En esta fiesta del DOMUND me apetece escribir acerca de un
café con dulces, una conversación agradable, una capilla quemada y una virgen
sonriente. También sobre ser misionero
sin moverte de casa y sobre dar con toda confianza a un desconocido. Cosas
sencillas que hacen que la vida sea plena y con sabor.
Hace dos años, cuando todavía estaba destinado en Islandia,
recibí un mensaje de Manuel Enrique Hernanz Carroza, conocido como Manri, párroco de Cabeza del Buey. He de
decir que hasta esa fecha él y yo no habíamos cruzado palabra, sabíamos mutuamente de nuestra existencia, pero
apenas lo vi por primera vez durante el viaje fugaz a España que hice a finales
de 2019, porque acudí al encuentro anual de sacerdotes y Manri formaba parte
del grupo que celebraba sus bodas de plata, incluso actuó de portavoz
dirigiendo una breve alocución a la concurrencia.
En aquel whatsapp Manri me contaba que con motivo del 50 aniversario de la coronación canónica de la Virgen de
Belén, patrona de Cabeza del Buey, la Hermandad había decidido destinar una
ayuda económica a alguna obra social (preferentemente en salud o educación)
y que habían pensado en la Amazonía y ofrecérmela a mí por si yo podía asegurar
su buen uso… 6.000€ de vellón. Ahí
empezó todo.
Sobra decir que me quedé atónito. ¿Pero cómo, si yo jamás
había puesto el pie en aquel pueblo alejado, fronterizo ya con la provincia de
Córdoba, ni tan siquiera había trabajado por los alrededores, ni conocía a nadies incluido el cura… querían
entregarme semejante dineral? ¿Se
concibe algo semejante en los tiempos que corren? Pues así era. Por
supuesto que les dije que sí; la primera idea fue ayudar a construir una posta
de salud en el medio o alto Yavarí.
Mientras este plan maduraba, y apenas un mes después de esta
comunicación, veo en Iglesia en Camino que ha habido un incendio en la parroquia de Cabeza del Buey y ha quedado
completamente destruida la capilla del Sagrario. Confieso que esto me
preocupó muchísimo y pensé en devolver ese fondo (más bien en ya no recibirlo,
porque no había dado ni tiempo a efectuar la transferencia bancaria), pero
Manri me dijo “tranquilo, ya saldremos
adelante”.
Luego llegó el traslado a Indiana, la cuarentena… y en medio
de la lucha contra la COVID, en el Vicariato experimentamos la necesidad urgente de hacer una reforma
seria a la casa de pacientes que tenemos en la sede de Punchana-Iquitos. Son ambientes donde recibimos a
enfermos de las comunidades alejadas de nuestro territorio. Una vez allí, Elita
la enfermera los evalúa y les facilita consultas médicas, hospitalización,
etc.; ella conoce bien todo el mundo sanitario de Iquitos y les acompaña y
orienta, y mientras tanto se alojan en la casa, al igual que los familiares que
van con ellos. Además a todos se les atiende con la alimentación diaria.
Es un servicio que realmente merece la pena. Suele ser gente humilde de la chacra, perdida en la gran ciudad, a
menudo indígenas con dificultades con el castellano, y también llegan muchas
mamás gestantes y niños. Las instalaciones son muy antiguas y se
encontraban en un estado deplorable, con paredes medio caídas, techos rotos y
los baños… mejor no entremos en detalles. Consulté a Manri si podíamos emplear
esa colaboración para refaccionar ahí y me dio el OK.
De modo que esa obra se terminó, la casa quedó en mucho
mejor estado, como nueva, tal y como los usuarios se merecen, y por tanto envié
a Manri el informe descriptivo, fotográfico y financiero con este mensaje: “Cuando esté por España, prometo ir a
visitar y a agradecer personalmente”. Y la ocasión se dio el 3 de octubre,
justo uno de los días que su patrona está en el pueblo con motivo de la fiesta,
venida desde su ermita. Hasta allí manejé guiado por el Google Maps porque,
como dije, no había tenido la suerte de conocer Cabeza del Buey.
La junta directiva de la hermandad de la Virgen de Belén me
estaba esperando en la sacristía de la iglesia para una conversa con cafecito por delante. Escucharon muy atentamente
el relato y me hicieron preguntas bien inteligentes sobre la selva, la misión…
De ahí pasamos a la misa del domingo con la comunidad parroquial, donde conté
también la historia y recordé que los
misioneros podemos vivir y emprender tantas cosas porque tenemos detrás una
Iglesia que nos envía y nos respalda. Nunca nos habíamos visto, pero nos
une la fe y la única misión -la misma para todos-, y de esa manera tan simple y
verdadera somos todos misioneros.
Les agradecí lo mejor que supe, me agradecieron mi visita
(Manri escribía al día siguiente: “Aquí
la gente muy contenta con lo de ayer”), me mostraron la capilla del
santísimo completamente restaurada con el apoyo de todo el pueblo, elegante,
preciosa… Es encantador: ellos, aunque precisaban
de ese dinero, compartieron, sin que nadie les pidiera, con otros más pobres y
lejanos que necesitaban más; su generosidad ha florecido en forma de
fraternidad y de bien para ellos: “cada uno da lo que recibe, luego recibe lo
que da”, dice la canción de Jorge Drexler. ¡Qué hermoso!
Así nos despedimos, en esa misma onda; ni yo les pedí nada ni ellos me dieron más que el cariño, el
reconocimiento y la solidaridad siempre y a pesar de la distancia. Nada menos.
Y al fondo, en todo momento, la mirada bondadosa y serena de la Virgen de Belén,
el alma de este pueblo. Feliz día del DOMUND y ¡gracias, Cabeza del Buey!
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