apenas dos semanas
de estar en esta aldea, te marchas y el siguiente escenario misionero para ti
será nuestro Vicariato, Caballo Cocha, el Perú. Y yo soy un padre
que pertenece allá, al lugar adonde te vas, y claro, tenía que decir algo.
Conforme se acercaba el final de la Eucaristía iba
entendiendo que justo para eso estaba allí, para eso había venido. Por supuesto
que para conocer cómo expresan la fe estos tikunas, para apreciar la
originalidad y la fuerza de su liturgia… pero sobre todo para ofrecer una
palabra de ¿explicación ¿consuelo? ¿disculpas? No; solo un agradecimiento.
Necesitaba que Marcio me tradujese a su lengua, pero me
resultó muy fácil manifestar:
Gracias
comunidad por haber preparado a Verónica.
Su corazón
está más sereno y alegre que cuando llegó a Umariaçú, y ella es más sabia.
Ahora su
misión continúa en el lado de Perú.
Ella ama a
los tikuna y seguirá estando con ellos allí; los vendrá a visitar acá y ustedes
siempre serán bienvenidos en Caballo Cocha.
Solo les
pido un último servicio:
Que le
den a Verónica permiso a para venir con nosotros,
que la
bendigan
y que la
envíen.
Hoy que esto sale publicado, tú estás en Argentina, de
vacaciones, y pronto regresarás a la misión, ahora ya en nuestro Vicariato.
Quiero
decirte que estaba orgulloso aquel día y también lo estoy ahora, porque es un
privilegio contar contigo. Ojalá, cuando pasen unos años, puedas decir lo
mismo que decías de Umariaçú:
“Es lindo formar parte de ellos”.
¡Bienvenida Vero!
Muchas bendiciones para esta etapa nueva en el camino misionero!!!.
ResponderEliminarQué experiencia, Verónica seguirá siendo luz y presencia de Dios en su nueva misión. El Vicariato de San José, sigue siendo tierra fértil y destino de muchos misioneros!
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