domingo, 9 de octubre de 2022

A QUIÉN LE IMPORTA CUNINICO


Si glogleamos Cuninico, la pantalla se llena de manchas de petróleo. Y de tristeza. Este lugar situado en el río Marañón, frente a la reserva natural Pacaya-Samiria, en el corazón del territorio kukama, es como el epicentro de la injusticia medioambiental que el Perú ha naturalizado, desgraciadamente.

De nuevo Cuninico, como en 2014 y como todos estos años que han transcurrido, porque el atentado contra la vida y la salud no concluye cuando supuestamente “se limpia” el vertido, recién empieza: el agua queda contaminada, los peces envenenados, las chacras fracasadas. La gente toma esa agua y cocina con ella esos peces y demás alimentos; los moradores se bañan en la quebrada intoxicada, con esa agua lavan su ropa y sus enseres.

Pena y cansancio pues, porque no es nuevo1. ¿Cómo es posible que el oleoducto norperuano, inaugurado en 1976, no reciba el obligatorio mantenimiento por parte de Petroperú? Peor: ¿cómo es posible que ese ducto continúe operativo sumergido en el agua, cuando las leyes actuales prescriben que esas instalaciones deben ser aéreas, precisamente para facilitar la contención de las fugas y minimizar así el impacto de eventuales “accidentes”?


Y pongo “accidentes” así entre comillas porque, si ya hace ocho años el crimen se debió a la corrosión, que reduce en más de un 70% el espesor de la tubería, no hace falta ser Einstein para comprender que hoy ese material está más envejecido y fatigado sin vigilancia y reparaciones. De “accidente” nada: negligencia, abuso, dejación, irresponsabilidad, delito.

Pero… la versión oficial habitual es que el derrame fue provocado por los mismos pobladores. Luis Fernández, misionero agustino y bravo párroco de Santa Rita de Castilla, denuncia esa habitual maniobra de confusión en una entrevista en la radio La Voz de la Selva: "Lo que está pasando es doloroso. Saber que la empresa no da ayuda al instante, a pesar que existe un protocolo y normativa. Esto nos manifiesta que mientras las comunidades sufren, el Estado mira por otro lado, y hasta llegan a culpar a los indígenas de la situación que atraviesan (…). Es triste que la empresa petrolera recalque en todos sus comunicados sobre quién provocó el derrame, cuando eso debería ser labor de las investigaciones. Por el contrario, en lo que debería enfocarse Petroperú es en la remediación y contención de los daños”.


Me resulta estupefaciente comprobar, al leer comentarios a esta entrevista en Facebook2, que no se trata solo de propaganda estatal: ¡hay mucha gente que piensa que los mismos indígenas cortan los tubos! Unos botones de muestra (con sus faltas de ortografía incluidas):

“Porque no le preguntan a esas comunidades, quien rompio esa tubería?, Si esa tubería está en medio de la selva y pegado a su comunidad, entonces ellos mismos provocaron ese derrame con la rotura de la tubería y ahora se quejan del derrame? Nadie camina por esas selva excepto ellos mismos”.
- “El estado es consiente q el derrame fue provocado, así q no se puede dejar chantajear x estos dizque nativos”.
- “Que lo reparen ellos pues. Todos los años joden el oleoducto. Se acostumbraron al asistencialismo. Cínicos”.
- “Que aguanten xq cortan los tubos no saben que ellos mismos se perjudican mas bien hagan proyectos de cultivos y ganen con el sudor de su frente”.

Probablemente no saben que los saboteadores deberían bucear para romper ese acero… pero es inútil, porque esta violencia verbal, a años luz de la razón, chapotea en los dominios del rechazo al indio y el secular racismo. Acusar a los comuneros de Cuninico funciona como un bote de humo que, alimentado de los invencibles prejuicios contra los “dizque nativos”, impide ver la realidad. Lo de siempre.

La información queda incompleta si no se menciona que, tras el desastre de 2014, el Estado ya fue denunciado y condenado a implementar especiales servicios de salud en la zona. Pero eso jamás se ha verificado, hasta hoy… Se puede hasta entender que, abrumada por la indiferencia de las autoridades, la gente cortara el Marañón, impidiendo el tránsito de naves de Nauta a Yurimaguas.

Miguel Cadenas, el obispo de Iquitos, me cuenta que “siempre les dije que no cerraran el río, pero hay que estar ahí, si no ganan los más radicales. Al cerrar hubo un enfrentamiento de los lancheros con los botes de la comunidad. Estuvieron retenidos seis días. Casi matan a una persona. Probablemente los dirigentes de Cuninico se van a enfrentar a denuncias penales”. Para engrosar las maniobras de distracción.

Heridos en enfrentamientos entre la pobación y los lancheros

Mientras se discute, se escribe y no se hace mucho más, la gente sencilla sufre desde hace años alergias, problemas estomacales, vómitos, patologías de la piel y otros efectos del crudo sobre el organismo humano3 que tal vez ni se conozcan todavía. Paradójicamente en la Amazonía carecemos de agua potable en vastos territorios, pero comprobamos de nuevo que somos irrelevantes…

Recuerdo la que se desató a nivel nacional e internacional cuando el derrame de Repsol en la costa de Lima; en cambio, ¿a quién le importan unos pocos miles de personas en la selva profunda? ¿Qué significan unos cuantos indígenas, económica, demográfica y electoralmente hablando? Al menos ya accedieron a dar pase para que la gente pudiera sufragar en las elecciones municipales.

Cuninico se ha convertido, a mi modo de ver, en un símbolo multidimensional de las “zonas de sacrificio”4 de la Amazonía peruana y de la intrahistoria destructiva del petróleo en la región. Muestra también que “los indígenas”, como concepto global, están manchados en el imaginario popular, sobre todo urbano. Tenemos ahí un paquete de graves problemas y como Iglesia debemos discernir cómo situarnos.





4 Sobre esto hay un excelente artículo de Manolo Berjón y Miguel Ángel Cadenas:
https://larepublica.pe/opinion/2021/12/27/zonas-de-sacrificio-en-la-amazonia-peruana-contaminacion-iglesia-catolica/


Imágenes de Julio Arúa y Elías Pérez.

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