Fue terminar el recorrido por las
comunidades y todo se precipitó. De pronto los datos nos golpearon con crudeza:
más de 270 casos positivos confirmados en nuestro territorio, 717 sospechosos y
33 fallecidos a día 15 de mayo. El virus
invade la selva profunda y amenaza la vida de nuestras poblaciones más
vulnerables, los indígenas y campesinos que viven en quebradas remotas. No
podemos quedarnos parados.
Esa
cifra de “sospechosos” suena casi a chiste, porque hace semanas que las pruebas no sirven de mucho.
Testear masivamente es importante para controlar la pandemia en los estadios
iniciales, en sociedades más ordenadas donde el aislamiento puede ser manejado
con rigor y que cuentan con sistemas de salud más implementados y eficaces. Acá
en la selva se da una situación muy diferente: aunque dispusiéramos de pruebas,
los laboratoristas no podrían emplearlas en cantidad por la lejanía de las
comunidades. Además, no existe la capacidad para procesarlas; en estos momentos
el resultado de la prueba molecular está demorando 10 días (la muestra debe ir
a Iquitos, e incluso a Lima), lo que supone el 75% del tiempo del tratamiento
en un paciente sospechoso.
No necesitamos pruebas para saber que la
emergencia llegó ya a la fase de contagio comunitario. Muchísimas personas están infectadas, es algo que palpamos a pie de río.
Los pocos sanitarios que hay no tienen tiempo ni condiciones para florituras,
deben tratar de inmediato a pacientes con síntomas, algunos severos, y
necesitan instrumentos de diagnóstico, equipos de bioseguridad, aparatos
generadores de oxígeno y medicamentos específicos. De modo que nos hemos puesto
manos a la obra al toque.
Tenemos
en el Vicariato una comisión de gestión de las ayudas que los últimos días ha
visto reventar sus costuras por la magnitud de lo que tenemos entre manos. Hemos preparado un mega-proyecto
(más de millón y medio de soles) para pedir apoyo al fondo del Papa y a
todas las ONGs, fundaciones y organismos que puedan socorrernos; componer eso
ha supuesto varios días, desde la recepción de las necesidades de las postas y
hospitales rurales de las zonas donde están los misioneros, a la cotización y
presupuesto, evaluación de lo que es posible adquirir en Perú, etc. Ya lo
tenemos listo y está circulando.
Las reuniones del equipo son de sainete:
todos en Iquitos menos yo, que estoy en Indiana. Me llaman con el celular más bueno,
ponen el altavoz y así vamos conversando un par de horas. Compartiendo información
e ideas, coordinando, peleándonos, convergiendo a criterios y decisiones, pariendo solicitudes, cartas, contactos
y proyectos para presentar aquí y allá. Una experiencia que nos enseña a
trabajar más en equipo, a hacernos cargo más globalmente del Vicariato entero,
a apuntar con más precisión a las heridas de la pobreza de nuestro pueblo, que
el COVID hace ahora sangrar con más furia.
Al mismo tiempo, estamos sobrepasados por una avalancha de solidaridad en forma de
ayudas. En la web del Vicariato (www.sanjosedelamazonas.org)
está la campaña general y también los afiches de las iniciativas que han echado
a rodar en algunos puestos de misión. Es increíble a qué velocidad circula eso por
las redes, la gente comparte 10, 20, 100 soles, me envían whatsapps para
avisarme (mi número aparece ahí), y yo procuro contestarlos todos agradeciendo
con cariño el gesto. Para Indiana, en los cinco primeros días, más de 6000
soles.
Nos llaman de una institución política,
unas religiosas por allá, una empresa farmacéutica, una fundación, una
parroquia de España, un obispado alemán, una organización, otra congregación en
Colombia, etc. Llegan 1000 soles de Miami, 3000 de Lima, otra asociación, un
grupo de jóvenes en Iquitos que ha comprado un poco de material de protección y
quiere donar… Es una maravilla que
contemplo atónito intentando dejarme impactar por la bondad del ser humano,
y que esa luz me llegue hasta las entrañas y me haga mejor persona.
Y así vamos, desbordados y sin parar. Dentro de dos semanas, cuando recibamos los
materiales que estamos pidiendo y ya comprando, el número de casos positivos,
sospechosos y fallecidos se habrá duplicado según la aritmética epidemiológica y
la urgencia será más acuciante. Estamos a tope, sin tiempo a veces ni para
comer, lo cual es muy buena señal: ya le pasó al Maestro (Mc 6, 31).
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