Después de toda la pandemia sin ningún
tipo de reuniones vicariales ni parroquiales, ya teníamos ganas. Y antes de que acabara el año queríamos
vernos con los catequistas y animadores para ir reactivando las cosas (no
sé si habremos quebrantado alguna norma de seguridad 😬). Ellos
también lo agarraron a deseo, me pareció.
Tenemos un problema de relevo generacional en los animadores, que son los líderes de las comunidades cristianas. Cada vez hay menos, y
los que quedan son mayorcitos; año tras año repetimos los mismos, sin que
podamos hacer nuevos fichajes. Las causas que se ventilan son varias: “la gente
joven no se quiere comprometer”, “la sociedad cada vez cree menos”, y otros
lugares comunes. Pienso que tiene más que ver con la frecuencia de las visitas
de los misioneros, y también con la precariedad económica del Vicariato: en los
años 80 y 90, época del boom de este modelo pastoral, los animadores recibían su
bote, su motorcito…
Lo positivo es que ahí siguen como cedros los
supervivientes. En Indiana se arma el encuentro junto con los catequistas, que son chivolos, a menudo
niños, que están dando sus primeros pasos en asumir algunas tareas en las
comunidades. Esa es una línea de trabajo: contar
con ellos, meterlos en el saco, darles responsabilidades en la celebración
del domingo, en la formación de críos todavía más pequeños. Los chicos y chicas
son sangre nueva que a los viejos
rockeros les viene muy bien. Y además leen sin necesidad de lentes.
Superados los roches iniciales,
el ambiente enseguida se relaja gracias a las bromas y las chapas de costumbre. Los pequeños
y los grandes están muy acostumbrados a mezclarse, como en sus pueblos, y
resulta fácil orar, trabajar, almorzar y celebrar juntos. Hay un habitual tema
acerca de la Biblia, sobre cómo comentar la Palabra (“homilía”) en la reunión
dominical; un taller enseña a elegir correctamente los cantos según el tiempo;
hay una parte dedicada al cuestionario preparatorio del Plan Pastoral Misionero
vicarial, que se está empezando a elaborar…
Pero el bloque central, al que dedicamos toda una mañana, trata de conectar
las creencias y costumbres culturales tradicionales con las verdades y
prácticas de la fe cristiana. Se van narrando mitos,
como el del bufeo colorao que sale
del río transformado en gringo, enamora a las muchachas, se las lleva y las
embaraza o las desaparece; o la runamula,
un animal mezcla de caballo y yegua en que se convierten los que transgreden
prohibiciones sexuales (el tío con la sobrina, el esposo con la cuñada…); o hablamos
del yacucheo, las habilidades del shamán o el silbido aterrador del tunchi.
“¿Creemos en esto?” – voy lanzando después
de cada historia, y es una pregunta que está de más, porque todas las cabezas indefectiblemente
asienten. Incluso hay quienes afirman que han visto con sus propios ojos al
shapishico o al chullachaqui (versiones del diablo), a la boa o el bufeo (cuyos
zapatos son carachamas y su reloj un cangrejo). Y es que, en palabras de don
Herman, “todo está lleno de espíritus,
la naturaleza y nosotros mismos”. ¿Acaso no es cierto? ¿O es que el
Espíritu Santo no lo habita todo, comenzando por nuestros cuerpos (1 Cor 6,
19)?
Sí, esta también es nuestra fe. Fe que
celebra la vida con el Señor en la comida eucarística, donde muy bien encaja el
masato, símbolo de fiesta, acogida y comunidad en estas culturas. Fe que acude
a los santos implorando remedio para las enfermedades, igualito que quienes
requieren el soplado sanador del shamán. O que predica que Dios está en los más
pequeños (Mt 25), y que lo que se le haga a ellos se recibirá multiplicado por cien,
como en el cuento del viejo carachoso. Descubrimos
que es fácil hilar las creencias ancestrales con el seguimiento de Jesús, creer
a nuestra manera selvática, porque Dios está en la Amazonía desde siempre,
mucho antes de que llegásemos los misioneros.
Al final del encuentro les digo que ellos son el rostro de Jesús en sus
lugares, una enorme y hermosa suerte y responsabilidad. Me doy cuenta de que es
un rostro plenamente amazónico, y así debe ser. Luego, en el programa de
clausura, aparecen tortas para celebrar los cumpleaños atrasados de todos en
este 2020. Salimos a hacernos fotos por grupos, cuatro meses por cada torta.
Están buenazas, lo mismo que el
chocolate. Me figuro que en la Tierra Sin Mal habrá todos los días para
desayunar.
Qué maravilla!! De personas sencillas y con todo su ser entregados A DIOS 🙏🙏🙏🙏
ResponderEliminarQué maravilla!! De personas sencillas y con todo su ser entregados A DIOS 🙏🙏🙏🙏
ResponderEliminar