viernes, 23 de junio de 2023

SANIDAD SALVAJE

 
Como parte de la visita al puesto de misión de Santa Clotilde, mis compañeros discurrieron que yo me uniera a una brigada del hospital en campaña en una comunidad, cerquita nomá, para aprender de primera mano cómo es la atención sanitaria en la periferia de la periferia. Y la experiencia no me decepcionó, no.
 
A las 7 de la mañana nos embarcamos obstetra, odontólogo, laboratorista, dos licenciadas en enfermería, la hermana Yanabel -enfermera y religiosa camila-, el motorista y un servidor. Porvernir está a menos de media hora de navegación con ese motor 40, así que nos plantamos allá tan rápido, que agarramos a los alumnos del colegio (hay secundaria) formados para cantar el himno nacional, como cada viernes antes de comenzar las clases.
 
Aunque nadies tenía noticia de nuestra llegada (ya se sabe que la comunicación en la selva es algo misterioso), en un periquete nos brindaron el salón comunal, se avisó a las autoridades y los profes organizaron a la numerosa concurrencia que enseguida se congregó, la mayoría niños, jóvenes y mamás. Un somero barriscón, y al tajo.
 
Enseguida me fijé en el dentista, cuyo desempeño me sobrecogió especialmente. Desplegó sobre una mesa un equipo muy básico (por llamarlo de alguna manera), y, a falta de sillón, disponía de una silla escolar para ocuparse de los niños y adolescentes. Revisaba caries, un diente mal ubicado, etc. Al no poder hacer curaciones (“empastes”), no quedaba otra que extraer. “Colócate detrás”, le decía cada vez el doctor a algún amigo de la víctima, y así ya tenía reposacabezas humano. La anestesia: simples ampollas de mera lidocaína. Esperar un ratito y después tenazas, fuerza bruta y habilidad para sacar el diente entero, porque si se rompe con media raíz dentro, ¿qué hacemos? No hay enjuague, ni desinfección, ni papá y mamá, ni nada. - “El siguiente… a ver… ¿te saco esa muela?” – “Sí. Me duele”. – “¿Seguro…? OK”. Yo no salía de mi asombro.


Mientras esto ocurría, las licenciadas en enfermería administraban vacunas; del protocolo habitual (polio, sarampión, rubeola, fiebre amarilla…) y también las de la COVID. Un poco más allá, frente a otro pupitre, hay una cola de personas con síntomas de fiebre los últimos días, y es preciso hacer descarte de malaria. El laboratorista comienza a sacar muestras de sangre para hacer la gota gruesa. Unos minutos más tarde, tiñe las placas con Giemsa (eosina y azul de metileno). Los adolescentes observan en silencio.
 
Pero hay un full de muchachos al fondo del salón que en este momento no están siendo pinchados, de modo que Yanabel los reúne y les da una charla acerca de la correcta alimentación; en nuestra región la desnutrición remonta por encima del 50%, es un problema enorme con múltiples consecuencias negativas, especialmente en los menores. Le ayudo y hablamos del lavado de manos, de las bondades de verduras y frutas y de la necesidad de desparasitarse cada cierto tiempo. Repartimos comprimidos de Mebendazol como si fueran chicles, y de hecho al tomarlos ríen diciendo que saben a fresa.

La vacunación prosigue lentamente, pero sin pausa. Una de las licenciadas avanza rellenando las hojas FUAS, Folio Único de Atención Sanitaria, un formulario que el profesional debe cumplimentar por cada servicio individual que realiza, sea el que sea. En Perú, el tremendo papeleo acogota a los sanitarios, incluso en zonas de selva profunda como esta.
 
La obstetra lleva un rato con mamás jóvenes y gestantes. La salud sexual y reproductiva es un gran desafío, especialmente en el mundo rural alejado. Yanabel se lleva aparte a un buen grupo de chicas para conversar sobre el tema; la mayoría, a pesar de no superar los 14 años, ya habrán mantenido relaciones sexuales y necesitan información para prevenir embarazos precoces y enfermedades concomitantes.


Una vez secas, el laboratorista estudia las muestras en el microscopio. Le advierto que van a ser negativas, porque para que el plasmodium aparezca, la extracción sanguínea debe realizarse en el pico de fiebre. En otro lado se pesan en la balanza entre bromas; hay gritos y llantos que provienen del rincón del dentista; regresan en tropel las adolescentes de la charla con la hermana; los pequeños del jardín llegan para que les pongan flúor en los dientes; los resultados de la gota gruesa son efectivamente todos negativos. Nos vamos despidiendo del director y los maestros que quedan por allí.
 
Casi es mediodía. Damos caramelos a todos, incluso a los niños que justo salen del flúor (…). En una casa nos han preparado sopa de gallo y fideos. Mastico y trago sorprendido por lo que he presenciado, pensando en el valor de estos profesionales, la precariedad de medios, el esfuerzo, la generosidad y la absoluta urgencia de llegar y ayudar. ¡Bravo!

1 comentario:

  1. Preocupante el hecho de que el personal de salud asuma su labor como normal, o como un logro, o como una actividad programada, o como un día heroico. Ya que, desde luego, a parte de la precariedad del trabajo y de los instrumentos, se asume de que a todos los niños de las poblaciones rurales amazónicas se les debe quitar la muela porque no hay otra opción, o que las pruebas de laboratorio se hacen por protocolo y para llenar los formularios y justificar la actividad, ya que, como dices, si no hay fiebre no habrá evidencia del virus... Lamentablemente, se ha configurado un sistema sanitario "salvaje" para las poblaciones que el Estado considera como "salvajes".

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