Tras cuatro años de escucha y discernimiento, y con el
Documento Final del Sínodo y “Querida Amazonía” como fruto y hoja de ruta,
llegó la difícil etapa de pasar de las palabras a los hechos, en la que hay que
lidiar con las resistencias no declaradas y las inercias.
Cuánto cuesta cambiar… Todos lo experimentamos, las
personas y las organizaciones. Podemos verlo claro, acumular motivos y hasta
descubrir que es el momento oportuno, pero qué difícil es dar el primer paso,
actuar. Porque eso significa romper con lo acostumbrado y adentrarse en el
territorio de lo incierto.
Algo de este entumecimiento institucional detecto en
nuestro mundo eclesial amazónico, y solo espero que no suponga una
desaceleración del entusiasmo que desató el arranque del sínodo. Sí, yo
estaba allí, en Puerto Maldonado, cuando el Papa lanzó a los pueblos
originarios junto con sus misioneros, el reto de “plasmar una Iglesia con
rostro amazónico y una Iglesia con rostro indígena”.
La enorme expectativa generada se fue alimentando con
las consultas, reuniones, encuentros… hasta que se llegó al culmen con la
asamblea sinodal y los materiales que afloraron del proceso en conjunto: el
Documento Final y la exhortación apostólica “Querida Amazonía”. La escucha a
los pueblos amazónicos, el discernimiento y el ingenio de los pastores
cristalizaron en una llamada al cambio (conversión) formulada en 120
propuestas concretas, retomadas y profundizadas por el Papa en forma de
“sueños”: un horizonte con el que inmediatamente la mayoría nos identificamos.
Fue recibir todo ese material y comenzar la pandemia.
Tuvimos tiempo para leer y reflexionar, pero no pudimos hacerlo físicamente
juntos. Recién desde el año pasado, a trancas y barrancas, vamos volviendo a
nuestro ser. En el Perú, la opción por las coordinaciones intervicariales
nos ha dado ocasión de compartir perspectivas y ubicar los aspectos de los
documentos que más iluminan nuestro día a día. Y han surgido nuevos
documentos. Pero eso es casi todo.
Primero hemos discernido, como dicen los manuales, y
de pronto llega la hora de deliberar, de tomar decisiones, de cambiar. Pasar de
las intenciones a las acciones. La gente del río sabe que, para hacer una
chacra nueva y productiva, antes tengo que desmontar la vieja; es decir,
cambiar implica afrontar lo que debemos desaprender (Documento Final nº
81), es decir, a lo que hay que renunciar, tal vez enfoques colonialistas de la
misión, o reflejos del clericalismo que todos llevamos implantado.
Es irrenunciable descartar lo que no cuadra con los
nuevos caminos, aunque “siempre se haya hecho así”. Puede valer como sustrato,
como las cenizas que se queman para que la tierra sea fértil, pero nada más. La
conversión es lo opuesto al mantenimiento: continuar haciendo las mismas
cosas de la misma manera conducirá a los mismos resultados. Como mínimo hay que
reaprender: modificar, transformar, corregir, matizar… amazonizar
métodos, opciones e instrumentos.
Desaprender, reaprender…
pero siento que el acento recae en aprender. ¿Qué sembrar? ¿En qué luna?
¿Quiénes? Es decir, ¿qué hemos de crear, de emprender? ¿Qué es lo nuevo-nuevo
que la realidad reclama y la Iglesia pide? Llega el vertiginoso momento de
elaborar planes pastorales y programaciones anuales, de recomponer
organigramas, revisar itinerarios formativos, replantear estructuras y proponer
encargos… ¿Cómo hacemos?
¿Qué decisiones operativas tomar en línea con el sueño
de una iglesia sinodal, laical y ministerial? ¿Cómo activar el programa (casi
sin estrenar) de la inculturación de forma seria y realista? ¿De qué modo
vertebrar una pastoral social con incidencia política, remando en la canoa de
los más pobres? ¿Cuáles son los pasos firmes hacia una misión más ecológica, y
por tanto intercultural y decididamente inclusiva de las mujeres?
“No queremos más documentos”, escuché a alguien en uno
de los miles de zooms habituales. Amanece y hay que agarrar el
machete, saltar de las intenciones a las resoluciones. Sé que no es fácil y
me permito sugerir un par de claves:
- La conversión es a la vez personal e institucional.
La resistencia al cambio es cizaña arraigada dentro de nosotros, en
concepciones eclesiológicas de otras épocas, incluso en intereses personales y
búsqueda de seguridades. Aventarse a hacer es también una experiencia
espiritual.
- Interesante que, después de discernir, hay que
descalzarse y aprender: al mismo tiempo que estamos convencidos de que hemos de
cambiar y desarrollar cosas nuevas, descubrimos que no sabemos cuáles.
- Un paso prudente y humilde es reconocer que “no
sabemos cómo se hace, pero, así como estamos haciendo, desde luego que no”.
Entonces hemos de ensayar, venciendo el miedo de abandonar terrenos
convencionales.
- El aprendizaje y crecimiento por prueba-error, por
exploración y tanteo, conlleva valentía, asumir riesgos, salir de los
refugios pastorales… y paciencia.
- Estos horizontes serán posibles si se apuesta por liderazgos
eclesiales en sintonía con las visiones centrales del Sínodo, hombres y
mujeres que amen profundamente la Amazonía y estén dispuestos a dejarse la
vida.
Por fortuna, no se puede hacer chacra solo.
Construir los cuatro sueños es una minga, un trabajo comunitario, una
tarea sinodal. La podremos realizar juntos, “haciéndonos uno”, como dijo
también Francisco aquel día; indígenas, misioneros, ribereños, laicos, abuelos,
mujeres, extranjeros… Un trago de masato, herramientas listas,
carcajadas al aire y manos a la obra antes de que suba más el sol.
rezo por ti pastor
ResponderEliminarMuy bueno toda tu reflexión y comentarios....tenemos que seguir aunque no se sepa bien y metamos la pata...
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