Volver al río por varios días: plan perfecto, aventuras misioneras en
perspectiva, que empiezo a disfrutar días antes de partir, como dice el Principito (“Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la
tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres”). Esta vez toca la parte alta de
Manatí, “Manití” como la llama la gente, la región más remota de nuestra
parroquia. De nuevo lejos… por fin.
Ya la paso chévere preparando el equipo,
el de siempre: mochila, colchoneta, carpa, linterna, sábanas, zapatillas,
sombrero… Cosas que me recuerdan a
quienes me las regalaron, mi familia y mis amigos, las personas de las que
jamás me separo aunque me adentre en lo profundo de la selva y no haya
señal de ningún tipo, ni teléfono ni internet.
Y eso que esta vez casi me quedo en tierra por urgencias vicariales en la oficina de Iquitos, me dieron ganas de
llorar cuando comprendí que el viaje peligraba. De hecho me perdí los dos
primeros días de travesía. Por eso aún me relamía más cuando esperaba la
movilidad que me llevaría desde Indiana hasta Santa Cecilia, en el corazón de
la quebrada: “El Chino”. Un bote de carga y pasajeros de unos veinticinco
metros y dos pisos donde nos apretamos ochenta personas alrededor de cualquier
clase de mercadería: abarrotes, calaminas, cemento, bolsas de pan, fierros,
hasta un saco de hielo. Toda una experiencia.
Al día siguiente me llevan desde Santa
Cecilia hasta un pueblo llamado 11 de Diciembre, donde hemos acordado que me
reuniré con mis compañeros. Es una surcada
de cuatro horas en una canoa de tres plazas y sin techo, de modo que, cuando
nos agarra el aguacero, la sombrilla se transforma en paraguas y sirve de poco,
me empapo casi de pies a cabeza con todo y mochila. Al fin veo nuestro
bote, el San Martín, mando encostar y allí están las religiosas y Toño. Me
cuentan que un rato antes, al arribar, preguntaron a los niños si “ya ha llegado el gringo”. Les dijeron
que sí, que “se ha ido con una tía*”
(…). A fecha de hoy seguimos sin saber de quién se trataba…
Hace años que los misioneros no visitan esta zona, hemos colocado avisos en la radio (en algunos casos han resultado) y la
gente nos recibe con expectación salpicada de sorpresa. Todo fluye, la acogida es la mejor que pueden ofrecer, nos
facilitan la preparación de los alimentos, dormimos en las escuelitas, que a
veces tienen luz con panel solar, un tanque de agua o incluso baño (aunque
nunca todo a la vez). En varias casas nos invitan a masato, signo inequívoco de
simpatía y hospitalidad. Incluso una pareja de una comunidad por donde no hemos
programado pasar se acerca a donde estamos para pedirnos que por favor sí
vayamos.
Las bromas, el buen humor y las risas van generando con naturalidad un buen
ambiente, una linda conexión que se repite en cada lugar. Wilmer nos dice que “cuando era joven pescaba arawanas con lanza”;
“¿cuántos años tienes? – le pregunto; “treinta y uno”: carcajada general. En
otro sitio comentan que hay varios solteros, y al decirles “yo también soy
soltero” se escachurran. Dayana, que tendrá unos dos años, duda en si darme la
mano o no; se quiere acercar, me sonríe, me compromete, pero a la vez no se
decide... Al final me pregunta con un hilo de voz: “¿vacunas?” Jeje, nooooo
(ojalá llegue pronto la vacuna contra el coronavirus, y que sea para todos por
igual). Al toque amigos para siempre.
Porque realmente hay críos por todas
partes, no deja de impresionarme. Nada más poner pie en tierra nos vemos
envueltos en una nube de niños, miradas curiosas cargadas de estupor y terror
en los más yuyitos. La vida incontenible es un rasgo amazónico
tan característico como el silencio, que recobro durante estos días y que gozo
de manera íntima en las tonalidades del cielo al caer la tarde: “Aquí está
mi Dios” (Is 25, 9).
De modo que el recorrido incluyó todos los
ingredientes: lejanía, lluvia, barro, resbalones, caminar, madrugar, reuniones
(sin mascarilla, nadies la lleva),
arroz, pies mojados, galletas… Se da también la posibilidad de apoyar a una
comunidad con su agua potable, y haremos lo que podamos. Pero una vez más
constato que el gran signo es
simplemente llegar, ir hasta allí a verlos, eso es lo que a la gente le
impacta y lo que me hace feliz a mí, la quintaesencia de mi vocación.
Regresamos a Santa Cecilia para la fiesta
patronal con la velada. Pero ese es
el siguiente capítulo.
* “Tía” y “tío” en Perú designan a
personas adultas, mayorcitos. “Estás tío”, se dice: “estás mayor”.
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