Cuando pasen algunos años y miremos atrás, recordaremos estos días. Este encuentro será como un fogonazo en la ilusión, el momento en que nos sentimos Iglesia creadora y vivimos la aspiración de lo nuevo, la posibilidad de hacer realidad los sueños.
Indiana es el corazón del Vicariato, donde todo comenzó, el escenario de los esfuerzos de los pioneros, de sus perplejidades ante la realidad y sus primeros descubrimientos. Entre los misioneros de hoy, tan distintos de aquellos, fluye la complicidad y reverberan las sonrisas. Experimentamos que nos queremos.
Por supuesto que, en un grupo humano tan variado en
culturas y bagajes formativos y vitales, se dan discrepancias y erosiones, pero
la sensación que predomina es la de converger. Somos y deseamos
profundamente ser una iglesia sinodal, no piramidal, no clerical. Un
colectivo mayoritariamente participativo, femenino, laical, igualitario,
circular. Es nuestro ADN desde hace décadas.
Esta mañana hemos puesto a punto el Marco Doctrinal de
nuestro Plan Pastoral. Nuestro horizonte inspirador, las ideas fuerza en torno
a las cuales vertebrar nuestra misión en los próximos años: Iglesia en
salida, inculturada e intercultural, comprometida con la defensa de la vida,
identificada con los más vulnerables… Iglesia que escucha, camina y ama
entrañablemente nuestra Amazonía.
Aportamos, debatimos y matizamos en medio de bromas y
risas, muy relajados. Lo que emerge en el diálogo bajo la maloka, después se
refuerza en las conversaciones en el comedor o en los descansos, desenfadadas,
afectuosas. Y se apuntala con fuertes shungos de cariño y convicción
compartida en la jornada de descanso y convivencia (dinámicas, juegos, deporte,
piscina…), en el taller de artesanía y en la “noche cultural”, la fiesta en la
que todos salimos a actuar, bailar y cantar. Y comemos torta y canchita.
Hay espacio para tratar de descender de los grandes
principios a los programas concretos, y ahí el discernimiento colisiona con los
mecanismos acostumbrados y la inseguridad que provoca
plantear cambios. En la misión también hay zona de confort y buscamos ensayar
fórmulas diferentes ante los nuevos retos soñados por Diosito. Es más lento y
más espinoso, pero nunca se ausenta el afecto entre nosotros.
La Eucaristía es el colofón, la hora de ofrecer y
agradecer todo lo vivido y trabajado. Cada cual interviene expresando un
sentimiento, un deseo, una plegaria. El final es el envío y la bendición, y
esta vez lo hicimos con las semillas que en el Evangelio de ese día (San
Lorenzo) Jesús usaba como imagen de la entrega total de uno mismo y también de
morir a los paradigmas viejos; justo en la oración de la mañana habíamos
hecho el gesto de quemar -desaprender- los esquemas, modos de pensar y de hacer
que ya no suman para plasmar una Iglesia con rostro amazónico.
De modo que las semillas, cuidadosamente preparadas
durante todo aquel día (como hace nuestra gente linda), se pusieron en las manos
venerables de los misioneros más experimentados de cada cuenca, los corazones
más sabios: Belén por el Amazonas, la madre Socorro por el Napo, Félix por el Putumayo
e Ivanês por el Yavarí (dos laicos y dos religiosas). Mientras cantábamos,
nos acercábamos y ellos nos entregaban unas pocas semillas; y así se renovó
nuestro envío y así nos bendijo Dios: a través de nuestros hermanos, como
es su elección y su gusto.
Sí, voltearemos
la vista y en nuestra memoria refulgirá este tiempo en que quisimos concretar
el Sínodo y proyectar el futuro con audacia, respondiendo al desafío del sueño
de Dios a través de rutas nuevas. No sé si lo lograremos (el tiempo lo
mostrará), pero podremos decir con orgullo: “Yo estuve allí. Yo estuve
contigo”.
Ojalá esa iglesia en salida e intercultural y laica sea una realidad Cesar.
ResponderEliminarUn abrazo extremeño.
Admiro el caminar que van haciendo. Me inspira y anima. Gracias por soñar
ResponderEliminarYa Veras como con la a lluda de Dios lo conseguirà tu puedes
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