Nada hay
más parecido a hacer ejercicios como dar ejercicios. Y cuanto
más sintonices y más te ayude la categoría de las personas a quienes acompañas,
más completa es la experiencia y mejor responde a lo que necesitas. Entregas
“modo y orden”, pero el primero que se encuentra con Dios eres tú. Algo así
estoy viviendo estos días con las religiosas Hijas de San Camilo en su casa de
La Molina (Lima).
Me doy cuenta de que estaba
muy necesitado de descanso y de alimentarme bien. En ese sentido, acá para
mí es totalmente un hotel de cinco estrellas: habitación con todas las comodidades,
agua caliente, cafesito, fruta,
galletas… La comida es excelente (al menos para el predicador), y apenas tengo
la oportunidad de tomar espinacas, lechuga, acelgas, sopa de trigo, garbanzos,
granadilla, yogur, jamón, mandarina y otras cosas que casi no hay en la selva,
noto cómo todo en mi cuerpo se restaura, se recompone y se recupera. Mi mamá me
ve por la pantalla y me dice “tienes el
guapo subido”, y hasta oigo mi voz vibrar con otro vigor y tonalidad.
Pero el proceso de afinación personal es más crucial en lo
profundo, y para eso son indispensables el
silencio y la calma. Los dos primeros días de ejercicios no pongo turnos de
acompañamientos, es decir conversaciones personales con las ejercitantes; eso
me permite hacer mi propio retiro en el amplio espacio disponible entre puntos
y puntos. Esta vez era casi una cuestión de supervivencia, precisaba
urgentemente discernimiento y pensar reformas de vida. Lo he podido realizar y
me siento sereno y aliviado.
Las camilas
me han ayudado sin saberlo, únicamente siendo como son y
dejándose llevar por las pequeñas pistas que les ofrezco, donde desde luego hay
mucho de mí mismo y mi propio encuentro con Dios en los Ejercicios. Son unas
mujeres sorprendentes por su radicalidad, su delicadeza prudente, su fidelidad
a prueba de bomba, su carisma recio. Detrás
de esos impactantes hábitos blancos con la cruz roja en el pecho (y peor con la
mascarilla) se esconden océanos de candor y ternura, sus armas para tratar
con los enfermos, los moribundos y los contagiosos, ahí es nada.
En los
momentos de puntos creo que hemos conectado, se han reído botando porcentajes
de su solemnidad, han aceptado con apertura algo distinto a lo que
suelen proponerles (eso me han dicho). Me extraña que todavía siga acá y no me
hayan despedido después de algunas ideas medio rompedoras y de quitar las
laudes y las vísperas… claro que colocar la hora de exposición del Santísimo me
da crédito, jeje. En la Eucaristía hacen el esfuerzo de salir a compartir algo
de lo que han vivido, y a todos se nos llenan los ojos de luz.
Curiosamente, los ratos de entrevista
personal son como las partituras por donde mi interior se va armonizando.
Cuando las hermanas se expresan con libertad, me confían sus mociones y me
narran sus caminos y encrucijadas, aflora lo mejor de mí, la voluntad de
“ayudar”, en lenguaje de Ignacio, equipada con el conocimiento surgido de las
horas de navegación por la vida, que ya se van acumulando. Con alguna de ellas
da para dos veces, y se puede plantear un pequeño proceso durante estos días.
En definitiva, una maravilla de personas y de dones de Dios que yo contemplo
procurando “reflectir para sacar algún
provecho”. Las admiro.
Regreso después de dar un paseo por el jardín y me encuentro por
arte de magia el termo relleno, ciruelas frescas y la reserva de botellas de
agua repuesta. Intentan en todo momento
que esté confortable pero con discreción y suavidad, y yo trabajo para dejarme
cuidar superando el roche…
Se me ocurre que, ahora que nos acercamos al final de la tanda y
ya las conozco, es cuando mejor estaría en condiciones de preparar algo verdaderamente
valioso que les aportase… Cada vez que escucho un “gracias” de alguna de ellas,
al toque me brota a modo de réplica una
gratitud gemela y mayor. Menos mal que he venido, gracias por mostrarme la
belleza de seguir a Jesús con autenticidad y por facilitarme disponer mi corazón, ajustar mi mente y
afinar mi vida.
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