domingo, 22 de diciembre de 2019

AL FIN LLEGAMOS A PARAÍSO


A la cuarta fue la vencida. Lo habíamos intentado en tres ocasiones, pero nunca lográbamos nada. Unas veces no estaban las autoridades, en otra ocasión apenas reunimos a cinco personas, y otro día se habían ido toditos a raspar coca. Pero este golpe sí, por fin.

De hecho el bote lo cuadramos junto a otro lleno de costales de hojas de coca. Y es que este paraje es un auténtico paraíso cocalero, por lo oculto, recóndito y silencioso. Cada saco 30 kilos, a un real el kilo, 30 reales (7,5 €) por bulto. Eso resuelve el día a día de una familia, y realmente no hay forma de controlarlo. Un par de embarcaciones con tipos con pinta de narcos se veían por allá.

Se sienten seguros porque no es fácil llegar a Paraíso. En esta época de inicio de la creciente del Amazonas, desde Erené hasta allí hay apenas tres palmos de agua. De hecho, el Laudato Si se quedó varado un par de veces, hubo que bajarse a empujar para sacarlo y poder continuar. Además, no pudimos ir con nuestro motor fuera de borda, tuvimos que tomar prestado un peque peque con cola más adecuado al bajo nivel del caño.

Al pisar tierra tocaba probar a hacer las coordinaciones necesarias, y sí que hallamos al teniente gobernador, que convino convocar a la comunidad a una reunión esa tarde a las 4. En el centro del pueblo destaca una iglesia crucista con su enorme cruz plantada, y al ratito aparece Daniel, que es el pastor y uno de los fundadores de esta población hace unos 22 años. Le explicamos que no pretendemos “quitarle la clientela” 😉, sino nomás conocernos, conversar sobre sus necesidades y cómo podríamos apoyarles. “Ah ya, entonces sean bienvenidos”.

Y en su casa nos acogen muy amablemente y preparan un exquisito almuerzo con las cosas que les compartimos (arroz, fideos y sardinas en lata). Luego la tarde transcurre lenta. Es un auténtico paraíso de silencio. Nado en las aguas oscuras y quietas de la quebrada, todo es tranquilidad. Acá no hay luz eléctrica, ni agua potable, ni saneamientos, ni posta médica, ni señal telefónica… ciento cincuenta personas en medio de la selva profunda, abriéndose paso lo mejor que pueden. Los rayos de sol atraviesan la espesura y me secan cuando salgo del agua, en medio de una fresca brisa… No saben la suerte que tienen.

Llega el momento de la reunión. Hay que esperar más de una hora; las 4 de la tarde significa “cuando ya cae el sol” para gente que no tiene reloj… En torno a las 5:30 hay un gran grupo de personas, creemos que la mayoría del pueblo. Nos presentamos, escuchamos y con sencillez nos van contando sus problemas y carencias, mezclando el ticuna con el español. Rapidito sale el tema del botiquín comunal; yo lo esperaba porque ellos sin duda saben por sus vecinos de Erené que podemos ayudarles a conseguirlo. Les explico cómo van a hacer y mientras me traducen pienso en Antonio y Lupe, la pareja de Montijo que tiene un sobrino que me dio un dinero para medicinas.

Hay que terminar porque es de noche y ya no nos vemos las caras. Muchos vienen a estrechar la mano y despedirse personalmente. El hijo de Daniel, que nos ha traído una bolsa con caimitos, mangos y una piña, quiere presentarme a su esposa y sus hijas. Preguntan si ya hemos comido algo hoy, como ofreciéndonos cena, bonito detalle. Definitivamente los vecinos de este sitio son gente muy simpática y nos sentimos a gusto con ellos. Haremos lo que esté en nuestra mano para que este sea también un paraíso del buen vivir, de la vida digna y plena.

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